MURCIA. Murcia, supongo que al igual que cualquier otra tierra, se jacta de ser generosa con quienes llegan. O así ha sido hasta ahora. No otra significación simbólica tiene la Matrona del Almudí, que deja de amamantar a su propio hijo, para darle el pecho al extranjero hambriento. Bueno, dejando aparte la certeza de que tal iconografía no es otra que la Virtud Teologal de la Caridad, lo cierto es que tiene la Historia tres nombres señeros, adscritos a Murcia, que aquí quisieron anidar y coger naturaleza de origen. Se les acogió con los brazos abiertos. Son, el boloñés Jacobo de las Leyes, el pamplonés Jerónimo de Ayanz y el madrileño José Echegaray.
El primero fulgió en el siglo XIII. Fue jurisconsulto de Alfonso X. Llegó en el séquito aragonés de doña Violante de Aragón. Si no fue boloñés, en aquella Universidad se formó. El Rey Sabio le encomendó formar parte del consejo director de la Siete Partidas, que tenía por objetivo restituir el Derecho Romano en Castilla. Y eso hace de don Alfonso el primer renacentista europeo. Aún falta más de un siglo para que en la Literatura Universal aparezca Dante Alighieri. Alfonso y Jacobo se le adelantaron todo ese tiempo, y pusieron al Derecho por delante de la Poesía. Micer Jacobo quiso quedarse en Murcia y aquí afincó y casose con una Agüera, de las de Torreagüera. El Tribunal Supremo de España tiene una efigie del prócer en su fachada, que no es la del jardín; sino la contraria, la principal. Escribió un libro: Flores del Derecho, de precioso título. Y las Partidas le deben la Tercera, la del Derecho Procesal. Todo un señor, que eligió Murcia.
El segundo es Jerónimo de Ayanz, notorio héroe de guerra, soldado en los Tercios de Flandes, amigo de Felipe II e inventor. Su mejor faceta fue ésta última. Fue director general de Minas e ideó un lavado nuevo a las gangas de plata, que revivieron las minas del Potosí luengos años más. Diseñó un traje de buzo, impermeable por larga que fuese la inmersión, y que habría de servir para rescatar cañones de los fondos marinos profundos. Hizo el primer artilugio de aire acondicionado y dio con un aparato para desaguar las profundidades inundadas de las minas de todo el Imperio. Casó con murciana, en este caso con una Dávalos, y tuvo cuatro hijos, que fallecieron en la peste de 1603. Él mismo estuvo a punto de perecer un par de veces, en la guerra, y en una mina. Está enterrado en la Catedral de Murcia.
El tercer murciano de adopción fue el Ingeniero de Caminos José Echegaray, primer Premio Nobel español de Literatura. Fue político, más que ingeniero. Y como director general de Hacienda, fue quien introdujo el sistema de plicas para designar empresa adjudicataria de la obra pública, abandonando el dedo caprichoso del político como única razón de designación de empresa responsable. En una segunda fase creó el Banco de España. Siempre se sintió murciano, pues pasó desde los cuatro hasta los catorce años en nuestra ciudad, recién pasada la mitad del siglo XIX. España le debe no poca parte de su modernización en esa época. Viajó a Londres y París, para aprender y traer ideas a nuestra patria. Y, en el teatro, él mismo supo pasar del drama histórico truculento y heroico, a la comedia burguesa tipo Ibsen; por eso recibió el Nobel en 1904.
Jacobo de las Leyes, Jerónimo de Ayanz y José Echegaray son luces de primer orden de la inteligencia española, que quisieron ser murcianos. Nuestro agradecimiento, pues, a su decisión, mantenida siempre.