Opinión

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El rincón de pensar

El cohete del coyote

"Mucho aparato, ruido y espectacularidad, pero sin resultados"

Publicado: 21/08/2025 ·06:00
Actualizado: 21/08/2025 · 06:00
  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
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Pienso que muy pocos ciudadanos —entre los que desde luego no me cuento— serían capaces de escuchar la soflama que nuestro presidente del Gobierno dedicó hace unas semanas —antes de irse tres semanas largas de vacaciones— a hacer balance del curso político.

Más de una hora de perorata que podría haberse —y habernos— ahorrado condensándolo en aquello que ya proclamó en mayo del año pasado, cuando dijo que "la economía española va como un cohete".

Tanto lo que he leído sobre el balance de este curso político como la referida frase me recordaron aquella otra “machada” que hace algo más de una década pronunció su predecesor en el cargo, Zapatero, en un discurso —de duración también superior a la hora…— ante sus compañeros del Congreso y del Senado, pocos meses antes de que estallara la crisis de 2008 que golpeó con especial virulencia a nuestro país: "España está en la Champions League de las economías mundiales".

 

La economía española crece, pero es un crecimiento con truco"

 

Estas declaraciones y discursos (comunes en ambos políticos) comparten algunos aspectos entre los que destacaría: un tono altisonante, una autoconfianza casi enfermiza y, sobre todo, un preocupante alejamiento de la realidad que vivimos millones de ciudadanos. Es como si el poder no solo deformara el juicio político, sino también el sentido común.

He querido traer a colación la frase del “cohete” porque —como digo— el balance que hizo de este curso político no ha sido más que el desarrollo de una única idea: todo va bien. Es más, según el presidente del Gobierno, ni puede ir mejor, ni tan siquiera parece que haya otra forma de hacer las cosas.

Aunque desconozco si se ha vuelto a emitir y lo conocerán generaciones posteriores, a mí lo de que la economía y España en su conjunto va como un “cohete”, me trae a la memoria unos dibujos animados de los que disfruté durante mi infancia. Me refiero a las aventuras de El Coyote y el Correcaminos. Aquellas constantes persecuciones en las que El Coyote utilizaba sus cohetes y otros artilugios, siempre marca “ACME”, y que inexorablemente terminaban explotándole en la cara y, por supuesto, jamás alcanzaban su objetivo.

Creo que la imagen es tan elocuente como certera: mucho aparato, ruido y espectacularidad, pero sin resultados. O peor: con consecuencias contraproducentes. Y además con la diferencia añadida de que, así como el Coyote 'pagaba' en sus propias carnes las consecuencias de sus chapuzas, las de un Gobierno que no para de improvisar y cuyas medidas —también económicas, son consecuencia de constantes chantajes aceptados por mantener el poder— las pagamos todos, y en especial una clase media cada vez más menguante y empobrecida.

La economía española, efectivamente, crece. Las cifras del PIB del año pasado cerraron en torno al 3,2%, y las previsiones para este 2025 oscilan entre un 2,4% y un 2,6% según distintos organismos. En términos macroeconómicos tenemos una posición envidiable.

Pero es un crecimiento con truco, sostenido en buena parte por un gasto público desmedido y —sobre todo— por unos fondos europeos que al final salen de nuestros impuestos y que mucho todo parece indicar que en gran parte incluso nos tocará devolver por el mal uso que se está haciendo de ellos.

En definitiva, transferencias externas que maquillan una realidad estructural preocupante. En términos económicos somos un país subvencionado, de ciudadanos subvencionados.

 

El cohete no solo no despega, sino que pesa demasiado y no tiene combustible propio"

 

Este crecimiento inducido, aunque pueda parecer útil a corto plazo, ni redistribuye la riqueza ni es sostenible, porque:

  • -Ni se ha traducido ni se traduce en un incremento de la productividad.

 

  • -Más bien al contrario, la ministra de Trabajo sigue empeñada en la semana de 35 horas manteniendo los sueldos. Y, una de las medidas aprobadas en el último Consejo de Ministros antes del verano ha sido la ampliación del permiso de nacimiento y cuidado de menor.

 

  • -Ni en un fortalecimiento de la industria.

 

  • -Cada vez más somos un país de servicios: el turismo no para de batir récords año tras año. Algo de lo que el presidente del Gobierno se vanagloriaba en su balance, al tiempo que su Gobierno no para de poner trabas en la regulación, o descuida el mantenimiento de infraestructuras como la ferroviaria — esencial para el turismo—  mientras dedica el dinero a comprar voluntades políticas para sacar alguna de sus leyes.

 

  • -La inversión extranjera cada día más huye de un país cada vez más inseguro jurídicamente.

 

  • -No se abordan —¿cómo lo va a hacer un Gobierno que desprecia al 50% de los ciudadanos?— reformas profundas y necesarias en sectores estratégicos como la energía, la industria o la tecnología, que los hagan más competitivos.

 

  • -Se desprecia y no para de ponerse zancadillas al empresario, en especial a la pequeña y mediana empresa y al autónomo que son -cualitativa pero también cuantitativamente- los verdaderos creadores de empleo en nuestro país.

