Murcia Plaza

SILLÓN OREJERO

Juan Piqueras, promotor del cine popular en España, asesinado por los fascistas

MURCIA. Creo firmemente que las grandes controversias sobre el cine han muerto o están en estado comatoso. Desde que la tecnología ha permitido que cada persona pueda emitir con un canal de televisión en el salón de su casa, o más pequeño aún, en una habitación del hogar de sus padres, las grandes preocupaciones y dilemas del arte audiovisual han pasado a mejor vida. Hoy, la ejecución y distribución no pueden ser más baratas. Si hay que discutir algo son las motivaciones y educación de quienes distribuyen contenidos audiovisuales a nivel popular. También podemos preguntarnos qué espacio hay para la estética, pero en lo referente a la movilización todos los debates están superados desde que YouTube, entre otros, llegó a nuestras vidas.

Como amante del pasado, sin embargo, encuentro todas aquellas polémicas muy interesantes y, dentro de ellas, la revista española Nuestro Cinema es todo un tesoro. Con el subtítulo de "Cuadernos Internacionales de Valorización Cinematográfica" y al precio de una peseta, este cuaderno grapado en los años treinta de la República Española pretendía derribar los gruesos pilares que sostenían el cine comercial y su papel en la alienación de las masas, con todos los matices que tiene esta misión especialmente hoy, cuando la cultura popular es sagrada y la intelectualidad se cuida muy mucho de mirarla con desprecio y desdén

Tengo algunos ejemplares de esta publicación y me encanta leerlos. En su número de octubre de 1932, me parto de risa cuando veo un reportaje con encuesta sobre el estado de la cinematografía y el funcionario y cinéfilo comunista Fernando G. Mantilla contesta que se encuentra en "crisis profunda, de artistas, de contenido y de orientación", en primer grado por culpa de "los americanos, que unen al delito de su constante propaganda imperialista las temporales indigestiones o empachos de técnica europeizante", para luego disparar a "Los franceses, con intelectuales fríos e inhumanos como René Clair", y "los alemanes, comenzando por el virtuosismo de Murnau y terminando por la fantasía desorbitada de Fritz Lang" para concluir "al cine actual le falta sencillez y profundidad; solo las (femenino en el original) documentales nos han compensado algo durante las últimas temporadas".

Podría ser el lema de El Cabecicubo, la columna en la generalmente ofrecemos reseñas sobre documentales en esta publicación. El caso es que tan grandioso espacio de debate en los años treinta fue una creación de Juan Piqueras. Natural de Campo de Arcís, Requena, este valenciano personificó como nadie la tragedia española de esa década. Una trayectoria que por fin tenemos en negro sobre blanco gracias al libro Los años imposibles (Barlin, 2022), de Enrique Fibla Gutiérrez. Un ensayo que cubre diferentes etapas del personaje y desde varios enfoques para explicar su obra y su contexto social y cultural.

Posiblemente la página más impactante del ensayo sea en la que viene la quema de libros que se produjo, oficialmente y cubierta por el ABC, en la Universidad Central de Madrid en abril de 1939. Obras que, decía el diario, "durante el dominio rojo sirvieron para corromper y engañar a las juventudes". El autor imagina que ahí podía estar la revista Nuestro Cinema. No es de extrañar, Piqueras desapareció poco después del golpe de estado del 18 de julio de 1936. Presumiblemente, y casi fuera de toda duda, fue asesinado en un paseo en Venta de Baños. La descripción del pijama que tenía que hizo su viuda y testimonios de testigos que recuerdan a un prisionero con ese tipo de prenda, cara y comprada en París, no dejan lugar a dudas. La investigación de Fibla es todo lo solvente que puede hasta que choca con el muro de la familia de los demás represaliados eso fatídicos días en Palencia, que se niegan a abrir el nicho en el que podrían estar sus restos.

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