He perdido la cuenta de las veces que he estado en reuniones donde, después de hablar dos horas de márgenes y de EBITDA, alguien, como si estuviera revelando un secreto universal, suelta: "No olvidemos nuestra estrategia de sostenibilidad". Y acto seguido, todos asienten con cara grave, como si hubiéramos convocado al mismísimo espíritu de la sostenibilidad en la sala.
Hoy nadie se atrevería a decir en público que no le importa el medio ambiente, lo social o la transparencia de la empresa. Quedaría peor que aplaudir al villano en una película de Disney. Y así estamos: trillones de dólares fluyendo hacia fondos "verdes", bancos ofreciendo mejores condiciones a quien se pinta de responsable, reguladores europeos y americanos sacando normas como si fueran pan caliente. Visto desde fuera, parece la utopía: capitalismo consciente, ejecutivos con conciencia, dinero y planeta caminando felices de la mano. ¿La realidad? Mucho menos poética.
Una petrolera entra en un índice "verde" porque ha plantado unos cuantos árboles para compensar emisiones, mientras sigue extrayendo crudo como siempre. Una tecnológica se cuelga la medalla de sostenible mientras consume tanta energía como un país entero. Y las agencias que miden sostenibilidad, cada una con sus reglas, terminan por convertir el tema en un cajón de sastre. El resultado es que el inversor bienintencionado puede acabar financiando, sin querer, lo de siempre: más humo, solo que con hojas dibujadas en la portada.
Ya tuvimos la puntocom, ya tuvimos las criptos, y ahora parece que vamos de cabeza a la burbuja verde"
Nunca he visto tanto entusiasmo en preparar informes como cuando se trata de sostenibilidad. Fotos de niños sonrientes, parques eólicos al atardecer, algodón orgánico en primer plano… y mientras tanto, en la práctica, el impacto positivo real de algunas empresas cabe en un post-it. Lo más divertido (o triste) es que muchos inversores quieren creer. La idea de “gano dinero y salvo el mundo al mismo tiempo” es demasiado tentadora. ¿Quién se resiste a esa narrativa? El problema es que, cuando descubres que tu fondo sostenible incluye a una cementera con buenas intenciones o a una marca de fast fashion con discurso verde, la ilusión se desinfla.
Yo misma, que vivo entre balances, sé que los riesgos ambientales, sociales y de gobernanza son muy reales y muy financieros. Una sequía prolongada puede destrozar a una agrícola cotizada. Un escándalo laboral puede tumbar las ventas de una multinacional textil. Una multa regulatoria puede tragarse el beneficio de un año entero. Ignorar estas cosas es como ver un iceberg y acelerar el barco. Además, las empresas que se toman en serio el tema suelen atraer mejor talento, fidelizan clientes y, en definitiva, son más resilientes. Y los bancos lo saben: no financian verde por amor al arte, sino porque calculan que esas compañías tienen menos probabilidades de estrellarse.
Ya tuvimos la puntocom, ya tuvimos las criptos, y ahora parece que vamos de cabeza a la burbuja verde. Dinero entrando a ciegas en cualquier cosa que lleve la etiqueta “sostenible”, sin mirar si detrás hay rentabilidad o coherencia. Cuando el mercado despierte y descubra que parte de lo financiado era más marketing que transformación, el golpe de confianza será tremendo. Y ya sabemos que cuando el mercado se cae, no pide permiso ni avisa.
La sostenibilidad no es altruismo ni caridad corporativa. Es supervivencia financiera. No es un accesorio de relaciones públicas, es una herramienta de gestión de riesgos. Y si queremos que funcione, necesitamos métricas claras, auditorías serias y sanciones de verdad para quienes venden humo disfrazado de conciencia verde. Porque quien crea que la sostenibilidad es un lujo caro, que espere a ver la factura de la inacción: activos destruidos por catástrofes naturales, litigios millonarios, inversores huyendo al descubrir incoherencias. Eso sí que es caro.
Antes de aplaudir un fondo responsable, preguntémonos si estamos invirtiendo en futuro o en maquillaje. Porque los informes pueden mentir, las fotos pueden engañar… pero las cuentas siempre terminan diciendo la verdad.
Lola Rubio
CFO
Treébol Salones de Juego, S.L.
Cátedra de la Mujer Empresaria y Directiva