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Los murcianos colocaban sábanas limpias para recibir a los espíritus en el Día de Todos los Santos

1/11/2023 - 

MURCIA (EP). La Región de Murcia todavía atesora remotas costumbres relacionadas con el Día de Todos los Santos. Una de estas tradiciones es que se disponga de sábanas limpias para que los difuntos descansen cuando 'vuelvan' a sus hogares ese día.

La tradición consiste en limpiar una habitación de la casa y colocar sábanas limpias en las camas "para que las ánimas puedan descansar", por la creencia de que retornan a los que fueron sus hogares, según explica a Europa Press el cronista oficial de Murcia, Antonio Botías.

Además, añade que "en más de un pueblo de la huerta de Murcia se sigue poniendo en práctica este ritual, cuya observancia pasa de padres a hijos".

"El supuesto retorno de los difuntos, en algún caso, obedecía a un objetivo más concreto que descansar", destaca Botías, quien añade que "la aparición tenía como objeto revelar a hijos o nietos dónde estaban escondidos los ahorros, o intentar transmitirles que debían hacer algo que el muerto dejó pendiente en vida".

En su opinión, "éste es sólo un pequeño detalle de la rica y espléndida tradición que rodea estos días que se avecinan y que muchos arrinconan, por el empuje del consumismo, para disfrazar a sus hijos de brujas y vampiros emulando el Halloween americano".

El también periodista y escritor recuerda que en muchas zonas de la huerta murciana también se creía en las apariciones durante la Noche de Todos los Santos.

Y no sólo eso, era aquella madrugada un tiempo propicio para encontrarse con las ánimas benditas vagando por las veredas y carriles de la huerta, caminos que compartían con las campanas de auroros, sólo iluminadas por el remoto farol, adornadas por el aroma a naranjas y limones frescos.

De hecho, advierte, "era la noche donde más temor despertaban las ánimas que, durante el resto del año, también se 'utilizaban' para otros menesteres más mundanos. "Por ejemplo, para encargarles que nos despierten a una hora determinada", recuerda.

No hace tantos años, además, otro olor impregnaba la víspera del Día de los Difuntos al celebrarse tan oscura noche con cuencos de palomitas de maíz -llamadas en la huerta tostones-, unas con azúcar, otras con sal o anís, hasta con miel.

Y tampoco faltaban las castañas, los boniatos asados y los huesos de santo, o el arrope y el calabazate que aún se vende junto a la parroquia de San Pedro, señala el cronista.

En otra parroquia murciana, la de San Bartolomé, permanece, desde finales del siglo XVIII, un retablo que reza: "A las Ánimas Benditas no te pese hacer bien, que Dios sabe si mañana serás ánima también".

Noche de leyendas

La noche de Todos los Santos siempre fue costumbre en Murcia que las familias se reunieran para dar cuenta de palomitas de maíz cuando ya caía la tarde y resultaba inevitable que se recordaran historias remotas que tenían como protagonistas a los difuntos, a las que se sumaban otras leyendas murcianas, según relata a Europa Press el cronista oficial de Murcia, Antonio Botías, quien añade que "esta tierra es una de las que más misterios atesora del país".

Entre estas leyendas destaca la historia de La Mora o la campana de los Moros, una de las más antiguas de España, y que se encuentra en el Museo de la Catedral, aunque siempre estuvo en la torre. La más vieja si tenemos en cuenta la inscripción: en 1383.

Los historiadores, según la costumbre extendida, no se ponen de acuerdo en explicar porqué a esta campana se la llamó La Mora. La campana lleva inscrita la siguiente leyenda en latín: "Ecce signum, fugite partes adversae, vicit leo de tribu Judá, radix David. Aleluya".

Su traducción, más o menos libre, viene a ser: "He aquí el signo (de la cruz). Huid enemigos (del alma, mundo, demonio y carne). Vence el león de la tribu de Judá (Nuestro Redentor) Cristo", cuenta Botías.

La leyenda se fundió en la campana a modo de exorcismo, para espantar del reino malos espíritus, epidemias o calamidades naturales. Para reforzar esta teoría y la intención de los fundidores, la campana muestra también una estrella de cinco puntas, el legendario pentagrama de la Estrella de David, utilizado desde los sumerios como símbolo protector.

No lejos de la campana, que se exhibe en el Museo de la Catedral, se encontraba, en un balcón interior de la capilla de los Vélez, un esqueleto que reía, según la leyenda porque así lo mando esculpir el marqués Pedro Fajardo para que se burlara del obispo de Cartagena, después de que ambos llegaran incluso a las manos por una discusión acerca del destino de las limosnas. El noble fue incluso excomulgado. Hace unos años, el esqueleto desapareció sin que nadie sepa dar cuenta de su paradero.

La que se mantiene en su lugar es la llamada Virgen de las Preñadas murcianas, una imagen a la que se encomendaban las mujeres encintas. La leyenda recuerda que fue una árabe, casada con un cristiano y enfurecida por el desprecio que se le hacía en Murcia, la que ante esa imagen exclamó: "¡Maldito el fruto de tu vientre!". Con el tiempo, la musulmana quedó embarazada y, ya superados con creces los 9 meses, soñó que no daría luz hasta que se disculpara ante la imagen. Así lo hizo y desde entonces se considera esta talla patrona de las preñadas.

