Cartagena

Este es el testimonio de Magdalena tras estar cinco minutos clínicamente muerta

La protagonista de esta experiencia cercana a la muerte sobrevivió a un accidente mortal de necesidad

  • Imagen de la visión de una experiencia cercana a la muerte recreada con IA
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CARTAGENA. Magdalena Espejo Solano, natural de Cartagena, es una de esas personas que no dejan de sorprenderte. Nuestros caminos se unieron allá por el 2019 cuando realizó conmigo una de esas Rutas Misteriosas que tanto enganchan a la gente -Cartagena Misteriosa- y desde entonces hemos compartido experiencias que a más de una persona les dejaría con la piel helada. Una de esas y, bajo su total consentimiento, os traslado en este artículo. Fue un hecho traumático y que ha tardado tiempo en poder compartir pero que, debido a la fuerza del testimonio, creo que ha llegado el momento de que vea la luz. Sólo os adelanto una cosa: volvió de entre los muertos fruto de una serie de casualidades de las que podemos decir que, si no llega a producirse una sola de ellas, no hubiera sobrevivido a un fatídico accidente, mortal de necesidad, y que la llevó a estar clínicamente muerta durante cinco largos minutos.

 

Hemos de hacer un pequeño viaje en el tiempo para encontrarnos a Magdalena recorriendo con su coche el mismo camino una y otra vez en la carretera de Cartagena-La Palma, en donde ella tenía su trabajo. Es el año 2005, un 25 de mayo a las cinco de la madrugada. Muy cansada, con mucho sueño a consecuencia de estar todos los días cuidando a su tío Francisco en el Hospital Perpetuo Socorro de Cartagena. Entre su madre y ella estaban con este familiar postrado en una cama fruto de una enfermedad terminal.

 

En esos momentos Magdalena trabajaba una media de doce horas diarias, con jornadas inhumanas en el campo que, además, cobraba por horas, las cuales aprovechaba hasta el último instante, pues necesitaba el dinero. Tras su jornada de trabajo a temperaturas que rondaban los cero grados llegaba a su casa, preparaba la comida del día siguiente y de nuevo al hospital para relevar a su madre y quedarse con su tío hasta que su madre volviese, ocho horas más tarde, y otra vez a empezar. El cansancio acumulado en los meses hizo estragos en la propia salud de Magdalena. Se daba la circunstancia, además, que estaba recogiendo a unas compañeras de trabajo cuyos vehículos se encontraban en el taller: Cati y Ana.

 

Ese día, en la puerta de la casa de Cati se entera que su amiga se encuentra enferma y que no va a poder ir a trabajar. Por su parte, Ana libraba ese día por lo que tampoco iría a trabajar. Magdalena se encontraba sola en los últimos seis kilómetros antes de llegar a la fábrica donde trabaja, hecho que la inquietaba pues contaba con el parlamento de sus compañeras de trabajo para evitar dormirse al volante, a sabida cuenta del cansancio acumulado en los últimos diez días.

 

Continúa su habitual camino por el puente del ferrocarril y al llegar a la rotonda del polígono industrial La Estrella percibe un pequeño mareo, pero ella no se detiene pues no desea llegar tarde. A los pocos metros ve el cartel de Cocinas Emilio y el pequeño puente con la rambla que lo antecede. Serían sus últimos recuerdos.

 

Este es el testimonio que acontece a continuación: “En ese momento se para el tiempo, no recuerdo qué pasó, pero sí que sentí un dolor muy intenso en la cabeza y un crujir en mis costillas. Después reinó el silencio más absoluto. La nada, el vacío. Voy flotando, pero no siento mi cuerpo. Todo está oscuro, pero sí noto que floto porque me estoy viendo enfrente de mí. Si voy como volando, ¿cómo es posible que no sienta ni siquiera una leve brisa rozándome?, es todo muy raro, demasiado raro y vacío. Así me parece estar una eternidad, horas quizás, pero no estoy segura. De repente escucho una voz muy, muy lejana que dice: Tiene pulso, tiene pulso. Quiero responder a esa voz, pero no puedo. Estoy en un agujero del que quiero salir, pero no encuentro la salida. Pasa otra eternidad".                                                                                           

 

Magdalena sigue contanto: "Veo como alguien me mueve, es una sombra que tengo enfrente, me están tocando la cabeza, la noto como mojada, no está seca. De nuevo una voz lejana grita algo de una hemorragia, pero no entiendo qué significa, sólo siento y veo que me están apretando la cabeza. Me siguen moviendo, aunque no noto nada, sólo lo veo en una imagen no es muy clara. Me esfuerzo en que salga voz de mi cuerpo, pero ni siquiera yo me oigo. Sigo estando en el vacío y llega nuevamente el silencio.

Estoy cayendo en un agujero aún más oscuro que antes, ¿qué ocurre?, es aún más estrecho, me ahogo, las piernas me tiemblan, lo estoy viendo, pero no lo siento. No puedo parar, me voy cada vez más hacia abajo y un pinchazo similar a una descarga eléctrica me hace abrir los ojos y dar un grito. Esta vez sí que me oigo".

 

"Otra vez vuelvo a escuchar voces: ha vuelto, está temblando de frío. Esta vez están más cerca y yo ya no veo nada enfrente de mí. Noto cómo me envuelven en algo raro, como plástico. Empiezo a llorar porque ¡¡¡siento frío!!! y me voy encontrando un poco mejor. Ya no estoy en ningún agujero, no veo nada, es como si me hubieran tapado los ojos y tengo mucho sueño", narra.

 

"…Cuando desperté del coma no sabía dónde estaba ni qué había pasado. Todo el mundo a mi alrededor lloraba. Mi madre me mojaba la cara con sus lágrimas y hacía mucho ruido y mi padre me asfixiaba abrazándome con la cabeza encima de mi pecho. Les reconocí enseguida pero no entendía nada. La mascarilla de oxígeno me agobiaba, pero no me dejaron quitármela. El cinturón de seguridad me había salvado, pero también me había aplastado todos los huesos que abarcaba, hundiéndolos hacia dentro".

 

Tras un largo proceso nuestra protagonista pudo recuperar aquello que ese fatídico día casi pierde. Una experiencia digna de recordar

 

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