MURCIA (EFE/Concha Tejerina). Nunca se planteó hacer medicina rural, sino Pediatría porque le gustan mucho los niños, pero una sustitución al terminar la carrera de Medicina para cubrir una vacante como médico en Albalat de la Ribera (Valencia) fue el detonante para que María Pilar March Leuba se dedicara durante más de cuatro décadas a la medicina "más cercana al paciente".
Nacida en València hace 69 años, March es la primera mujer que ha sido galardonada con el Premio a la Mejor Trayectoria profesional de Médico Rural que concede la Fundación del Colegio de Médicos de Valencia (ICOMV) y la Diputación de València, y que este año cumple su novena edición.
En una entrevista con EFE, esta mujer que durante sus 46 años de ejercicio ha trabajado como médico de familia en Benifaió (37 años) y durante otros nueve en localidades montañosas como Albalat de la Ribera, Quart de les Valls, Tous o Toga, y tras jubilarse a los 60 años sigue con actividad en la sanidad privada, anima a las nuevas generaciones de médicos a conocer la medicina rural.
"Siempre he dicho que tienen que pasar por ahí en sus prácticas y no estar solo en un hospital, porque a lo mejor no les gusta por desconocimiento. Yo lo conocí por casualidad y luego me quedé", asegura March, que recomienda a todos los médicos y estudiantes que no tengan "miedo y lo prueben un pequeño tiempo de su vida para comprobar qué es esa medicina, porque al conocerla igual les gusta y se quedan".
Fue la primera persona en su familia en estudiar Medicina, y aunque cuando hacía Bachiller le gustaban las matemáticas, las dejo "aparcadas" y optó por la rama sanitaria. Entonces había que entrar en una Escuela para optar a la especialidad de Pediatría y durante tres años estudió en el Hospital General e hizo prácticas en el Clínico.
"Pero cuando terminas todos estamos deseando hacer alguna sustitución y en el tablón de anuncios del Colegio de Médicos vi que ofrecían una de médico rural en Albalat de la Ribera por enfermedad", afirma para explicar que entonces tenía 23 años y con la ayuda de sus padres pudo trasladarse al pueblo y alquilar una casa.
Allí empezó a trabajar y "la cosa fue yendo bien", asegura María Pilar March, quien reconoce que había "tantísimo trabajo" y no se turnaba con nadie, por lo que su hermano iba ayudarle a hacer recetas porque todo, entonces, era manual. "Fue pasando el tiempo y me gustó porque ahí lo hacía todo, tanto niños como mayores".
Tras apuntarse en una bolsa de empleo de Sanidad para pueblos, le llamaron al año para hacer una interinidad en Quart de Les Valls y, después de quedarse "a las puertas" en el primer examen MIR, se presentó a una oposición de médico rural y la aprobó dos años después.
Posteriormente ejerció durante ocho meses en Tous (Valencia) y cuatro años en Toga (Castellón), donde atendía a los vecinos de ese municipio y de los cercanos de Argelita, Espadilla y Torrechiva durante las 24 horas del día: "Eramos de todo, médicos, enfermeros, matronas...". Después salió un concurso de traslado y optó por Benifaió, donde había un servicio de urgencias.
En unos años en los que aún no se había extendido Internet ni el uso de teléfono móviles, explica que se comunicaba por medio de una centralita o dejaba, en la puerta de su casa, carteles informando de que había salido, había ido a una urgencia o incluso de que se iba a duchar. "Radio macuto te encontraba, al final siempre me encontraban", recuerda.
"A los de mi época nos enseñaron que a un paciente, cuando entra en la consulta, debes ver su aspecto, cómo anda, el color de su cara, si tose... hablar con él y escuchar mucho. Después, pensar si pides unas pruebas o ya tienes el diagnóstico", explica para añadir que es importante dedicarles tiempo "y no mirar el reloj".
Considera que la de médico rural es la especialidad más humana, cercana y empática con los pacientes, y recuerda que fue muchas veces a sus casas para atenderlos y era "una tradición" para ella ir a verlos cada día para saber cómo estaban.
Asegura que durante el tiempo que estuvo trabajando en los distintos pueblos siempre recibió el cariño y la ayuda de sus habitantes, lo que le permitió compaginar su vida laboral con la familiar -tuvo a sus dos hijas cuando trabajo en Toga-, aunque lamenta que la despoblación que sufren muchos municipios sea por la falta de escuelas.
Recuerda que cuando estaba trabajando en Toga le avisaron de que en Espadilla había caído una mujer en un bancal del río y fue hasta el lugar con un maletín que compró con su marido, también médico, ya que no les facilitaban material, y al llegar al lugar vio que la víctima podría sufrir una lesión en el cuello porque no sentía las manos ni las piernas.
Al no poder moverla, explica, le puso un gotero que colgó de un árbol mientras los vecinos iban rápidamente a por una puerta para que hiciera las veces de camilla. Así pudieran subirla, sin apenas moverla, hasta la llegada de una ambulancia que la trasladó a un hospital.
También rememora una noche que le llamaron de Argelita porque a una mujer le dolía mucho la barriga, y tras examinarla y observar que eran contracciones le preguntó si estaba embarazada, lo que la paciente negó ante la "mirada de reojo de una abuela o tía mayor".
Ante esa situación y para no ponerla en un compromiso, optó por pedir una ambulancia alegando que podría sufrir una apendicitis. Finalmente, aclara, "nació un bebé de forma prematura y afortunadamente salió bien. Si llega a ser en su casa, lo perdemos".