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Miqui Otero: "La escritura hipermasculina está en crisis"

6/05/2024 - 

MURCIA. Quedan apenas un par de meses para el verano; para que, en algún pueblo, en alguna verbena, tras un episodio de verborrea provocada por el calor, el alcohol y la sensación de recreo, un brindis entre dos personas resuelva un problema enquistado años atrás. Seguramente también se generarán conflictos nuevos, como los provocados por envidias, o por las sorpresas que todos los años se reserva el amor adolescente.

Miqui Otero contextualiza su última novela, Orquesta (Alfaguara, 2024), precisamente en la verbena de un pueblo de Galicia. Todos los personajes son importantes, todos los personajes cuentan. Pero sobre todo cuenta la música, que se convierte en narradora casi omnisciente de los claros y los oscuros de la microsociedad que se reúne al calor de los grandes éxitos de ayer y de hoy.

Sobre la construcción del espacio, el proceso de conformación de la voz narradora, y otros pilares de la novela, Otero charla con Plaza.

-La primera pregunta que te quería hacer es, claro, sobre el papel de la música en la novela. Todos sabemos que tiene el poder de narrar, pero tú le das la autonomía de ser omnipresente y de tomar una potestad mayor.
-Sí. Cuento siempre el momento en el que me di cuenta que quería hacer esta novela, pero me parece importante: fue escuchando probar el sonido a una banda; me di cuenta de que la canción era muy buena, pero cuando tocaba el baterista o el bajista, la música parecía estar fuera, y la vez resonaba dentro, en la caja torácica. Entonces me imaginé que la música estuviera dentro y fuera de nosotros; cómo sería una narradora que fuera la misma música. Yo quería alejarme de la primera persona, pero mantener mi forma cercana de describir lo que sienten las personas. Y pensé que la música podía ser eso. 

La música está dentro de nosotros y puede hacernos sentir lo que siente cada uno. Pero también necesitaba que la música estuviera fuera, que se meta en todos los rincones. Así fui descubriendo sus posibilidades como narradora.

-A veces, las letras de las canciones interrumpen el texto y se entremezclan con la trama, pero da la sensación de que no añade ruido la trama, sino que suena de fondo.
-Me interesaba que esa primera idea que te he contado evolucionara. Al principio, cuando empecé a incluir versos, la única ambición era describir lo que escuchaba —como un ladrido, por ejemplo. Pero pronto me di cuenta de que, según los versos que elegía, podía tener otras funciones, como marcar la evolución de la noche, las edades o las personas que participaban en la fiesta. 

Luego también estaba la capacidad mnemotécnica de la música, como cuando el tapón de una botella te transporta a un recuerdo. La música tiene una gran capacidad de transportarte, incluso más que los olores. Y me di cuenta de que también podía usarla para eso.

Lo que empezó siendo la banda sonora del relato, acabó siendo una forma de intervenir en él, una forma de describir y proponer una reacción. El juego se fue sofisticando cada vez más, o simplemente yo me iba divirtiendo más con él; y al final los versos adquirieron una función cada vez más importante.

-Los muy verbeneros conocemos las fases que tiene una orquesta (los pasodobles, los hits, el final rockero, etc.), y en la novela las vidas de los protagonistas también evolucionan junto a esas fases. ¿De qué manera la escritura formalmente también tiene esas fases, las de la noche y la verbena? 
-Ya en Simón hice algo similar: la novela empezaba de una manera como muy fotogénica, muy mágica, casi como un cuento; y a medida que el personaje maduraba e iba tomando conciencia de las cosas, el estilo iba cambiando, como aterrizando y siendo más contemporáneo.

Aquí pasa un poco lo mismo. Una apertura un poco clásica, con un personaje, el Conde, que representa más la cultura clásica; luego, a medida que avanza el texto, la historia se va contaminando de otros tonos… Más macarras. La novela se va adaptando a la edad que tiene el personaje que interviene en cada momento; también al momento de la verbena y a la música que suena.

-El personaje de Miguel podría plantear la trampa de creer que es el que más podríamos relacionar contigo. Me pregunto si no te identificas más con el niño, que es quien pasa la noche recogiendo las historias de los demás.
-La novela sugiere que somos todas las edades a la vez. El pasado nunca muere, el presente es una acumulación de pasados. A los 30, en las verbenas a las que acudimos, notamos el paso del tiempo; y entre los niños distinguimos al niño que fuimos. Somos una multitud de nuestros pasados, una acumulación de lo que fuimos.

Mi alter ego, Miguel, tiene la mitad de la vida por delante (siendo optimistas). Mira a un lado y ve a un abuelo de 80 años, y en otro a un bebé de 8 meses. Intenta entenderlo todo, recordando sus etapas pasadas y anticipando las venideras.

Pero claro, también soy ese niño que busca la historia de cada uno. Yo fui, de hecho, ese niño: siempre me ha gustado más hablar con los abuelos que con mis contemporáneos. He sido un niño viejo desde siempre. Soy el que escucha las historias, el que las provoca, incluso sin hablar.