 

Nuestra industria no genera la riqueza que debería. Seguimos dependiendo del turismo, del consumo interno y de la construcción. La productividad apenas avanza, la digitalización sigue siendo irregular, y el tejido empresarial sufre de un crónico problema de escala y de falta de inversión en I+D. Mientras tanto, la deuda pública supera el 100% del PIB, y el desempleo sigue instalado en cifras de dos dígitos, con un paro juvenil que ronda el 25%.

Es decir, que el cohete no solo no despega, sino que pesa demasiado y no tiene combustible propio.

A esto hay que añadir una política fiscal errática en la que —por no cansar al lector— no voy a entrar demasiado. Pero los ingresos públicos se sostienen exclusivamente sobre una presión fiscal creciente a rentas medias y bajas, mientras se sigue sin abordar una reforma profunda del sistema tributario.

Podríamos decir que el Gobierno, en lugar de pilotar una estrategia económica seria, se dedica a lanzar titulares como si fueran fuegos artificiales. Palabras como "transición ecológica", "cambio de modelo productivo" o "revolución digital" se repiten como mantras en los discursos oficiales, pero raramente se traducen en medidas concretas, evaluables y sostenibles en el tiempo. Se legisla con más afán retórico que técnico, y se confunde la comunicación con la gestión.

 

"Mientras se presume de cifras, muchas familias apenas llegan a fin de mes, los jóvenes no pueden emanciparse y los autónomos sobreviven entre burocracias asfixiantes"

 

Tanto discurso, tanto Real Decreto, y tan poco resultado tangible. Las comparecencias semanales tras los Consejos de Ministros y las ruedas de prensa están repletas de anuncios grandilocuentes, de promesas de inversión (¿quién se acuerda ya de la vivienda?) y modernización que, en la práctica, se diluyen entre la maraña administrativa.

La realidad es que, mientras se presume de cifras, muchas familias apenas llegan a fin de mes, los jóvenes no pueden emanciparse y los autónomos sobreviven entre burocracias asfixiantes. El crecimiento existe, pero no se reparte. El "cohete" va, si acaso, hacia una élite política y empresarial que ha aprendido a vivir del BOE. Para el resto, es un artefacto ruidoso que deja una estela de humo.

Y es que, como en los dibujos del Coyote, todo parece calculado al milímetro, pero siempre falla algo. Un tornillo, una mecha mal conectada, un barranco que aparece de repente. Y lo peor es que, tras cada fracaso, se vuelve a intentar con la misma estrategia. Cambia el nombre del programa, el logo, el “hashtag”, pero el fondo es el mismo: falta de una verdadera política económica de largo plazo, e incluso me atrevería a decir que, de una política económica sin necesidad de calificativos.

En países como Alemania o Francia, la planificación económica se basa en pactos de Estado, en estrategias industriales, en fortalecer la formación técnica y la innovación. Aquí nos entretenemos con debates sobre la jornada laboral de 35 o 37,5 horas, que puede sonar moderno pero que carece de sentido si no va acompañado de un aumento real de la productividad. Mientras debatimos si trabajar menos días mejora la vida, olvidamos que, sin crecimiento sostenible, ninguna medida social se sostiene en el tiempo.

 

La estrategia parece ser la del aplazamiento: dejar los cambios para mañana y las explicaciones para nunca; es la lógica del cortoplacismo institucionalizado"

 

Tampoco se aprovechan los periodos de bonanza relativa para acometer reformas impopulares pero necesarias. No se toca el modelo educativo, ni se incentiva la colaboración universidad-empresa, ni se crean marcos regulatorios estables que fomenten la inversión. La estrategia parece ser la del aplazamiento: dejar los cambios para mañana y las explicaciones para nunca. Es la lógica del cortoplacismo institucionalizado.

Y no es que falten diagnósticos. Las instituciones internacionales, desde el FMI hasta la OCDE, lo repiten una y otra vez: España necesita reformas estructurales, fiscales, educativas y laborales. Pero el Gobierno prefiere seguir comprando y lanzando “cohetes ACME”, convencido de que esta vez sí funcionará.

Y mientras tanto, el Correcaminos de la realidad nos pasa por delante con un "bip bip" irónico.

Las políticas se evalúan por sus resultados, no por sus eslóganes, y en eso vamos siempre un paso por detrás.

Al final, el problema no es solo la retórica, sino la inacción. Esa mezcla letal de autocomplacencia y miedo al coste político que lleva a postergar las decisiones difíciles. La economía española necesita un plan, un rumbo, una hoja de ruta que no dependa del siguiente ciclo electoral ni de la última encuesta del CIS. Necesita liderazgos que no confundan el poder con el relato.

Porque gobernar no es narrar una película. Gobernar es, precisamente, evitar que el país se convierta en un dibujo animado donde todo parece divertido hasta que uno se da cuenta de que el abismo es real. Porque, como decía Bertolt Brecht, "la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer". España parece vivir en ese limbo, atrapada entre la nostalgia de lo que fue y la promesa de un futuro que nunca termina de llegar.

Y en esa caída, por mucha chispa que tenga el discurso, el golpe siempre duele. Y cada vez más, el ciudadano (no la ciudadanía, cómo detesto esa palabra “fofa” que nos han impuesto) empieza a sospechar que, como el Coyote, lo que se nos ha vendido como innovación es solo una mecha que nos deja colgando en el aire antes de caer al vacío.

 

Javier Giner Almendral

Economista

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