El olor a tierra mojada fue este fin de semana, de madrugada, el acompañamiento del paseo diario con Pancho por el parque Ribalta de Castellón. Nos ha refrescado, con una necesidad vital de percibir la bajada de las temperaturas. Mi perro ha corrido con alegría los pasillos de este magnífico parque urbano; pero necesitaba detenerse y reponer energía. En uno de los espacios abiertos del parque Ribalta, hemos permanecido casi una hora. Respirando, expirando, sintiendo los silencios de la ciudad. Pancho, tirado en el suelo, a mis pies. Yo, sentada en un bello banco de cerámica, también conectada, a los pies de mi compañero canino.
No era un día cualquiera, hoy tampoco lo es. Quienes hemos viajado a Gaza y Cisjordania como cooperantes internacionales, como personas solidarias que quieren conocer a fondo e informarse desde dentro de los conflictos, sentimos la tristeza, desazón e impotencia infinitas. Tenemos el corazón comprimido. Vamos caminando con la carga del dolor y la rabia.
Paseando ayer a Pancho, el parque Ribalta me recuerda al parque principal de Nazaret, un gran espacio verde que es el eje de la vida ciudadana de ese pueblo palestino ocupado y ligado al Mar Muerto, con una geografía, orografía y ubicación común tan cercana como lejana. Aquel parque es una riqueza botánica hermana con nuestro Ribalta. Son espacios muy similares.
Palestina guarda un paisaje mediterráneo similar, aquel que no ha ocultado el tremendo muro de la vergüenza de Israel que ha aislado a Gaza y Cisjordania, donde el territorio sufre otros muchos muros israelíes dentro de esta ocupación. Es tremendo. En los pueblos palestinos degustamos las mismas verduras de nuestra tierra, las mejores aceitunas y ese aceite de oliva de prensa casera. La tierra palestina produce los mejores frutos, aunque sufren el aislamiento israelí de sus huertas y sus acuíferos.
La vegetación y las huertas palestinas son como las nuestras, eran como las nuestras, naranjos, limoneros, olivos, huertas muy fértiles de tomates, coles, berenjenas, pimientos, pepinos, judías, lechugas, patatas… He estado en esas huertas, he gozado con esos frutos, guisados como los nuestros; que son la sal de la tierra y de la vida. Tierra beneficiada sin agua y aislada por el muro, porque una de las represiones israelíes se basa en el aislamiento de las casas, de las personas, sus huertos y el agua.
Ayer volví a comer con mi vecina querida. Ella no ha dejado de preguntarme desde hace días sobre el conflicto. Ella estima al pueblo palestino tras sentir mi tristeza, mi participación y apoyo cooperante. Tras contarle la importancia de viajar allá y ver lo que está pasando. Ha visto mis fotos en Jerusalén, Belén, Ramallah, Nazaret, Hebrón, Jennin, Qalqilya… y tantos campamentos de refugiados palestinos que sobreviven en los territorios ocupados por Israel.
Mi vecina cocinó ayer un pollo al estilo palestino. Buscó en google y el resultado fue demasiado emotivo. Un pollo con tremenda salsa de frutos secos, de aceitunas, de verduras frescas, de dátiles y uvas pasas, con sus especias y el mejor de los aceites de oliva… Un plato celestial y tremendamente anímico. Además, mi vecina es capaz de elaborar encurtidos de pepinillos, pimientos, cebolletas, col, y tomates verdes. Una rutina palestina que nos hermana.
Ella no para de preguntarme. Mi vecina no sabía lo que está pasando en Palestina. Me dice que nadie ha contado la verdad, que no ha sido noticia. Las dos condenamos todo atentado terrorista que asesine, desde Hamás y desde Israel.
Pero mi vecina desconocía que Israel atentaba desde hace décadas contra Gaza y Cisjordania. No ha sido noticia en muchas décadas. Hemos tenido una fuerte discusión, porque ella me ha dicho que todo lo que explico no implica la condena del feroz ataque de Hamás en Israel. Tras abrazarla y decirle que estoy en contra de todas las muertes violentas de todas las personas en todos los lugares del mundo, ella ha suspirado y, al parecer, ha empezado a entender esta mierda del conflicto que viene acosando, acorralando y matando siempre a los mismos, a esa población palestina que, desde 1948 y 1967 merece la libertad, el respeto por los Derechos Humanos y el derecho de ser un estado independiente.
Tras la sobremesa y con esos sorbos de de las pequeñas copas de uña de la absenta de Segarra, nos abrazamos. Mi vecina entendió que los pueblos no son sus gobiernos ni la política que domina este planeta insano y herido. De repente entendió todo lo que está pasando en Oriente Próximo, de lo que viene sufriendo el pueblo palestino, no desde hace una semana, desde hace décadas cuando lo perdieron todo, además de la vida.