MURCIA. No, no tema el lector de estos 'ayeres', que por esta vez no vincularé la ciudad inaccesible que habitamos al título de esta crónica semanal. Porque en esta oportunidad la clausura de la que escribimos se refiere a la monjil, y no a la que padecen quienes quieren entrar a nuestra ciudad o los que queremos salir de ella (el viernes pasado, media hora de reloj para alcanzar la autovía).
Hace casi ocho años, en los últimos días del Año Jubilar de la Vera Cruz de 2017, el anterior al que comenzará el próximo mes de enero en Caravaca, se dio la curiosa circunstancia de la peregrinación de las monjas de clausura de la Diócesis de Cartagena hasta la basílica caravaqueña, habiendo obtenido para ello la oportuna dispensa episcopal.
A ganar el jubileo concurrieron desde conventos de la ciudad de Murcia y alrededores las monjas canonesas justinianas del monasterio de Madre de Dios, situado en el polígono Infante don Juan Manuel; las capuchinas de la Exaltación del Santísimo Sacramento, que se emplaza en el Malecón, junto al colegio de los Maristas; las dominicas del céntrico monasterio de Santa Ana, en el arranque del otrora denominado 'tontódromo'; las benedictinas de Nuestra Señora de la Fuensanta; las carmelitas descalzas de la Encarnación, a las puertas del recinto del Santuario patronal; y las franciscanas de Santa Clara, vecinas de las dominicas en el centro de Murcia.
Aunque la noticia no las citaba, por ausencia o por olvido, no acaba ahí la nómina de conventos de clausura que alberga el municipio murciano, ya que hay que añadir a las agustinas del Monasterio del Corpus Christi, en San Andrés; y las franciscanas de Santa Verónica y de San Antonio, ambas en la subida a la Fuensanta desde Algezares, antes de iniciar la cuesta del Santuario.
"Murcia, la ciudad, su monte y su huerta albergaron en el siglo XVIII hasta 24 conventos"
Claro que a ese respetable número de conventos de clausura se podrían sumar los desaparecidos a lo largo de la historia, de forma que aún podríamos ampliar la nómina. Según la relación elaborada por el profesor Raimundo Rodríguez de la Universidad de Murcia, la ciudad, su monte y su huerta albergaron en el siglo XVIII hasta 24 conventos, sumando femeninos y masculinos, lo que la convertía en la decimocuarta ciudad de España con mayor presencia de este tipo de instituciones, lejos de las primeras de la lista que encabezaban Sevilla, con 68 nada menos, y Madrid, que llegaba a los 64.
De aquellos 24 conventos, 9 eran femeninos, los mismos que en la actualidad, con la salvedad de la desaparición de las monjas isabelas, que tuvieron su asiento en la actual plaza de Santa Isabel. De aquél cenobio de franciscanas toma el nombre, y la aparición de las benedictinas, que vinieron a ocupar el antiguo Hotel de la Fuensanta en el año 1978.
Sin embargo, la mayor parte de los conventos fueron fundados mucho antes de ese siglo XVIII, por más que la inmensa mayoría de sus edificios dataran de esa época, en la que se renovó por completo el aspecto de la ciudad, convirtiéndola en un gran escenario barroco.
Siguiendo la relación de fundaciones que llevó a cabo el conde de Roche a finales del siglo XIX, el primer convento de monjas que se estableció en Murcia en el mismo año de la definitiva reconquista, en el año 1266, lo fundó el rey Alfonso X el Sabio, concediéndoles a las franciscanas clarisas para su instalación la mitad de uno de los palacios de los reyes musulmanes y todo el jardín. El terreno que hoy ocupan lo poseen desde 1290, al menos.
Fueron las antonias las segundas en instalarse en Murcia, y lo hicieron en el año 1435. De su convento de la calle de San Antonio queda la iglesia, que adquirió y arregló el recientemente fallecido fundador de la Universidad Católica, José Luis Mendoza, una vez que las monjas se marcharon provisionalmente a Los Jerónimos y definitivamente al nuevo convento de Algezares. Poco después, en 1443, quedó constituido el convento de las isabelas en la preexistente ermita de la Visitación de Nuestra Señora.
Todavía dentro del siglo XV llegaron a Murcia las justinianas de Madre de Dios, con fundación del deán de la Catedral, Martín Selva, en el año 1490, y que tras ser demolido su cenobio se marcharon a los confines del Infante don Juan Manuel. Y en el mismo año también fundó el deán el convento de dominicas de Santa Ana, cuya iglesia actual fue inaugurada en 1738.
Junto al mercado que tomó de ella el nombre se alza la iglesia de Verónicas, con su bonita portada de 1755 medio oculta por la estrechez de la calle. Fue fundado el convento, que aprovechó como contamos parte de la muralla y torres de la ciudad para su alzado, en el año 1529.
"Las capuchinas llegaron a Murcia el día 28 de junio de 1645 y su iglesia fue destruida durante la Guerra Civil"
El de las monjas agustinas, que mantiene su monumental conjunto en su integridad, aunque parte de sus dependencias hayan sido reaprovechadas para otros usos, como la Escuela de Hostelería de Cáritas, se fundó en el año 1616 en la ermita de San Ginés, que se encontraba en la plaza del mismo nombre, en el linde entre San Andrés y San Antolín. Estuvieron las monjas en ella poco tiempo, pues el día 29 de junio del mismo año se trasladaron al actual convento, cuya iglesia se estrenó el 13 de octubre de 1729.
Finalmente, las capuchinas llegaron a Murcia el día 28 de junio de 1645, y su iglesia, que estuvo donde hoy se alza la Delegación de Hacienda, era de 1687, y fue destruida durante la Guerra Civil. Hoy, como queda apuntado, tienen su sede en el paseo del Malecón.
Haciendo recuento, de los nueve conventos femeninos existentes en el siglo XVIII sólo quedan cumpliendo sus fines originales en el centro de la ciudad los de las monjas Claras, Anas y Agustinas. La iglesia de las Verónicas es hoy una sala de exposiciones y la de San Antonio la utilizan las Comunidades Neocatecumenales. Los demás fueron destruidos por completo.
En aquella peregrinación de los días finales del Año Jubilar de 2017, con la que comenzó este relato conventual, las monjas de clausura de la Región coincidieron en Caravaca de la Cruz con las fuerzas de la Legión acuarteladas en Almería, peregrinas también en ese mismo día, dando lugar a una curiosa, inesperada y singular confluencia de personas dedicadas a la oración contemplativa con otras ocupadas en el ejercicio de las armas para la defensa nacional.
Y ante la clausura de Murcia, la otra clausura, en la que vivimos en nuestros días, se me ocurre clamar: ¡A mí la Legión!