MURCIA.- Mayo de 1973. Un guión malo, un director mediocre (J. Lee Thompson) y un presupuesto de ir por casa dieron lugar a una película en la que el actor más conocido iba disfrazado (Roddy McDowall). En contra de lo esperado, fue un éxito de taquilla. Increíble, pero Batalla por el planeta de los simios —la quinta entrega de la saga que comenzó en 1968 con la adaptación del libro del francés Pierre Boulle por Franklin J. Schaffner— parecía indicar que el público tenía mono de monos. Solo había un problema: el arco argumental había quedado cerrado. Ya se sabía qué había pasado desde que el equipo de coronel Taylor (un genial Charlton Heston) aterrizara en ese mundo al revés en el que los simios dominaban el planeta.
De hecho, como estrategia de marketing, la película se había lanzado como el «episodio final». Por aquel entonces no existían ni los remakes, ni los in-between ni todos esos trucos que se saca Hollywood de la manga para alargar las series de éxito. Y como por no haber, no había ni vídeo, la gente no podía pegarse algo tan moderno como un binge-watching empalmando película tras película.
En eso que llegó el productor Stan Hough y tuvo una genial idea: hacer los mismo pero en televisión. La iniciativa, la verdad sea dicha, no era nueva. Arthur P. Jacobs (productor de toda la saga cinematográfica) llevaba acariciando la idea desde el estreno de Huida del planeta de los simios (1971), dirigida por Don Taylor, que había sido concebida como el final de la saga: los simios viajaban a la tierra y dejaban un retoño que, el espectador adivinaba, sería el encargado de liarla parda. Pero Jacbos murió antes de culminar su proyecto, así que los derechos acabaron en manos de la 20th Century Fox que, con la llegada de Hough, decidió que había llegado la hora de empezar a ordenar a los monos, pero en pequeño formato.
Con la idea ya cerrada, los productores dieron lo mejor de sí mismos. Por ejemplo, de la serie solo se recuperaría a un protagonista, Roddy McDowall, que tras haber interpretado al mono Cornelius y luego el mono Caesar, ahora sería el mono Callen. Por lo que respecta el guión, tenían sobre la mesa el desarrollo de la serie firmado, nada menos, que por el gran Rod Sterling (de la serie La Dimensión desconocida, más recordada como The Twilight Zone). Por lo visto, no le hicieron mucho caso pues tenía una idea que era una carta ganadora: si en la serie para la gran pantalla solo sobrevivía un astronauta, en la televisión ¡los supervivientes serían dos! Por cierto, dos actores, Ron Harper y James Naughton, semidesconocidos (antes y después de la serie, dicho sea de paso).
Para la serie, la productora lanzó toda la artillería pesada. La campaña de marketing fue brutal y, en una estrategia que luego copiarían George Lucas y la juguetera Hasbro, se lanzó a la venta todo tipo de productos, desde muñecos a las maletitas esas de llevar el almuerzo tan queridas por los americanos.
Y llegó el 13 de septiembre de 1974. En la CBS, los ejecutivos tenían listas las calculadoras para ver en cuánto se traducía en ingresos por publicidad los 250.000 euros de cada uno de los 14 episodios de la primera temporada. Y llegaron las 20 horas del viernes (el prime time de los prime times para una serie familiar como esta). Y cuando comenzaron a escucharse los primeros acordes de una sintonía encargada nada menos que al argentino Lalo Schifrin (Misión Imposible, Operación Dragón, El exorcista) parecía que estaba tocando la orquesta del Titanic. La serie fue un fracaso y se canceló en diciembre. El último capítulo ni se emitió.