MURCIA. Comienzo a escribir estas líneas nada más publicar el artículo anterior, porque el de hoy es un tema sobre el me gustaría opinar fundada y desapasionadamente: el feminismo imperante. Y pienso que me llevará tiempo porque no es fácil hacerlo en unos momentos en los que la presión de determinados lobbies es muy fuerte y continuada, y pretende implantar un pensamiento único.
Además, así me comprometí, aun a riesgo de ser esta vez políticamente muy incorrecto. Pero desde el convencimiento de dar voz a millones de españoles y españolas (aquí tiene sentido decirlo así) que piensan de una manera similar a lo que voy a exponer, y hartos de este mal entendido feminismo que nos quieren meter "hasta en la sopa", y que pocos se atreven a denunciar.
La primera mentira de ese feminismo "oficial" es afirmar que las mujeres y los hombres somos iguales. Y voy a intentar explicar por qué pienso que no es así…
La vida, y para mí la providencia, me concedió una madre que, en este terreno, fue una adelantada a su tiempo. Después de estudiar una carrera universitaria, trabajar en el CSIC y especializarse en Biología, a principios de los años 60 sacó plaza como catedrática de Instituto en una oposición sin cuotas, en la que tan "solo" contaba el esfuerzo y la valía personal de los opositores.
Y eso mismo han hecho décadas después multitud de mujeres en la Medicina, la Carrera Judicial, la Enseñanza o el Periodismo, por citar solo algunos campos.
He empezado con esa referencia personal porque cuando escucho la palabra feminismo siempre me vienen a la cabeza tres ideas:
1. La primera es que mi madre siempre decía que era "machista".
Y a cualquiera que le preguntara, le explicaba que jamás en su trabajo se sintió menospreciada o minusvalorada por su condición de mujer; en un ambiente por aquel entonces muy mayoritariamente masculino.
Fue la primera mujer directora del Instituto de Linares y directora de un Instituto de nueva creación en un pueblo de la provincia de Albacete, antes de que toda la familia nos trasladáramos a la provincia de Murcia donde siguió ejerciendo en Archena, y posteriormente en el Infante D. Juan Manuel de Murcia hasta su jubilación.
Y afirmaba que era "machista" porque, muy al contrario de lo que denuncia el feminismo radical, siempre encontró en sus compañeros de trabajo respeto y colaboración.
2. Por contraste, también se me viene siempre a la cabeza ese conocido chiste de la señora que se sube a un autobús que iba lleno. Tiene que quedarse de pie en el pasillo y un par de minutos después de que el autobús haya arrancado dice en voz alta: "Desde luego…, en este autobús faltan caballeros". A lo que un chico joven y "feminista" le contesta: "No, señora, aquí lo que faltan son asientos".
3. Y, por último, esta falsa idea de que las mujeres y los hombres somos iguales.
Ciertamente ambos tenemos la misma dignidad como personas, somos iguales ante la Ley como proclama nuestra Constitución en su art. 14, y tenemos los mismos derechos:
a ) A no ser discriminados por razón de sexo (CE art. 14).
(por cierto, en nuestra Carta Magna el "género" no aparece mencionado ni una sola vez…).
b) A acceder en condiciones de igualdad a las funciones y cargos públicos (CE art. 23.2)
c) A contraer matrimonio con plena igualdad jurídica (CE art. 32.1).
d) El Estado tiene obligación de regular de las condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de los deberes constitucionales (CE art. 149.1-1ª).
e) Etc.
Como decía, somos por tanto iguales en dignidad. Y como tal, tenemos los mismos derechos y obligaciones (así lo recoge también la legislación de todos los países de nuestro entorno).
Pero por mucho que las feministas o feministos se empeñen en hacérnoslo creer, ¡NO SOMOS IGUALES!
Es simplemente algo de sentido común y de un mínimo conocimiento de la naturaleza. E intentar justificar lo contrario es defender la cuadratura del círculo.
Pero, como decía al principio, son muchos los grupos de presión e instituciones que gastan ingentes cantidades de dinero -en prensa, películas, series, etc.- para introducir en el lenguaje conceptos y palabras que pueden llegar a confundir e incluso a cambiar las ideas de muchos. Pero lo que no pueden cambiar es la REALIDAD.
Esa realidad de que somos diferentes. Por poner dos ejemplos pequeños pero significativos: pueden cambiar las palabras pero no el hecho de que las mujeres "necesitan" visitar cuatro tiendas antes de comprarse un vestido, mientras los hombres están ya cansados desde que entran en la primera tienda para comprarse un pantalón; o que cuando llegan a una boda ellas lo primero que hacen es comprobar detenidamente que ninguna otra mujer lleva su mismo vestido o tocado, mientras que ellos hacen lo mismo (mirar) pero para comprobar exactamente lo contrario.
En mi opinión, además, el propio feminismo radical reconoce al legislar que mujeres y hombres no somos iguales. E incluso con normas que violentan la Constitución.
¿O alguien puede explicar que no es discriminación por razón de sexo (CE art. 14) establecer condiciones distintas para hombres y mujeres en el acceso a muchas oposiciones a empleado público (desde marcas en pruebas físicas hasta ¡la altura!? ¿Y las cuotas no son igualmente contrarias a la igualdad de derechos? ¿O qué decir de la quiebra de la presunción de inocencia (CE art. 24.2) cuando la simple palabra de una mujer puede llevar a su pareja al calabozo, como ocurre en nuestro país desde hace ya bastantes años?
No quiero extenderme más, y dejo para artículos posteriores la reflexión sobre otras mentiras del feminismo que nos invade. No sé en estos momentos cuántos artículos dedicaré. Sólo que en el próximo tengo intención de reflexionar sobre un tema que está en la base de todo esto. Me refiero a la "ideología de género": una línea de pensamiento que está destruyendo no solo a la mujer sino al conjunto de la sociedad occidental.
Y un "género" que -insisto- ni siquiera aparece recogido en nuestra Constitución.
Economista
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