MURCIA. Las migraciones de todos los tiempos se han movido a impulsos de las desgracias más diversas, en forma de catástrofes naturales, guerras, persecuciones políticas o ideológicas, crisis sanitarias, hambrunas… Y los seres humanos de todos los tiempos han dejado su tierra, su casa y su familia, en su totalidad o en parte, dando cumplimiento a eso que llamamos "buscarse la vida". Les mueve en muchas ocasiones el miedo. Y en otras, la búsqueda de un mañana mejor.
Buscándose la vida llegan hasta nuestras costas en los últimos años multitud de argelinos. Leíamos en la prensa del viernes, por ejemplo, que un aluvión de 17 pateras había traído a 243. Y después han llegado 50 más. Un drama, sin duda. Y un problema que las autoridades no acaban de afrontar con el suficiente rigor y la necesaria unidad de acción. Al contrario: la migración también es arma arrojadiza en la disputa política.
Seguramente, a algunos lectores les llamará la atención la ruta y procedencia de estas expediciones, porque hasta hace no tanto se hablaba casi siempre de gentes norteafricanas y subsaharianas que cruzaban el Estrecho. Pero es que entre que aquellas aguas están más vigiladas, que las cosas en Argelia no van nada bien, y que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, los argelinos que se atreven a ponerse en manos de las mafias para pisar Europa y pasar a Francia, su antigua potencia colonizadora, lo hacen cubriendo los alrededor de 200 kilómetros que separan su litoral del murciano.
También pesaron esas razones de proximidad relativa en el ánimo de quienes desde el sureste español viajaron a Argelia buscándose la vida durante el siglo XIX y parte del XX. En España se vivían tiempos agitados: la economía no iba bien; no faltaban las guerras civiles, pues lo fueron las tres contiendas carlistas y la cantonal; se hundían periódicamente sectores que habían generado mucha riqueza y mucho trabajo, como sucedió con la minería... Y mientras muchos se lanzaron a la aventura americana, los levantinos miraron a la cercana y próspera colonia francesa, y en especial al denominado Oranesado, con capital, como es fácil suponer, en Orán.
Era terreno abonado, pues desde la toma de la ciudad en 1509 por tropas españolas a las órdenes del cardenal Cisneros, con un paréntesis entre 1708 y 1732, en el que formaría parte del Imperio Otomano, y hasta 1792, aquél territorio fue español, con lo que quienes buscaron allí acomodo, a partir de 1831, encontraron un sustrato cultural fruto de dos siglos y medio de presencia hispana. Fue en esa fecha cuando Argelia se convirtió en territorio francés y Orán en uno de los polos fundamentales de la colonia.
Por eso, decenas de miles de colonos europeos se instalaron en ella, y muchos de ellos llegaron procedentes de España, en especial de la zona levantina y de Andalucía, lo que hizo que fuera la ciudad más europea de los territorios que dominaban los franceses y una de las más pobladas de toda Francia.
Un ilustre murciano que emigró a Argelia, y de forma reincidente, bien que por causas políticas, fue el gran caudillo huertano Antonete Gálvez. La primera fue en 1869, cuando llevado de sus ideales republicanos y federalistas se alzó en armas en la sierra de Miravete con el objetivo de la supresión de quintas y consumos. Cuatro días aguantó junto con 800 hombres hasta que rodeados y faltos de munición hubieron de abandonar posiciones y pretensiones. Condenado a pena de muerte, se embarcó en Torrevieja rumbo a Orán, de donde no regresó hasta la amnistía decretada en marzo de 1870.
Años después, fue la revolución cantonal la que llevó a Antonete a tomar de nuevo el camino hacia el norte de África. Cartagena, tras fuerte sitio y bombardeo, fue tomada por el general López Domínguez el 13 de enero de 1874, y Antonete huyó otra vez a Orán, junto a un número de cantonales estimado en unos 2.000, en la fragata Numancia, rompiendo el bloqueo de las embarcaciones Carmen y Victoria. Las autoridades francesas apresaron a la mayor parte de los huidos, y el caudillo cantonal tras ser recluido en la población de Guelma y conseguir un visado a Suiza, volvió a Torreagüera tras la amnistía concedida por Alfonso XII.
No fue la última vez que Gálvez se convirtió en refugiado político en Orán, pues al volver a tomar las armas en el castillo cartagenero de San Julián volvió a ser perseguido bajo pena de muerte y, de nuevo, regresó acogiéndose a un perdón regio.
Pero la mayor parte de los murcianos no tuvieron un paso por Argelia ni tan reiterado ni tan agitado. Fueron, sobre todo, gente trabajadora y sobria, agricultores en su mayoría, albañiles y obreros, antiguos mineros, pobres y analfabetos, que se instalaban en el Oranesado por el bajo coste del viaje y la certeza de encontrarse con amigos y familiares, además de lograr trabajo con facilidad. Trabajan como agricultores en los pueblos junto a los argelinos, y en las ciudades fueron comerciantes e industriales, llegando a abrir sus propios negocios, sus cafés, y hasta obteniendo el monopolio de algunas pequeñas industrias. Como escribió el investigador Djamel Latrouch, una emigración de a pie, espontánea, golondrina al principio y luego permanente. Una emigración de masas, de bajo coste y resistente el clima norteafricano.
Ahora, los descendientes de aquellos que convivieron en su país con nuestros ancestros son quienes cruzan a este lado del mar. Son otros los tiempos, otras las circunstancias. Pero vienen empujados por las desgracias, como fueron los nuestros allí.