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Tribuna libre

El lazo social más fuerte

"Hace años comencé a detenerme en los libros de Byung-Chul Han, a escudriñar su sociedad del cansancio, de alma agotada, de presión por un rendimiento sin coacción externa en un momento en el que los datos a nuestra disposición en Internet, que no equivalen al conocimiento, empezaban a ser abrumadores"

Publicado: 28/10/2025 ·06:30
Actualizado: 28/10/2025 · 07:56
  • Byung-Chul Han, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025.
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Si me preguntan ustedes qué creo que es el liberalismo en su vertiente moral, les diré que es respeto, el estadio de la madurez en el que no trataré de imponer ni mi razón ni mis ideas, sino en el que les respetaré cualesquiera que sean las suyas, tomando mi tiempo para escucharles, ponderando lo valioso que encuentre en ellas y tratando de llegar a un consenso si fuera necesario, sabiendo que el conocimiento es una suerte de lujo interdependiente que se ha democratizado en este nuestro tiempo, que formamos parte de una circunstancia a la que se refirió Ortega y Gasset y entre todos tenemos el deber de mejorarla en el transcurso del tiempo. Que ontológicamente llevamos la dignidad indeleble como divisa; que al hacer nuestras las palabras que en nuestro aprendizaje nos han sido dadas, les otorgamos una intensidad y un significado que nuestra trayectoria vital ha matizado con unas subjetividades, las cuales, sinuosamente, nos sugieren el deber de respetar la pluralidad en un mundo cabal; que la autonomía individual es un rasgo de toda democracia; y que no todos conocemos de toda materia.

 

Si me preguntan qué podemos hacer entre tantas cosas en una democracia liberal, a diferencia de lo que ocurría en los antiguos sistemas autocráticos, diría que soñar en grande aspirando a las metas nobles para acercarnos a la belleza entendida como un bien. Pero no nos basta con soñar un absurdo si es que así nuestro criterio nos lo avisa, hay que soñar con lo razonable. Decía María Zambrano que “querer -hacer algo- es soñar despierto y responsablemente”, siendo ligeros sin pesar sobre nadie. Sólo así “se es de verdad libre” –insistía la filósofa-, sólo así una vocación cualquiera será amor, siempre que no se quiera sublimar un pensamiento con la intención de llevarlo al absoluto en el tiempo y hacerlo pesar sobre los otros.

 

Por todo ello no sólo he sentido la necesidad de leer a los pensadores de otro tiempo, sino también a los de este en una circunstancia que ha cambiado ostensiblemente en algunos aspectos. Es así como hace años comencé a detenerme en los libros de Byung-Chul Han, galardonado con el Premio Princesa de Asturias, a escudriñar su sociedad del cansancio, de alma agotada, de presión por un rendimiento sin coacción externa en un momento en el que los datos a nuestra disposición en Internet, que no equivalen al conocimiento, empezaban a ser abrumadores. Aprendí a pronunciar su nombre para poder compartir y debatir algunas de sus ideas. Al tiempo pude leer a Fukuyama analizando los desencantos del liberalismo en su significado más amplio del término, que engloba lo económico, cuando se abandona el concepto clásico por el del neoliberalismo, llegando a la conclusión de que en el término medio de todas las cosas está la virtud, en lo razonable, porque no existe la perfección del hombre y sí existen las limitaciones físicas y psíquicas, la enfermedad, la pobreza y la miseria material, que pueden impedir –entre otras cosas- el acceso al conocimiento en su plenitud a las capas más desfavorecidas de la sociedad. No ser conscientes de ello nos hace más vulnerables a todos como sinergia.

 

Pero tal vez este conjunto de ideas quedaría inconcluso sin mencionar que, en un ejercicio de la sensatez que se le adivina propia, el economista mexicano Julio Millán en una de sus últimas obras reflexiona sobre el tiempo, proponiendo un compás de espera para analizar el presente, dando un valor capital al tiempo propio y al tiempo ajeno como forma de respeto a la persona, idea que nos invita a no ofrecer nuestra atención en exceso a lo líquido en esta sociedad en la que la tecnología, si bien beneficiosa en innumerables campos, ofrece una velocidad y un volumen de información difícilmente asumibles por el hombre, siendo este último afortunada y consustancialmente imperfecto, de naturaleza generosamente finita. Así pues, algunos autores españoles como Delibes, Azorín, Jiménez Lozano, Lledó, Julián Marías, deteniéndose a observar en el tiempo, han descrito los primores de lo cotidiano, de la naturaleza, de lo humano, en definitiva de lo vulgar, con tal maestría que nos han facilitado poder extraer conclusiones sobre lo universal. Es por ello que el pintor Antonio López ha logrado la excelencia no sólo sin pesar sobre nadie sino elevándonos, sin premura, con sencillez, concentrándose en lo valioso. Todos los grandes hombres han llevado a la práctica algo susceptible de ser enmarcado en el interior de cada cual, que es este pensamiento que Byung-Chul Han compartió en Asturias: “No hay lazo social más fuerte que el respeto”.

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