MURCIA. El mejor favor que se le puede hacer a El Diablo en Ohio, la nueva miniserie de Netflix que ha estado triunfando las últimas semanas en el 'top ten' español de la plataforma, es venderla como lo que es. Y no es una serie de terror, aunque la carátula escogida para identificarla y la sinopsis que ofrece el gigante del streaming apunten en dirección contraria. No hay diablo que valga, al menos en el sentido literal, y pese a que la propia serie juguetee al principio (en los dos primeros episodios) con insinuar un elemento sobrenatural que no está.
¿Qué es entonces El Diablo el Ohio? Un decente thriller psicológico que, aún enfrentándonos a él con conocimiento de causa, promete bastante más de lo que da. Y al que, aunque se ve de un tirón con episodios que rondan los 40 minutos, quizá le hubiera convenido más el formato largometraje para no tener que estirar el chicle de las relaciones intrafamiliares de los protagonistas más de lo necesario rellenando minutaje. De hecho, la historia que cuenta la serie, basada en la novela de Daria Polatin (acreditada como creadora de la serie), juega en la liga de 'La huérfana' (Jaume Collet-Serra, 2009) o la canónica 'La mano que mece la cuna' (Curtis Hanson, 1992).
Eso sí, jugar la misma liga no quiere decir ocupar la misma posición, y en un paralelismo entre la trayectoria del Barça y el Elche hasta esta jornada, si la serie de Polatin fuese una película de 90 minutos estaría más cerca de emitirse en Antena 3 un sábado por la tarde, con un título del estilo 'Adopción mortal', que en un cine. No solo por el acabado visual que recuerda poderosamente a ese tipo de cinta, sino por los lugares comunes sobre los que se construye: la vivienda unifamiliar, el matrimonio perfecto que no lo es tanto, el instituto lleno de gentuza... y el giro final que se ve venir desde los títulos de crédito.
Entrando en harina, El Diablo en Ohio arranca cuando Mae (Madeleine Arthur) escapa de una familia de tarados que adora al Diablo (Lucifer, el lucero del alba...) porque se ve que a principios del siglo XX uno de sus ancestros de procedencia irlandesa, con una esquizofrenia no diagnosticada, oyó hablar a un cuervo y comenzó la tradición satanista después de que media familia muriese de hambre. La historia de la secta, recopilada en su propia 'biblia', recuerda poderosamente a la de la fundación de los mormones por la extraordinaria coincidencia entre lo que conviene al líder y lo que la deidad espera de su rebaño. En fin, cien años después a los de la secta, que tienen hasta su propio condado (en Ohio) con jurisdicción propia, ha empezado a irles mal y piensan con una curiosa lógica que sacrificar a la pobre Mae ayudará a revertir la situación mejor que acertar un Euromillones. La única que no lo ve claro es Mae, que logra darles esquinazo y acaba en el hospital donde trabaja como psiquiatra Suzanne (Emily Deschanel).
El papel de Deschanel, a la que probablemente recordarán como la doctora Temperance Brennan, alias 'Bones', es de lejos lo mejor de la serie. No porque el reparto en general no esté a la altura, que lo están, sino porque resulta refrescante y hasta cierto punto desconcertante (en varios momentos uno se olvida de que es la misma actriz) ver cómo Deschanel interpreta a un personaje en las antípodas psicológicas de Bones: con sentimientos a flor de piel, empática, familiar, sobreprotectora... y con sus propios traumas que intenta resolver ayudando a la joven que primero es su paciente y luego su tutelada. La llegada de Mae a la vida familiar de los Mathis lo pondrá todo patas arriba, no solo porque la secta la esté buscando (recordemos que la solución a sus problemas, prenderle fuego a la chica, se ha quedado a medias) sino porque... bueno, adopten durante 90 días a una traumada huida de un culto satánico y lo entenderán.
La cosa se va volviendo más y más rara hasta que todo explota en la recta final de la miniserie, del quinto episodio en adelante, que es cuando se nota que le sobraban varios minutos de los episodios previos y que nos han estado poniendo delante varios macguffins, alguno de ellos especialmente extraño. Pero la historia está bien contada, los directores aciertan al jugar a confundir con el montaje en momentos clave y al mostrar parte de la información clave a partir de lo que cuentan los personajes, con lo que eso implica en cuanto a subjetividad, y en general El Diablo en Ohio es entretenida y uno termina de verla satisfecho.
El gran misterio, más que lo que tiene Mae en la cabeza o si Suzanne conseguirá superar su pasado, es por qué todos, incluso los medios especializados, se empeñan en vender la miniserie como 'de terror', con lo peligroso que es defraudar las expectativas de los espectadores. Quizá Netfix haya contratado a los mismos publicistas que decidieron presentar 'El bosque', la mejor película de M. Night Shyamalan hasta la indie 'La visita', como una de miedo, y consiguieron que la gente saliera del cine cabreada.