MURCIA. Decíamos ayer que es muy difícil toparse con algo en las plataformas televisivas que no esté relacionado con crímenes, ya sean series, documentales o películas, todo tiene como eje un crimen. En el caso que nos ocupa hoy, se conoce que un documental sobre los grupos de ultraderecha y neonazis posteriores a la Transición no tendría interés, pero lo mismo centrado en el cobarde asesinato de Lucrecia Pérez le ha seducido a Disney.
Titulado, Lucrecia: un cromen de odio, y dividido en cuatro capítulos de media hora, esta docu-serie cuenta con testimonios de primer orden que explican muy bien la diferencia entre homicidio y asesinato, el impacto que tuvo en una sociedad soberbia, como la Española en su conjunto, que siempre se ha creído que no es racista, pero sobre todo hay algo que arroja luz sobre el caso por si se nos había olvidado: todo lo que tuvo que pasar para ocurriera el crimen. Hubo más colaboradores necesarios que los rapados.
La violencia skin head en la primera mitad de los 90 fue una pesadilla, especialmente si llevabas pintas de algo, pertenecías a una minoría o ambas. En determinadas estaciones de metro, ibas infartado mirando a ver quién entraba. Había zonas por las que pasar te enfrentaba a una auténtica cacería contra tu persona. Y lo peor no eran las palizas, sino el uso de armas. El navajazo en el culo o en la pierna era un peligro real y daba pánico.
Hay muchos tópicos sobre el perfil humano de los jóvenes que se integraron en estos movimientos. Se suele aludir al pringao, carente afectivo, no muy popular entre sus compañeros de clase, que encuentra en el grupo radical un mecanismo de compensación a tanto complejo. Pudo ser. Es uno de los casos de los que participaron en el asesinato de Lucrecia. El padre del coautor del crimen era progresista y su hijo, no bien integrado en su entorno, se entregó al rollo skin head. Pero para mí ese perfil es una excepción, normalmente había detrás padres con una ideología.
Generalmente, Bases Autónomas encontró el caldo de cultivo en el fútbol. Esta organización, durante los años ochenta, tuvo una línea populista, que hoy llamaríamos rojiparda, en la que no se incidía en la simbología clásica de la ultraderecha tipo Fuerza Nueva, sino que se hacía un llamamiento a la juventud rebelde, sin más, incluso con guiños al anarquismo o colocando las cruces célticas dentro de estrellas de cinco puntas. También tuvo una asociación cultural universitaria, Disenso –casualmente, la fundación de Vox, creada en 2020, se llama igual ¿misterio misterioso?- donde encontró otro gran caladero, Ll mayor parte de seguidores de BB.AA. eran estudiantes. Este dato lo daban ellos mismos en las estadísticas de distribución de sus fanzines.
Sin embargo, la inteligente propuesta de esta docu-serie no se queda en el fenómeno final, en los ejecutores, que pese a la gravedad de sus actos, no son tan importantes como otros contextos que se rebelan en estos capítulos. El primero, que en la no racista España, las dominicanas trabajaban de internas alimentadas con las sobras de la comida. Peor que en la cárcel, decían. Podríamos decir que era un fenómeno clasista, porque esto también le pasó a castellanas, andaluzas y extremeñas en Madrid, Barcelona o País Vasco, pero da igual. Lo que denota es la brutalidad e inhumanidad de la gente bien, de buena parte de los españoles que entonces tenían educación.
Dos, esas dominicanas y su gente se reunían en una plaza en Aravaca los fines de semana. Eso no le gustaba al Ayuntamiento, pero no podemos decir que fuese un fenómeno extraordinario en los 90. En el centro de Madrid, en la Plaza de Tribunal, los fines de semana no es que todo se llenase de vómito y basura, es que el hedor del orín en la pared del Hospicio de San Fernando, joya del barroco madrileño –su portada me salió en selectividad-, alcanzaba decenas de metros. Esto duró años hasta que se valló.
En Aravaca, la autoridad municipal fue más hostil desde el primer día y eso que lo que ocurría en esa plaza ni de lejos se puede parecer al fenómeno de Tribunal. Los dominicanos pedían un local para poder reunirse, pero se les denegó cualquier colaboración del consistorio. El centro cívico permaneció cerrado para ellos incluso el día del funeral de Lucrecia. En cambio, lo que intentaron fue lanzarles a los municipales en busca de indocumentados para ahuyentarlos con la amenaza de la repatriación. La idea acabó mal, la prensa lo digirió peor. Pintó un escenario de inseguridad y batallas campales por “el problema de los dominicanos”.
La circunferencia siguió completándose en la Guardia Civil. Como bien explican los jueces entrevistados, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, tienen que estar educadas en el respeto a los demás. Las organizaciones de extrema derecha y/o neonazis se caracterizan por lo contrario. En este caso, un agente con un historial bastante lamentable ya estaba metido hasta el tuétano. Debió estar controlado y no es wishful thinking, la Guardia Civil fue condenada a indemnizar con veinte millones de pesetas a la hija de la víctima por negligencia.
El penúltimo detalle, fallaron otros municipales. Los que la noche del asesinato pararon al asesino por saltarse varios semáforos. El guardia civil que llevaba a los skin heads adolescentes al lugar del crimen, habló con ellos y le pasaron por alto lo que había hecho. No se sabe por qué, si porque tuvieron miedo a enfrentarse a un Guardia Civil o porque compadrearon con él, el caso es que a un tío que debió ser detenido esa misma noche por conducción temeraria en estado de embriaguez, le dejaron suelto y cometió un crimen. Y finalmente, la omertá. Los jueces exigieron saber quiénes habían sido esos agentes, pero al ayuntamiento le fue imposible dar con ellos. Protección institucional y omertá en el cuerpo.
Yo no recordaba ninguno de estos puntos. Me había quedado solo con el tipo que apretó el gatillo y los adolescentes que le acompañaban, que aumentaron el pánico que nos daba escuchar la palabra “Cubos” (hasta que empezaron a organizarse grupos de cincuenta personas desde la Plaza de San Ildefonso y dejaron de pasar estas cosas) Sin embargo, ahora esta docu-serie pone de manifiesto muchos más matices que cargan de responsabilidad a empleadores en negro, alcaldes, concejales, municipales, periodistas y la Guardia Civil. No todo eran skins.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame