No se alarmen. Por mucho que quiera jugar con la idea de quedarme a vivir en José Ignacio y no regresar a España de mi escapada uruguaya, adonde viajo para asistir a la boda de mi querida amiga Karina, confío en volver este mes con fuerzas renovadas, a seguir tirando del carro.
Les escribo desde el avión, con el pasaje medio sobado salvo dos bebés, que lloran los pobrecitos como es lógico, cuando llevamos ya nueve horas de vuelo sobre "el charco". Por cierto, que una amable azafata -bendita sea- me rescató de ir con los peques cantándome al oído en estéreo, y me dio el asiento de delante junto a un checo muy simpático, así que voy con las piernas estiradas y en la gloria.
Subirse a un avión es un ejercicio que convendría hacer con cierta frecuencia, porque oxigena la mente. En el momento en que despega, te das cuenta de tu insignificancia y en consecuencia de gran parte de los problemas que tanto te preocupan. Aquí estamos trescientas almas en manos de Iberia y de un par de pilotos, que por ahora parece que lo hacen bien. Atrás quedaron el despacho con su exigencia diaria, la familia, los amigos y algunos asuntos personales que ahora me parecen irrelevantes. Y verlos así ha sido gracias a eso, a haberme subido a un avión. Se lo dije a mi madre al despedirme: "Me voy en paz al viaje, no tengo cuentas con nadie". Y lo pasado, pisado, porque ya se sabe que agua pasada no mueve molino.
Les diré que, mientras iba con mi coche camino del aeropuerto de Madrid, en medio de la nada, cayó la noche y con ello noté que no me iban las luces cortas. Por suerte en unos kilómetros, con un poco de susto en el cuerpo y jugando con las luces largas, encontré un taller, en el que me cambiaron las dos bombillas fundidas en tiempo récord. 50 euros y a correr. ¡Quería llegar a Madrid a tiempo! Una pequeña anécdota para empezar una aventura.
Con esta perspectiva relativista de la vida, lo del Gobierno y las nada convincentes explicaciones de Sánchez acerca de cómo se fraguó la ley de amnistía y reconociendo que no estaba prevista en su campaña electoral, suenan a tomadura de pelo. Por cierto, lo vi en el Telediario con una cara desencajada, como de tener problemas para ir como un reloj. Doy por hecho que Sánchez debe de tener a varios miles de sus votantes cabreados por este motivo. Gente normal que no comulga con ruedas de molino y que, si depositó en él su voto, no fue al modo de quien extiende un cheque en blanco, para que él estirara ese mandato recibido y lo retorciera, poniéndose a la orden de un prófugo, que huyó como un cobarde de España en un maletero, dejando a sus socios tirados como una colilla y en prisión. Un tipo desacreditado -por sus obras los conoceréis-, que ha establecido una corte paralela en Waterloo, adonde acuden en peregrinación los emisarios de Sánchez con rogativas y a postrarse a sus pies. Puede que Sánchez ignore el dicho ése nada sutil de "cuanto más te agachas, más culo se te ve" y le venga bien recordarlo.
Lo cierto es que, si se le puede y debe reconocer algún mérito al susodicho presidente socialista en los últimos tiempos, es el haber conseguido cabrear a un montón de gente a la vez. Eso no es fácil de lograr. Ya ven que, además de las numerosas y nutridas manifestaciones callejeras y las quejas de decenas de asociaciones de juristas y Colegios profesionales, hasta el CGPJ está enseñando los dientes con el rechazo al fiscal general propuesto por el Gobierno, hecho hasta ahora insólito. Sánchez se ha pasado cuarenta pueblos con los jueces, al pretender que cometen errores pero que él, como garante de un presunto interés superior, los puede enmendar. Ahí la megalomanía y lo peligroso: se está arrogando derechos como líder absolutista, que no caben en democracia. Gracias al cielo que por ahí no van a pasar los jueces; se lo digo yo, que conozco unos cuantos y sé el tamaño de su ego. Entendámonos, después de Dios están ellos, no Sánchez, así que no le van a permitir el peligroso avance que pretende de cargarse de un plumazo no solo la Constitución, sino también la división de poderes, que dejaría la función de la judicatura en papel mojado.
Los senior del Partido Socialista también están totalmente en contra de la ley de amnistía, y la forma de defenderse del presidente es faltarles al respeto, insinuando que están chocheando, lo que resulta vergonzoso e inadmisible. ¡El PSOE discriminando a la gente por ser mayor, incurriendo en edadismos! Vivir para ver. ¿Cuándo se produjo esta invasión de los ultracuerpos por estos tecnócratas ambiciosos, amantes de Maquiavelo, en un partido de la raigambre y los principios que tuvo el PSOE tras el franquismo, ese PSOE hoy tristemente agonizante?
A Podemos también lo ha tirado al cubo de la basura, como el que pela un langostino y desprecia la cabeza, una vez chupado todo el jugo. ¡Ay, Montero y Belarra, que os ha borrado de un plumazo y os habéis quedado mirando al palomo y pataleando!
Siéntense a mirar y se admiten apuestas, porque estoy convencida de que la legislatura va a ser muy cortita. Especialmente si la UE se quita la caraja de encima, escucha a los cientos de miles de firmantes que ya se han decantado en contra de la ley y toma cartas en el asunto. Otra opción, como decía al inicio, es irse de España, pero ¿por qué vamos a hacerlo, si tenemos la gran suerte de vivir en un lugar al que muchos millones de personas querrían poder trasladarse? La lista de Forbes, dándoles los primeros puestos a cuatro ciudades españolas -Alicante, la segunda, después de Málaga y con Valencia en el tercer puesto y Madrid en el sexto- como los mejores lugares del mundo para vivir, nos ha puesto de moda en todo el mundo, lo que es un arma de doble filo. Esto no nos ha pillado por sorpresa, pues nosotros ya lo sabíamos. Ahora lo que hace falta es que sepamos disfrutarlo e impidamos que Sánchez tire por la borda el trabajo de varias generaciones en pro de la democracia española, con su complejo de César desatado.