En el vertiginoso mundo empresarial actual, donde cada minuto cuenta y la productividad es esencial, el ego se erige como un obstáculo silencioso que a menudo pasa desapercibido.
En mis años de trabajo con personas y equipos en las organizaciones he visto cómo un ego desmedido en los puestos directivos tiene consecuencias que, a falta de reflexión, se traduce en pérdidas económicas importantes, por la falta de productividad y, por tanto, de resultados; todo ello como consecuencia de las horas de reuniones improductivas, debatiendo y discutiendo temas que en muchas ocasiones se centran sólo en “quién lleva razón”, con lo que ello conlleva de desenfoque en el objetivo de la reunión, que debería versar en tomar decisiones de calidad para el crecimiento de la organización.
Los líderes que dejan que su ego tome el control tienden a imponer sus ideas sin escuchar a los demás"
En esos debates no está presente la persona en sí misma, sino que el protagonista es el ego, tratando de cubrir la necesidad (inconsciente) de destacar y ser reconocido.
Sí, aunque te chirríe, cuando hay un debate de “razones”, la intención que hay detrás es la de destacar.
No es menos cierto, que el ego nos es útil, pues nos ha salvado en muchas ocasiones que nos han hecho sentir pequeños y es necesario tener en pequeñas dosis para desarrollar autoconfianza y liderazgo.
Ahora bien, cuando se desborda se convierte en un gran obstáculo para liderar y para hacer crecer a otros/as en las organizaciones. Se convierte y actúa como un “yo” inflexible y cerrado que impide el diálogo y la colaboración.
Los líderes que dejan que su ego tome el control tienden a imponer sus ideas sin escuchar a los demás, lo que genera fricciones y conflictos internos que afectan la moral y la eficacia del equipo.
Un ego desmesurado afecta a la imagen externa de la empresa"
Uno de los principales problemas es que un ego inflado provoca debates acalorados en reuniones que podrían evitarse. El líder se centra en defender su posición en lugar de buscar soluciones, lo que desvía la atención de la meta principal. Cada reunión en la que el orgullo personal prevalece es un recurso desperdiciado que podría emplearse para impulsar estrategias y alcanzar resultados. De este modo, el tiempo y la energía invertidos en disputas internas se traducen en una notable pérdida de productividad y en un ambiente laboral tenso.
Y ni que decir cómo un ego desmesurado afecta a la imagen externa de la empresa. Los clientes y socios comerciales perciben la falta de empatía y la arrogancia en la comunicación, lo que puede mermar la confianza y reducir oportunidades de negocio.
Resulta paradójico que el ego que, a priori, parece transmitir seguridad a menudo se disfraza de inseguridad y miedo al fracaso.
Muchos managers y directivos adoptan posturas defensivas para ocultar sus propias dudas y vulnerabilidades, lo que les impide aprender de los errores y crecer profesionalmente. Este temor a equivocarse conduce a un perfeccionismo excesivo, una reticencia a delegar y una constante necesidad de validación externa, características que erosionan la capacidad de innovar y mejorar.
¿Cómo gestionar, entonces, este obstáculo? El primer paso es el autoconocimiento. Un/a buen/a líder debe dedicar tiempo a reflexionar sobre sus propias reacciones y reconocer cuándo el ego se interpone en el camino de una comunicación efectiva.
Si quieres empezar a gestionar ese ego, te propongo empezar con preguntas como: ¿Cómo respondo a las críticas? ¿De forma defensiva o asertiva? ¿Siento la necesidad de tener siempre la razón? Con solo estas dos preguntas puedes darte cuenta cuándo el protagonista eres tú o tu ego.
Otra formar de tener a raya el ego es cultivando la humildad. Para ello cultiva tu apertura al aprendizaje junto a los/as que te rodean, sitúate en modo “aprendiz” cada día con uno de tus colaboradores/as.
En definitiva, el ego, aunque forma parte natural de nuestra identidad, debe gestionarse con consciencia y equilibrio. Un ego descontrolado no solo genera conflictos y pérdidas de tiempo, sino que también desvía el enfoque de los verdaderos objetivos empresariales. Transformar este desafío en una oportunidad de crecimiento personal y colectivo es la clave para un liderazgo auténtico y una organización verdaderamente productiva
Encarna Teruel
Coach Ejecutivo y de Equipos
Cátedra de la mujer empresaria y directiva