¿Caminamos por fe o por costumbre? ¿Por ruego, promesa o tradición? ¿Por los demás o por nosotros? Como cada Lunes Santo, Cartagena es promesa. La fe va bordando los adoquines bajo el manto morado, solemne de un misticismo muy cartagenero.
La procesión pasa y hoy me pregunto: ¿Seguimos caminando con ella o solo la vemos pasar? La intención de controlar la religión para cumplir intereses personales es tan antigua como la historia de las civilizaciones. Los mecanismos han cambiado, pero la esencia permanece. La Semana Santa se vive desde el cristianismo, como no puede ser de otra manera, pero también desde la tradición y cultura. Es posible que una persona atea se maraville ante los desfiles, las tallas, la flor, la luz o el paso al caminar. Incluso personas de otras religiones distintas a la católica. Al final es la historia de la Humanidad lo que se narra. Pasión y muerte. Fe y esperanza. Y el ser humano, como narrador.
La Virgen del Pueblo de Cartagena, de Capuz incontestable, no admite colores porque todos la seguimos, pero también es una verdad como un templo que La Piedad es marraja. De toda la vida, vamos. Las cosas hay que decirlas sin miedo, con su nombre y dejando de lado el buenismo. A La Piedad cada tarde de Lunes Santo la anuncian en un alegre pasacalles, antes de ocupar su espacio en la procesión, los Granaderos Marrajos. Le abren paso cien años ya con los sones que tanta absurda ausencia tuvieron en su traslado desde nuestra Estación del Ferrocarril hace ocho días, y que ahora se filtran como marchas de identidad por las calles de un casco histórico renovado, de bote en bote. La Madre de las Promesas en su procesión desfila tranquila mientras los ve cuando baila, los escucha de fondo entre tantos ruegos de Cartagena. Un atisbo de alma se desgrana en la mirada de una madre que todo lo sabe. Y esa tarde, en su misa de campaña a pie de rampa, quizá se estaría preguntando cuándo vendrían. Ellos partieron del Callejón de Bretau hacia otra dirección, para no ser el invitado ramplonamente indeseado, cuando aún quedaban bastantes sillas vacías ante el obispo y Ella descansaba sin sus varas y sus pies, asomada a la puerta de Santa María.
Mi cabeza hilvana un diálogo entre las dos Madres que se miran cada Lunes Santo: entre Caridad y Piedad"
Naturalmente, a veces se hacen los programas de las cosas con la mejor intención, lo que no significa que, efectivamente, la sea para todos. Yo porté La Piedad en su traslado desde la estación y soy de esa agrupación desde que nací. Me pareció magnífico el homenaje de los Granaderos Californios en el Ayuntamiento el día de su pasacalle, pero a mí me faltaron las marchas de los marrajos. Lo siento, pero es que no suenan ni vibran igual y todos tienen cabida en la transversalidad de La Piedad. Un pequeña escolta también hubiese sido un acierto, simplemente por coherencia. Ahí dejo el apunte para cuando les toque a los hermanos californios escoltar a la Virgen del Primer Dolor si coincide con el pasacalles de los Granaderos Marrajos.

- Los granaderos en La Caridad. -
- Foto: C. M. M.
Volviendo a una personal y humana narración, en las tardes de los Lunes de Pasión la Agrupación de Granaderos Marrajos realiza una ofrenda a la Virgen de la Caridad en su templo, le cantan la Salve, lo llenan. En su puerta se encuentran los cadetes con los adultos, un mismo tercio a los pies de La Caridad, que luce en calma tras su día grande. Los dorados de su peana reverberan en los botones de los uniformes de la Infantería de Marina del siglo XVIII. Al Tercio que entra en la basílica, le preceden mujeres, entre ellas dos de sus madrinas y su vicepresidenta, para realizar la ofrenda y decir unas palabras. De negro y de morado, alegres y con el paso rítmico que queda impreso cuando caminas horas y horas al son. El Tercio comienza a entrar por el pasillo central, primero la Escuadra, para distribuirse ante el altar en semicírculo. Son chicos altos y estiran el uniforme recordando su función en la historia militar. Sus voces se alzan y unen al cantar la Salve a la madre cartagenera, hasta la cúpula.
Entretanto, mi cabeza hilvana un diálogo entre las dos Madres que se miran cada Lunes Santo. Entre Caridad y Piedad. En unas horas serán espejo, y quizá Caridad le contará que han venido a verla unas cofrades moradas con flores y cariñosas palabras junto a unos chicos, grandes y pequeños, que lucían con un uniforme de marina. Piedad asentiría, añadiendo: "Los conozco bien, me acompañan cada Lunes Santo". Caridad, con su sonrisa leonardesca y la intuición que da ser el origen, podría responderle: "Aunque no estuviesen en esos momentos tan especiales del 100 cumpleaños de tu llegada, estaban junto a ti". Piedad asiente mientras en el aire se desliza la Marcha Lenta. Acaba la pieza y vuelven las sonrisas suaves sabedoras que pronto escucharán La Llamada, una aguardando en su trono de plata, otra en su peana dorada, cuando el silencio se rompa. Que “La Micaela” se abrirá paso, y que este desfilará al son de la Marcha de los Granaderos.
Hay cosas que no son reemplazables, ni siquiera olvidables. Suele suceder con aquellas que tienen señas de identidad. Naturalmente, esto solo es lo que yo pienso, lejos de la verdad absoluta, e incluso de muchas relativas, pero, no por ello es menos verdad. No es promesa caminar, lo es hacerlo sabiendo por qué se camina.