MURCIA. En el norte de Alemania, a 90 kilómetros al norte de Berlín, se encuentra Ravensbrück, un campo de concentración nazi dedicado exclusivamente para mujeres. Operativo desde 1939 hasta 1945, este lugar fue parte del sistema de campos de concentración y ocupaba el segundo lugar en tamaño después del campo de mujeres de Auschwitz-Birkenau. Construido entre noviembre de 1938 y abril de 1939, Ravensbrück fue el campo de concentración más grande en Alemania.
El grupo más grande consistió en 40.000 mujeres polacas. También había 26.000 mujeres judías de varios países, incluyendo 18.800 rusas, 8.000 francesas y 1.000 neerlandesas. Más del 80% eran presas políticas. Entre ellas, se estima que pasaron por Ravensbrück entre 200 y 400 exiliadas españolas tras la Guerra Civil, la mayoría de ellas capturada por las SS tras la caída de París. Algunas de ellas por el hecho de ser españolas y tener la mala suerte de tropezarse con un nazi convencido durante un paseo, otras, por su colaboracionismo activo en la resistencia, pasando información de un sitio a otro de la ciudad y documentaciones falsas para ayudar a sus camaradas, encontradas a causa de un chivatazo de alguien que quería salvar su propia cabeza de las garras del Tercer Reich.
Los nazis convirtieron Rabensbrück en una ciudad, organizada en barracones en los que reinaba la miseria y por oficios: estaba el de las que trabajaban en la fábrica de munición, en la fábrica textil, en la incineradora del campo e, incluso, en el prostíbulo. También estaba el barracón que ellos llamaron como “las locas”, mujeres obligadas a prostituirse que no podían aguantar aquellos sufrimientos. Como cuenta Fermina Cañaveras en su novela El Barracón de las Mujeres, muchas eran obligadas a prostituirse y mantener relaciones con soldados de las SS hasta unas diecisiete veces al día en unas condiciones inhumanas a pesar de que, las que eran elegidas como Fiel-Hure –en español, “puta de campo”, que era el tatuaje que les hacían en el pecho para diferenciarlas– tenían derecho a desinfectarse diariamente simplemente para no infectar de las chinches, piojos y pulgas a los soldados.
Una de las presas que pasó por Ravensbrück fue Catherine Dior, hermana del diseñador Christian Dior. A finales de los años 30, Catherine y Christian vivían en París, pero cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, regresaron al sur de Francia para cultivar verduras que vendían en Cannes. Fue entonces cuando la vida de Catherine cambió para siempre: conoció a un apasionado miembro de la resistencia francesa. A pesar de ser una década mayor que ella, estar casado y ser padre de tres hijos, Catherine se enamoró de él y pronto se unió a la resistencia.
Utilizó el apartamento de su hermano en París para celebrar reuniones clandestinas de la Resistencia. Las cosas fueron bien durante un tiempo, pero luego, en 1944, fue detenida y torturada por la Gestapo. Sorprendentemente y a pesar de las armas de tortura nazi, nunca traicionó a ninguno de sus compañeros. Los nazis la enviaron a una prisión francesa y, más tarde, a una serie de campos de concentración: Ravensbrück, Torgau, Abteroda y, finalmente, Markkleeberg en 1945. Christian trató repetidamente de conseguir su liberación, pero no lo consiguió. A medida que se acercaban los aliados, los prisioneros restantes fueron enviados a una marcha de la muerte, pero, de algún modo, Catherine consiguió escapar y finalmente regresó a París.
Poco después de que Catherine y Christian se reencontraran, este último presentó en 1947 la colección que definió el histórico New Look, que marcó una época. Ella es esa imagen mítica de una mujer con chaqueta y pamela blanca y falda negra que es el sumun de la elegancia de un tiempo y el recuerdo de una época.
El mismo año que se lanzó el New Look, nacía Miss Dior. Tras la liberación aliada de los campos de concentración nazi, Catherine emprendió un largo viaje hacia París. El nombre del perfume se debe a Catherine: se cuenta que, mientras Christian estaba reunido con su colega Mizza Bricard, Catherine entró en la sala cuando consiguió volver a París y Bricard exclamó: “¡Ah, aquí! ¡Miss Dior!” Por eso Christian siempre decía que Miss Dior huele a amor, porque nació tras volver a ver a su hermana.
Ravensbrück es un sombrío recordatorio de los horrores del Holocausto y la brutalidad que sufrieron las mujeres en este oscuro período de la historia. Su memoria debe perdurar como una advertencia contra la intolerancia y la violencia. Miss Dior es el ejemplo de cariño, sentimiento y volver a ver que sintieron muchas personas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial porque tras el se cuenta una historia de hambre, miseria y miedos, pero también de resistencia, sororidad entre hermanas –en los barracones nacieron hermandades que permitieron la supervivencia– y lucha que huele, como decía el modista, a amor.
Y así, sin más, ¿a qué huele el amor? Si me preguntan a mí, lo tengo claro. El amor no huele a lo que nos han hecho pensar. El amor admite muchas combinaciones, muchas más de las que creemos. Vivir en pareja no es el único amor posible. El amor, si me preguntan a mí, huele a supervivencia.