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'El gigante del guisante y otros cuentos de Ucrania', de Valeria Kiselova y Yana Barabash

MURCIA. Desplazamontes, Tumbarrobles y Mueverríos. Y Kotigorosko, el gigante del guisante. Kotigorosko quizás nos suene menos, pero los primeros recuerdan mucho a una rondalla familiar, que cobra especial sentido en Castellón; también estos gigantes son tres: Tombatossals, Arrancapins y Bufanúvols. ¿Casualidad? En lo que a nuestro acervo cultural global se refiere, hay poco casual, y bastante de transmisión. Sin el poder de la omnisciencia, o al menos, sin una máquina del tiempo, es muy difícil, por no recurrir a lo imposible, rastrear estos contactos con absoluta precisión, pero lo cierto es que no es difícil imaginarlos: los seres humanos hemos sido pocos antes de ser tantos, y hemos ido explicándonos las cosas como buenamente podíamos. Los mitos nos ayudaron a crear un orden ficticio de las cosas, que si bien ficción, al menos nos permitía compartir verdades a las que asirnos. Los cuentos maravillosos, herederos de las leyendas o primos hermanos de estas, sirvieron a su vez para advertir sobre diferentes aspectos sociales, principalmente, de peligros: el peligro de fiarte de extraños, los peligros del bosque, de la holgazanería, del hambre. También ensalzaban virtudes, siendo una la más recurrente: la astucia, el ingenio. En un mundo mucho más elemental que el actual, y probablemente, a grandes rasgos, más peligroso (aunque depende), habla muy bien de nosotros el hecho de que, aunque la fuerza y la riqueza fuesen muy valoradas, cómo no, lo que acabe casi siempre venciendo sea la inteligencia. Personajes como la zorra (la rabosa del imaginario valenciano) son en prácticamente todas las tradiciones encarnaciones de la astucia, seres capaces de engañar al mismísimo diablo (que suele ser también un maestro del engaño, aunque engañable). Dar con la respuesta a un acertijo también es un detonante del éxito en este tipo de relatos populares. Porque como bien reconoce el saber popular: más vale maña. Y si no, unas mandíbulas repletas de dientes afilados también pueden servir. La falta de generosidad, al contrario que la astucia, suele llevar a la catástrofe al avaro de cuento. 

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