MURCIA. “No se puede elegir el tiempo que vivimos, pero sí se puede decidir la respuesta que damos al tiempo que nos toca vivir”. Con estas palabras arrancaba la charla una de las lenguas más afiladas -temidas por muchos, respetada por todos- de la democracia española. Alfonso Guerra, el otrora vicepresidente de los Gobiernos socialistas de Felipe González y uno de los nombres clave de la hornada de políticos que protagonizó la transición de la dictadura de Franco a la democracia, rememoró este lunes en Murcia cómo su generación optó por dar “una respuesta inédita” frente a la confrontación: “El pacto”. Una generación, remarcó, que quiso acabar con “una etapa ignominiosa de la historia y que no pensaba en la revancha, sino en una España cívica y humana”.
Guerra, con sus recuerdos y reflexiones sobre aquel periodo trascendental de la historia de España, fue el encargado de abrir el ciclo de conferencias Pensar la democracia. Pasado, presente y futuro de la democracia del 78, organizado por la Fundación Cajamurcia y coordinado por Germán M. Teruel Lozano, quien al igual que muchos de la juvenil -y no tan joven- concurrencia del convento de Las Claras no vivió la Transición pero sí tiene muy claro que todos somos “herederos de la democracia del 78”: “Y nos corresponderle cuidarla”, como así hacía hincapié el profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Murcia y director adjunto de Investigación de la Fundación 'Hay Derecho'.
Todos cambiamos en esa época; el PCE se hizo monárquico, el PSOE se quitó la definición de marxista y la UCD abrazó la democracia"
La cita no puede llegar en un momento más actual, con las recientes efemérides de la muerte del dictador Francisco Franco y la posterior coronación de Juan Carlos I como rey de España. Aquellos inciertos días de noviembre de 1975 dejaron una pregunta en el aire: “A la muerte del dictador, el destino vacila: ¿Qué ocurrirá?”, relataba el propio Guerra. “¿Caerán los españoles de nuevo en una confrontación que los precipite a una tumba de muerte y dolor o encontrarán una vía de entendimiento y consenso entre hombres y mujeres con profundas diferencias?”, describía. Lo que sucedió fue que la clase política “escuchó a la sociedad, que clamaba por el acuerdo”, aunque -subrayó- el proceso “no fue cosa de los políticos”, sino que “el pueblo empujó desde abajo”. Al propio Guerra la gente le pedía en la calle que se pusieran de acuerdo. Por eso “los unos y los otros renunciaron a parte de sus ideas para conseguir una convivencia en paz”. Así, “con ese espacio en común”, nació la Constitución del 78, “posiblemente el documento más importante de todos los tiempos escrito por los demócratas españoles”.
Ahí empieza a construirse la democracia. “Antes sólo hubo momentos puntuales democráticos”. Quienes trazaron ese camino tenían, además, muy presente que la democracia “es frágil", ya que "cualquier elemento disonante puede hacer que se pierda”. ¿Y cómo lo hicieron?, se preguntaba retóricamente Guerra, que el pasado 31 de mayo cumplió 85 años. A diferencia de lo que “piensa la derecha” hoy en día, “no fue fácil”, advertía el veterano político, “pues los españoles hemos dado muestras a lo largo de la historia de nuestra preferencia por la encrucijada, por la lucha continua entre lo real y lo ideal”. No en vano, “durante dos siglos hubo una alianza entre monarcas, la Iglesia, el ejército y las grandes fortunas agrarias que impidió el progreso, si bien hubo intentos liberalizadores, verbigracia la Constitución de Cádiz, pero sin continuidad”. Aunque todo empezó mucho más atrás, puntualizaba Guerra. “España era la más grande potencia del mundo, incomparablemente más fuerte que cualquier potencia de hoy y sin embargo ya hablábamos de decadencia”. Ahí germinó “un sentimiento de detraimiento que se fue instalando en la conciencia de los españoles, es decir, el espíritu autodestructivo al que somos tan aficionados”.
Los tres (más uno) requisitos de una Consitución digna
Guerra disertó que una constitución digna de su nombre es aquella que cumple tres requisitos: el poder constituyente debe ser del pueblo, “no de un monarca ni de un grupo de dirigentes”, porque la soberanía “está en el pueblo”. No tampoco en el Congreso, incidía, porque ahí reside "la representación de la soberanía, que es distinto”; el segundo es la declaración de derechos de las personas así como la separación de poderes; y el tercero es la prevalencia constitucional, “para que quede anulada cualquier ley que vaya en contra de la Constitución”. Pero quiso Guerra añadir un punto más, una cuestión única para España: “La Constitución de 1978 es un acta de paz, es un armisticio: el cierre definitivo de una guerra civil, una dictadura y dos siglos de enfrentamientos entre derecha e izquierda”.

- Germán Teruel, Alfonso Guerra el exdiputado Jorge Novella y Carlos Egea Krauel. -
- Foto: EFE / MARCIAL GUILLÉN
La Transición tampoco fue un proceso rápido. “Muere el dictador, pero la dictadura no muere”. El rey no quiso tener los poderes, sino que “los soltó”. Aquello desencadena “una operación de conspiración política interna dentro del franquismo para que una persona diferente como Adolfo Suárez sea designado presidente”. Pero hete aquí que su nombramiento deja una retahíla de titulares “horribles” en los periódicos: “Ha vuelto el búnker; el famoso ‘qué inmenso error’ de Ricardo de la Cierva…”. Sin embargo, hubo una excepción: un periódico prohibido y clandestino, editado en Marsella y llamado El Socialista. Su editorial decía: “Aunque parezca paradójico, puede resultar útil el nombramiento de un presidente que no fue protagonista en la Guerra Civil y que por conocer el Movimiento puede ser un buen arquitecto para derribar las instituciones antidemocráticas”. El director de ese periódico era… Alfonso Guerra.
No éramos los que más sabíamos, sino los que menos dormíamos”
“Todos cambiamos en esa época”, ahondaba Guerra, recordando que buscaban un proceso que fuera realmente democrático… “y también largo y duradero” para acabar con la tradición española de cambiar constituciones en función de quién gobernara, con textos “de media España contra la otra media”. Por eso en los setenta del siglo XX “se intentó lo contrario” y eso implicó renuncias destacadas: el PCE se hizo monárquico, el PSOE se quitó la definición de marxista y la UCD abrazó la democracia. “Y además fue muy duro discutir con la derecha de la época”.
La conferencia también dio para anécdotas. Desmintió la atribuida leyenda de que Suárez y él estaban enfrentados. “Nada más lejos de la realidad. Hasta el punto de que cuando Suárez contrajo la enfermedad, solamente el rey, otro político y yo fuimos los únicos que la familia permitió que habláramos con él”. Bromeó sobre la parte socialdemócrata de la UCD –“se consideraban así, pero yo nunca la vi por ningún sitio”. Evocó las carcajadas que recibía cuando vaticinaba que el PSOE iba a lograr más de 100 escaños en las primeras elecciones de 1977. Igualmente ironizó sobre "el éxito rotundo” de Podemos y Ciudadanos frente “a lo que despectivamente llamaron el bipartidismo”. Y sobre aquellas interminables reuniones para negociar y fijar cada artículo de la Constitución, enfatizó que al final se imponían quienes más horas echaban, aun a costa de robarle horas al sueño, porque “las heroicidades siempre tienen una base pedestre”: “No éramos los que más sabíamos, sino los que menos dormíamos”. Palabra de Alfonso Guerra, testigo vivo de la Transición española.