Foto: Martin Kraft

-Después de unos años en el que hemos leído mucho de la literatura del yo, ahora parece que los relatos polifónicos toman un cierto protagonismo. En tu caso, no solo abordas un relato polifónico, porque como escritor siempre requiere cierta complejidad, sino que además esa polifonía es de personas de generaciones muy diferentes, con problemas y traumas muy diferentes. Háblame de eso. 
-Te puedo decir de eso que casi es el primer impulso de la novela, más allá de la elección de la música como narradora. Ligado a eso también está el pensamiento de que la música popular es como el esperanto, un lenguaje común entre todos los personajes. 

No quiero ser quien diga desde una atalaya que qué mal está el mundo, pero algo que me irrita mucho (y cuando digo el mundo quiero decir las redes sociales, pero también los bares) es que parece que todo está muy segregado por la edad. Por edades, por gustos, o por una serie de factores. Y creo que la literatura no se debería contagiar necesariamente de eso. La literatura tiene que ser ancha y arrastrar a la diversidad de la vida.

Yo no quería arrancar a escribir desde el yo, sino desde una especie de nosotros. Y eso es complicado. Porque quien defiende el nosotros puede ser el fascista que defiende el valor de la normalidad penalizando la disidencia, y el que dice que donde está la poesía es en el costumbrismo, y toda esta basura. Yo no quería caer en eso. Una de las razones por las que la novela sucede en una verbena es porque no se me ocurría otro sitio donde hiciera coincidir a gente tan distinta.

-¿Por qué una novela tiene bibliografía?
-Por pagar deudas. Por ponerte un ejemplo, mis primas mayores fueron las que me contaron de pequeño todas las leyendas gallegas para meterme el miedo en el cuerpo. Pero yo no tenía el rigor suficiente para contarlas, así que leí mucho sobre ellas. También sobre temas forestales, y tantas otras cosas. Por otra parte, la novela intenta ser un elogio de la sabiduría popular y de la transmisión oral de aquello que no sale en los libros, así que fui allí y me asesoré con la gente mayor del valle, con la voz del sabio.

Yo soy muy de pagar las deudas, y además me servía como cierta prevención con el hecho de ser un poco paracaidista, y demostrar que las carencias que pudiera tener las he intentado suplir con emoción, honestidad y rigor también.

-Háblame de la luna, que es una metáfora que atraviesa toda la novela.
-Muestro la luna una y otra vez como un ojo que observa todo. Quería que la imagen de la luna mutara: la luna siempre parece la misma, pero es diferente para cada uno. La luna es como un ojo que mira todo en todo momento, y casi insinúa que pudiera influir en nuestros comportamientos. Por otra parte, tanto las metáforas variantes de la luna como otros elementos funcionan como pequeños estribillos en el estilo de la novela. Son como pequeñas frases, ideas o motivos que se repiten y te recuerdan dónde estás.

-Fijándome en las metáforas, de las que haces mucho uso, se ha generalizado la sensación de que utilizar muchas metáforas sea más propia de una escritura más masculina. Pero tus metáforas son inocentes, y no están cargadas de ese egocentrismo o maldad.
-Lo que odio es cuando las metáforas son clichés, cuando no tienen valor porque han sido usadas demasiadas veces. Hay algunas que tienen una intención económica. Por ejemplo, en una novela se describía la barra de un after como “la cantina de Star Wars”. Es una metáfora muy pop, pero solo diciendo esta frase te ahorras dos páginas de descripción.

Otras tienen una ambición poética. Quiero que mi escritura sea bonita. Que sea bonita pero que diga algo. Que genere una imagen sorprendente que lector se sonría pensando, por ejemplo, “mira, la luna era esto”.

Es algo, en todo caso, en lo que estoy en lucha, porque no me gusta esa escritura gratuita de la que hablas. La escritura hipermasculina está en crisis, pero no dejo de ser un tío, de cuarenta-y-pocos años, blanco, heterosexual… ¡Lo tengo todo! Pero cada vez también lo tengo todo más en cuenta.

En Simón, la mejor amiga del protagonista le hace replantearse quién está contando la historia y parece que eso la recalibra y le da toda una mirada más femenina. Y no es postureo por mi parte: este debate está en mi grupo de amigas y amigos. Siento que en mi generación somos anfibios: hemos vivido una adolescencia donde se hacían, de manera natural, chistes machistas y homófobos, pero hemos tomado conciencia a tiempo real. Creo que como escritor, si quiero ser honesto, debo tomar esa conciencia a ojos del lector. No se puede escribir en 2024 sin plantearse este tipo de debates. 

-¿Cómo te influye estar cerca de la infancia para mantener esa mirada inocente?
-Cerca de la infancia he estado siempre, porque tampoco he acabado de madurar del todo. La paternidad me está influyendo mucho. Es como vivir por segunda vez todo por primera vez, de forma consciente. Miras a tu hijo dar una voltereta, decir una palabra o descubrir el clasismo, y eres un observador que lo ve desde fuera. Lo mismo que tú viviste pero sin ser consciente.

Esto influye en tu escritura, aunque no hagas la típica novela del padre con hijo. Te da una herramienta para mirarlo de otra forma. Ser padre está en todos los ámbitos de tu vida. Aunque no escribas específicamente sobre paternidad, toda tu mirada cambia totalmente.

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