COMO AYER / OPINIÓN

Los buenos tiempos de las fiestas castizas de San Juan

22/06/2023 - 

MURCIA. El barrio de San Juan ha sido, desde tiempos remotos, el encargado de dar la bienvenida al verano por medio de sus fiestas patronales. Hubo un tiempo en que se situaban entre las más populares y concurridas de la ciudad, por lo que vistas en nuestros días, nadie diría que contaron con un pasado tan lustroso.

Porque en nuestros días apenas sabremos de las celebraciones más allá de un repique de campanas que nos anuncia, llegado el día del santo, que su bella efigie ha salido a recorrer el barrio. Pero si echamos a andar por estos ‘ayeres’, y viajamos al pasado, encontraremos una realidad bien diferente en aquella barriada, que tuvo el ambiente y la fama de castiza como ninguna otra en la ciudad.

Abramos una puerta a las vísperas sanjuaneras de 1889, por ejemplo. En la noche del día 22 hay movimiento de gentes y músicas, porque regresan al templo parroquial las imágenes que para su participación en la procesión fueron llevadas hasta otros templos para su adorno, basado en aquél entonces en las flores llamadas contrahechas, fabricadas en tela o papel y artísticamente situadas en los tronos procesionales, en muchos casos por manos monjiles.

Las dominicas de Santa Ana habían adornado al mismísimo San Juan Bautista y a la Virgen del Carmen, mientras que la Purísima llegaba desde la pequeña iglesia de San José, aneja a la de Santa Eulalia. Pero no serían las únicas imágenes que formarían parte del nutrido cortejo procesional en la tarde de la festividad, pues a ellas se sumarían San Isidro, Santa María de la Cabeza, la Virgen de la Buena Estrella y el magnífico carro portando el Santísimo Sacramento.

Tres bandas de música acompañarían a los citados pasos en su largo recorrido por las calles del barrio: desde la plaza de las Barcas, que es hoy de la Cruz Roja, hasta la de las Carretas, en el Castillejo; desde la Gloria, en toda su longitud de entonces, hasta el Val de San Juan, que es en la actualidad Cánovas del Castillo. Altares erigidos por la feligresía contribuían a ensalzar el discurrir de la procesión por un barrio volcado con sus principales devociones.

Lució la fachada del templo sanjuanero una iluminación de más de 500 luces, y un profuso adorno de banderas y gallardetes, y al alba de la víspera de la fiesta recorrió la barriada la banda de Mirete, que fue una de las cuatro  que, a lo largo de la jornada, y en la noche de la festividad, hicieron las delicias de la concurrencia en las verbenas de las calles del Val, la Corredera (Simón García), San José, Isabel la Católica, la Gloria, la Soledad, paseo de Garay y plazas de San Juan y de las Carretas.

Y no faltó el castillo de fuegos de artificio en las proximidades del Cuartel de Garay, como tampoco el adorno de la vía pública a base de emparrados de papel, con arcos de ramaje verde, pañuelos de múltiples colores y grandes bombas rizadas.      

Interesa a estos ‘ayeres’ apoderarse de la crónica, a modo de balance, aparecida en el ‘Diario de Murcia’, y usar algunas frases del autor de la misma, para ofrecer una idea fiel de esplendor alcanzado.

"Las fiestas han superado a lo mucho que se esperaba de la esplendidez y buen gusto que han caracterizado siempre a los fervorosos y entusiastas vecinos de San Juan. Aquel barrio de trabajadores, en su mayor parte, donde habitan la limpia pulidora, el que vende los ‘ceacicos’ para horchata, el modesto quincallero ambulante, el hijuelista, antes rumboso y rico, que lleva anualmente su rara mercancía a todos los puertos de Europa, el del rosario vivo, el niñero semiescultor, la vendedora de telas en los mercados, el pescador de caña y de medio oficio… aquel barrio modestísimo, que llena más que otro alguno el anchuroso templo de San Juan, presenta en los días de fiestas a su patrón un aspecto fantástico, casi mágico, amenísimo. Anteanoche y anoche, tenían aquellas calles un encanto indescriptible. Semejaban anchas galerías, con paredes de laurel y techos de arco iris".

Detrás de todo había, como queda dicho, una población tan modesta como entusiasta, una comisión organizadora incansable, y un cura que había decidido darle a las fiestas un nuevo impulso, coronando sus esfuerzos con el más rotundo éxito y que respondía al nombre de Miguel Pierron.

En mayo del año anterior tomó posesión de la parroquia, de la que ya había sido cura teniente, 30 años atrás, y sólo un año después ofrecía unas fiestas de primer orden, bien respaldado por la feligresía.

Pero el fulgor de la fiesta se extinguió con la rapidez de los fuegos artificiales que contribuyeron a hacerla admirable, debido al fallecimiento del párroco en los últimos días de marzo del año siguiente, lo que fue motivo de que, llegados los días de junio en que se festeja a San Juan Bautista, el luto de todo un barrio dejara lo de 1889 en un bello recuerdo. Sólo la solemne función religiosa sirvió de excepción.  

Las fiestas, más allá del culto propio del 24 de junio, reaparecieron en 1895, con buena parte de los elementos que habían marcado las dirigidas por el recordado párroco, al punto de que a la hora de indicar el itinerario de la procesión se advertía de que sería "la carrera designada por el difunto cura de aquella parroquia, D. Miguel Pierron". Pero no alcanzaron las celebraciones la importancia de entonces, pese a la introducción de elementos como el reparto de 250 lotes de dos pesetas a los pobres del barrio, del legado de doña Teresa Brotóns, y la interpretación de la misa de Gounod llamada de Santa Cecilia.

Y así, con altibajos, se han ido desarrollando las fiestas sanjuaneras, viviendo esperanzadores resurgimientos y tristes decaimientos, entre los que se cuenta la época reciente.

Dicen que fue el derribo del antiguo Castillejo, mediado el siglo XX, y el destierro de las familias que en él habitaban, y de otras muchas que moraban en las calles más populares, representantes de los oficios artesanos del barrio, lo que privó a San Juan de su carácter castizo, desarraigó a sus gentes y motivó que las fiestas, tan célebres otrora, quedaran reducidas a la mínima expresión. Y si lo dicen, y lo  escriben, quienes lo vivieron, por algo será.


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