Frente a las tormentas también existen numerosas supersticiones. Aún hoy, en algunos rincones de la huerta y el campo de Murcia hay quien invoca a Santa Bárbara cuando el horizonte se enciende con algún rayo.

Y no son las únicas precauciones. Arrojar puñados de sal al suelo, o hacer con ella una cruz en la puerta, colocar tijeras con las puntas señalando al cielo y cerrar puertas y ventanas para evitar las corrientes de aire, son cautelas que han aguantado el paso de los años.

Incluso, afirma, "hace algunos siglos era peor, ya que existía la creencia de que las tormentas de verano también afectaban a labores cotidianas, como era amasar pan o hacer queso. Y también enloquecía a las gallinas, cuyos huevos no cuajaban en pollitos".

En algunas zonas se encendían las velas que se habían utilizado en la ceremonia del Jueves Santo. Y, por encima de todo, sólo el toque de los conjuros calmaba el ánimo de los más asustadizos.

Incendio del Romea

Otro de los actos más memorables de Murcia es el incendio del Teatro Romea en 1899. Los cronistas describieron que la torre de la Catedral se iluminó por las llamas y desde la estación de Orihuela "viajeros procedentes de Alicante creyeron que ardía la población de Murcia entera", según explica a Europa Press el cronista oficial de Murcia, Antonio Botías.

La destrucción, pese a la gravedad del suceso, no fue total. La parte delantera del edificio, el salón de espejos y otras dependencias, no sufrieron daños. En cambio, el techo del patio se desplomó sobre las butacas y solo se mantuvieron en pie las columnas de hierro que sujetaban los diferentes pisos.

La compañía eléctrica se apresuró a señalar que la causa del incendio debió ser una cerilla o una punta de cigarro, aunque los testigos insistían en que las llamas surgieron como consecuencias de un extraño relámpago que iluminó la escena. Un fallo eléctrico, al parecer, desencadenó el siniestro.

El segundo incendio del teatro, acaecido el 10 de diciembre de 1899. El primero, el 8 de febrero de 1877, sucedió de madrugada. Pero ambos arrasaron el edificio y, según la supuesta maldición que pesa sobre el teatro, aún resta un tercer incendio.

Como una burla del destino, el histórico cartel de la velada anunciaba la presentación de la zarzuela 'Jugar con fuego'. Y, como si realmente una maldición pesara sobre el inmueble, el día en que ocurrió el primer fuego se representó 'Cómo empieza y cómo acaba', de José Echegaray, y 'El año que pasó', de Sánchez Madrigal.

La orquesta, al mando de Mirete, continuó interpretando una pieza. Este acierto evitó una trágica desbandada, que ya nadie logró detener cuando una lengua de fuego comenzó a devorar una bambalina. El caos fue absoluto. Las llamas se extendieron por el escenario mientras el humo inundaba todo el teatro, complicando la salida de los espectadores, entre los que se encontraban muchos niños.

Las campanas de las parroquias, como era costumbre, tocaron a fuego. Y la descripción en la prensa de la época es terrorífica. El 'Diario de Murcia' explicaría que "inmensas llamaradas de fuego y humo se elevaban en horribles oleadas que, empujadas por el leve viento de Poniente, desprendían carbonizados fragmentos y una espesa lluvia de brasas llegaron hasta las calles Zambrana y San Lorenzo".

Las tres compañías que tenían asegurado el teatro -La Unión y el Fénix Español, El Fénix Francés y La Catalana- desembolsaron 250.000 pesetas para su reconstrucción. Como señala Crespo, el seguro había sido más alto en años anteriores; pero el alcalde decidió reducirlo por la crisis económica que atravesaban las arcas municipales.

Teatro del Toro

El teatro actual es sucesor de la remota Casa de Comedias y del teatro del Toro, edificado en 1609 junto a la puerta del mismo nombre, un espacio semicircular que contaba con 26 columnas de mármol.

El teatro del Toro fue demolido en 1857. Y el 25 de octubre de 1862 la reina Isabel II inauguraba, en el mismo solar que hoy ocupa el Romea, el antiguo Teatro de los Infantes. En aquella ocasión la acompañaban los Infantes, que dieron nombre al edificio. Pero en 1868 se renombraría de la Soberanía Nacional, hasta que llegado el año 1872 adquirió su actual nombre.

Aunque su construcción fue rápida (el proyecto de obras fue presentado en 1857 al Ayuntamiento), las gestiones para adquirir los terrenos junto al convento de Santo Domingo se habían iniciado unas décadas antes. Los arquitectos fueron Carlos Mancha y Diego Manuel Molina. Y Justo Millán, el encargado de la reconstrucción tras los dos incendios, autor también del espléndido Teatro Circo Villar ahora restaurado.

Una leyenda extendida mantiene que el teatro, por tercera vez, volverá a ser destruido por un incendio. Y será hasta sus cimientos, si tenemos en cuenta que después de los dos grandes fuegos, el edificio ya sufrió un pequeño incendio en 1939 y otro a comienzos de la década de los años ochenta, por el descuido de alguien que dejó olvidado un puro sin apagar.

Hay quien apunta que la maldición fue proferida por los frailes dominicos, sobre parte de cuyos terrenos se alzó el edificio. Más probable, según indican el cronista oficial de Murcia, Antonio Botías, es que el terror ante las llamas hiciera brotar la leyenda, como aquella otra que mantiene que sobre la puerta de entrada había un 666, en clara referencia al número del Demonio.

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