MURCIA. Hay un perfil en Instagram dedicado a Lou Reed, theloureedproject, cuyo responsable, siempre que puede, hace hincapié en los asuntos del cantante relativos a la moda. Cuando digo moda me refiero al estilo, la ropa que vistes y la imagen que construyes, no hablo de las tendencias que marcan los desfiles. La moda y la música pop son indisociables. El periodismo musical español suele ignorar este tipo de afinidades, como si carecieran de importancia o directamente fuesen una mariconada. Eso debían pensar los admiradores de Frank Sinatra cuando vieron a Elvis mover las caderas: mariconadas. Mi primer contacto con la mayoría de las estrellas del rock fue visual. Antes de saber cómo podían sonar Elton John, The Who, The Tubes o el propio Lou Reed los había descubierto en las portadas y los reportajes de Popular 1 y Vibraciones. Lo que llevaban puesto era importante, podía incluso marcar la diferencia entre lo que merecía ser la pena descubierto y lo que no. Si podía explorar los universos que prometían las pintas de Patti Smith o Sex Pistols, ¿para qué iba a perder el tiempo con Eric Clapton?
Cuando tenía 15 años, Kiss me parecían arrebatadores. Me daba vergüenza contar que quería comprarme Destroyer porque Kiss era considerado un grupo poco serio (es cierto, comparados con Dylan o Reed, lo eran, pero eso no necesariamente ha de ser malo). Su imagen de supervillanos de cómic de Marvel me atraía muchísimo. Kiss lo tenían todo muy bien calculado y hacían muy bien su trabajo como sublimadores de la adolescencia, de ahí el perfecto acabado de su puesta en escena. Hoy sé que aquellos uniformes que nos dejaban consternados no salieron de la nada, tenían un autor, que en este caso se llamaba Larry LeGaspi. Sin él, Kiss no habrían producido el mismo impacto, de la misma manera que tampoco lo habrían tenido sus otras grandes maniquíes, el trío Labelle. Diseños futuristas, plataformas plateadas, fantasías inspiradas por el espacio exterior. En su libro Why Labelle Matters, Adele Bertei nos recuerda aquella máxima de Oscar Wilde: Dale a un hombre una máscara y te dirá la verdad. Dale a un artista una imagen con la que cubrirse y se convertirá en el personaje que tú necesitas ver. Por eso la música pop está intrínsecamente relacionada con la moda incluso antes de existir como tal, como cuando a principios de los sesenta Miles Davis se dejaba fotografiar con camisas de cuello duro, finas corbatas y piezas de Brooks Brothers, emulando a sus ídolos estéticos. Fred Astaire, Cary Grant, el Duque de Windsor y, sobre todo, al boxeador Jack Johnson, primer afroamericano que se alzó con el título mundial de los pesos pesados, aficionado al igual que el trompetista, a los buenos trajes.
Estamos hablando de la importancia de la relación entre la moda y la música pop y todavía no ha salido Bowie, quizá porque antes deberíamos volver a Elvis, que nada más aparecer en escena, capitaliza un estilo de vida en el que la imagen forma parte de ese manifiesto vital que es el rock & roll. Un paquete que incluye, una vez más, el estilo, la manera en que te peinas, las gafas que llevas, la ropa que te pones. Con Elvis todo empezará a moverse muy rápido, e irá cambiando a gran velocidad. Entonces lo veremos ya olvidado ya por el público juvenil, que prefiere a los Stones e incluso a los Sex Pistols, ataviado con su grandioso mono napoleónico salpicado de pedrería. La pieza, obra de Bill Belew, fue fruto de la necesidad: el ídolo necesitaba una prenda que le permitiera libertad de movimiento sin que corriera peligro de romperse. Así que no, no puedes separar la imagen del sonido cuando hablas de música pop. Y si hay imagen, hay moda, da lo mismo que esa moda la construya el propio músico con sus medios, como hacían todos al principio, cuando eran pobres y tenían que buscarse la vida para destacar, o que esté creada por un diseñador consagrado, como fue el caso de los uniformes de americanas sin cuello que Pierre Cardin diseñó para los Beatles cuando estos comenzaron a despegar.
Roxy Music deben parte de su impacto visual a Antony Price: cuando los vio aparecer en el estudio para que Karl Stoecker les hiciera las fotos para su primer álbum, el modisto les hizo quitarse los vaqueros que llevaban y los vistió con prendas suyas. A su vez, en 1976, los Ramones dieron forma a una imagen que tanto impacto visual habría de tener durante los años siguientes, recuperando prendas -vaqueros pitillos, camisetas, cazadoras Perfecto- que se remontan a la película El salvaje, protagonizada por Marlon Brando. Los Sex Pistols no nacieron en una tienda de ropa, pero sí que es cierto que la tienda de ropa Sex, regentada por Vivienne Westwood y Malcolm McLaren, fue su incubadora. Sin la transgresión que imprimían las prendas de Westwood, especialmente las camisetas, pensadas para ofender a todo el mundo, y alimentadas en muchos casos por las soflamas situacionistas que tanto le gustaban al diseñador Jamie Reid, los Pistols no habrían dado ni la mitad de miedo que dieron al ciudadano medio británico en 1977.
Esa foto tan chula de Velvet Underground que sirvió como cartel del documental de Todd Haynes, esa en la que están rodeados de los globos plateados de helio de Warhol, fue tomada durante una actuación en la boutique Paraphernalia. Su presencia allí se debe a que la directora era Betsey Johnson, pareja de John Cale. Ella fue en buena parte responsable del look de la banda, esa querencia por las prendas negras que, en el caso de Cale, destacaban su elegancia europea. Johnson también supervisó la vestimenta que usaron New York Dolls en la portada de su primer álbum. Sin imagen no hay fantasía pop que esté completa. Incluso cuando la imagen consiste en aparentar que esta no existe -sirvan de ejemplo las primeras fotografías de Talking Heads-, la máscara está ahí.