La primera acepción que se me ocurre, dadas las fechas en las que estamos, del término “moderación” es el antónimo a la gran cantidad de excesos que cometemos en estas fechas estivales. Gastamos el dinero que no tenemos, comemos y bebemos lo que no podemos e intensificamos de forma perniciosa la convivencia familiar. Con kilos de más, dinero de menos y las consultas hechas para ver cómo se puede hacer uno ermitaño, apelamos demasiado tarde a esa bendita moderación.
Pero no esa la acepción a la que se refiere el ensayo filosófico con el que me tropecé este mes de agosto y del que vengo a hablar en este artículo. Tras leer una entrevista a su autor, Diego Garrocho, sobre el contenido del libro Moderaditos, me sentí tan identificado que no tuve más remedio que comprarlo. No conocía nada sobre dicho autor, por lo que fue muy fácil acceder sin prejuicios, pero sí con expectativa.
El uso del término “moderadito” es claramente intencionado para llevarlo desde una desacreditación o burla al ensalzamiento como expresión de valentía.
Para el autor, con el que coincido plenamente, la moderación no es, o no solo es, buenas maneras, amabilidad, educación o respeto. De hecho, considera decepcionante una actitud pusilánime de tibieza, conciliación o equidistancia cuando el asunto no lo requiere. Estos trampantojos de moderación son los que más daño le hacen.
Para el autor, con el que coincido plenamente, la moderación no es, o no solo es, buenas maneras, amabilidad, educación o respeto. De hecho, considera decepcionante una actitud pusilánime de tibieza, conciliación o equidistancia cuando el asunto no lo requiere. Estos trampantojos de moderación son los que más daño le hacen
El origen al que se remite para desarrollar el significado de la moderación parte de la idea de la Grecia clásica de la necesidad de disponer el ánimo, las pasiones y el juicio de forma ordenada y proporcionada a la realidad.
Sobre esta base se asienta el componente principal que es el escepticismo. Los moderados no queremos pertrecharnos sobre el cobijo de una idea sino desarrollarla de modo crítico, enfrentar al debate público sin asideros nuestras convicciones y estar dispuestos a negociarlas. No es un lugar del espectro político, es una manera, disposición afectiva o actitud que nos lleva a defender opiniones personales de un determinado modo que permite conceder una cierta probabilidad de error propio y acierto ajeno.
El autor menciona otro componente principal que es la autonomía o, siguiendo a Kant, la liberación del ser humano de su culpable incapacidad o minoría de edad. El paradigma del pensamiento libre.
De toda la vida, el elemento motivador más efectivo ha sido y será el miedo. Si lo combinamos con la tendencia actual a la polarización con un reduccionismo binario (conmigo o contra mí) a la hora de pensar, emerge con fuerza el gregarismo o instinto de rebaño bajo la exaltación ideológica y el radicalismo acrítico.
Resumiendo al autor, las consecuencias para las organizaciones extremistas son los muros discursivos, la personalidad pública basada en la descalificación, provocación o exabruptos y la confusión semántica de términos como la democracia. Y para las personas, el sedentarismo ideológico, la pérdida de la libertad de pensamiento y mayor vulnerabilidad al depender del devenir de nuestro paraguas.
Por todo ello, Diego Garrocho apela a la valentía de la moderación. En el contexto actual es asumir el riesgo a decepcionar, luchar por el discernimiento y no por el discurso, renunciar a la protección del rebaño y a una identidad fuerte, mostrar el rechazo o repugnancia intelectual a las formas radicales, incluso no participar en el lucroso negocio de la polarización.
De toda la vida, el elemento motivador más efectivo ha sido y será el miedo. Si lo combinamos con la tendencia actual a la polarización con un reduccionismo binario (conmigo o contra mí) a la hora de pensar, emerge con fuerza el gregarismo o instinto de rebaño bajo la exaltación ideológica y el radicalismo acrítico
Considero un gran acierto, y en un momento muy oportuno, el mensaje de este ensayo, al que me adhiero sin fisuras.
Si esta valentía de la moderación es un concepto muy valioso en nuestros días, yo incluiría otro complementario que eleva a sublime la combinación: la dignidad del pardillo.
Un “pardillo” puede verse como un “pringado”. Pero yo hago una distinción semántica (personal y ajena a los significados académicos) donde destaco la intencionalidad o contraprestación. Según la RAE, ambos términos caben en la definición de persona que se deja engañar o estafar fácilmente. Pero a mí me gusta distinguir entre el que lo hace por un mero acto de satisfacción personal, sin temer la consecuencia del engaño y el que urde un plan con un fin determinado y termina siendo engañado y su plan derruido.
Mi visión del pardillo la puedo ver reflejada fácilmente en el rostro de ese niño que en la orilla de la playa se enfrenta con una pala y un cubo de pequeñas dimensiones a la inmensidad del mar para construir cualquier cosa imposible de mantener. Desprende determinación, empuje, alegría y afán.
Si unimos la valentía de la moderación con la dignidad del pardillo, tendremos el servidor público que ansiamos y necesitamos. Tan deseado como escaso
El pardillo es un personaje anónimo que no escatima esfuerzos a la hora de aplicar su conocimiento, su tiempo e incluso su dinero en mejorar la vida de los demás porque se lo dicta su conciencia. Por mera satisfacción personal. Porque le da la gana. Si otro se aprovecha de su generosidad es algo que no afecta a su percepción de lo que debe hacer.
Si unimos la valentía de la moderación con la dignidad del pardillo, tendremos el servidor público que ansiamos y necesitamos. Tan deseado como escaso.