MURCIA. No hace falta irse a Sillicon Valley para encontrar en España entornos de trabajo en el que si no te ríes con las tonterías de quien esté al mando resulta que no trabajas bien en equipo o que no te has integrado. Lugares donde más importante que rendir bien es llevarse adecuadamente con quien señoreé por el lugar. Al fin y al cabo, las cargas duras de trabajo se las van a llevar los antipáticos. Uno de los cuentos de Twilight Zone que adaptó Spielberg para lo que aquí se tituló como En los límites de la realidad iba de un niño con poderes que a su alrededor tenía un grupo de adultos muertos de miedo por lo que pudiera pasarles. El chaval ordenaba y los otros se peleaban por cumplir sus deseos, que eran los delirios de un niño. Así, la casa donde residían era una locura surrealista. Pues bien, ese cuento de fantasía de terror de los años 60, con un remake en los 80, es ahora realismo soviético en montones de oficinas en Estados Unidos y también en la vieja Europa.
Capitan Swing ha publicado un libro, Disrupción: Mi desventura en la burbuja de las startups de Dan Lyons que aporta como ejemplo un caso real, narrado en primera persona, a todo lo expuesto. Se trata de un periodista de 50 años al que le habían invitado a marcharse del semanario Newsweek. El motivo, que le comentaban con demasiada frecuencia que con su sueldo podrían contratar a tres chavales. El error fue que en ese momento también su mujer perdió su trabajo, tenían además dos hijos que alimentar, y eso le obligó a ponerse a buscar con desesperación, que es muy mala consejera.
Entró en HubSpot, una empresa que vendía software para marketing. Es curioso, porque en Wikipedia tenemos que el Boston Bussines Journal la nombró Best place to work in 2012. Sin embargo, el cuadro que se encontró él fue el de una nómina insuficiente para vivir con autonomía personal en Boston, y un entorno de curro que solo se puede comparar a una guardería. Ya empezó mal desde el primer día. Nadie le recibió al llegar, tardó meses en ver a su jefe y en algo peor, en averiguar qué es lo que tenía que hacer, cuál era su cometido.
La mayoría de sus compañeros tenían una media de 23 años y la oficina estaba llena de futbolines, salas para echarse la siesta, había chucherías colgando de la pared y barriles de cerveza. Aunque cobraban poco, a ese inmejorable ambiente de trabajo con tantas gratificaciones había que añadirle que se le vendía a los trabajadores que estaban embarcados un proyecto definitivo que daría la campanada y cambiaría el mundo. ¡Estaban entre los elegidos! Para este hombre, estos discursos motivacionales sumados a que sus compañeros se los creían le llevaron a la conclusión de que había ingresado en una secta.
En lo sucesivo, lo mismo que se iba percatando de que si no aparecías en las fiestas al día siguiente te miraban mal, que si no te emborrachabas con ellos es porque no sabes trabajar en equipo, también iba viendo que la falta de profesionalidad estaba en cada esquina. Si hacía algo que no le gustaba a la responsable de relaciones públicas esta se podía enfadar y era mejor llevarse bien con los demás que cumplir con unos mínimos criterios profesionales. Un fenómeno que funciona también al revés, puedes ser totalmente negligente, que mientras te lleves bien con la persona adecuada todo irá sobre ruedas.