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A PROPÓSITO DE…  / OPINIÓN

La semilla del diablo

17/09/2024 - 

MURCIA. La silueta oscura se deslizaba por las paredes salpicadas. El corazón siguió latiendo hasta mucho después que el cuerpo dejó de moverse. El espacio se llenó de herramientas. Un cuchillo afilado avanzaba lentamente, desgarrando los tejidos blandos y los músculos aún tensos mientras la piel pálida contrastaba con el morado de las heridas abiertas.

El chirrido agudo de una sierra resonó en la habitación, hasta que el hueso cedió a su avance implacable. Extremidades caían una tras otra, dejando la piel y los tendones rotos deshilachados, revelando los huesos partidos como ramas podadas.

El muro reflejó la sombra de un brazo agitándose en el aire. La cabeza se desprendió del torso, dejando colgajos de piel atrapados en la hoja de acero. Al final, en medio de una atmósfera nauseabunda y del olor a metálico de la sangre, el tronco, despojado de sus miembros, quedó como un bloque grotesco.

Lo aquí expuesto no es el pasaje de un relato de Allan Poe, ni una crónica forense del Instituto de Medicina Legal. Tampoco se puede decir que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, porque esta es una narración basada en hechos reales.

Sucedió en Tailandia. El mundo despertó con la mirada vuelta hacia las playas asiáticas, no por su belleza exótica, sino por el horror que se bañaba en ellas. Los días siguientes, titulares periodísticos se sucedieron vertiginosamente:

-El pasado 2 de agosto de 2023 el cirujano colombiano Edwin Arrieta fue hallado muerto en Koh Pha Ngan, Tailandia. Las autoridades locales identificaron los restos e investigan las circunstancias del crimen…

-La policía tailandesa ha arrestado a Daniel Sancho, hijo del actor Rodolfo Sancho, como principal sospechoso del asesinato de Edwin Arrieta…

-Daniel Sancho confesó a la policía tailandesa haber asesinado, con premeditación, a Edwin Arrieta, alegando que actuó en un momento de desesperación, sintiéndose acorralado por la víctima durante un altercado…

-La autopsia confirmó que Edwin Arrieta fue desmembrado tras ser asesinado, con partes de su cuerpo encontradas en distintos lugares de la isla. La brutalidad del crimen ha conmocionado a Colombia y España…

 -Cámaras de Koh Pha Ngan captan a Daniel Sancho antes y después del crimen: Comprando materiales y deshaciéndose del cuerpo por las aguas de la isla y vertederos de basura…

En el caso Sancho-Arrieta, emergieron dos realidades paralelas. Por un lado, en los platós televisivos, la defensa de Daniel Sancho, contratada por su padre Rodolfo Sancho, intentaba limpiar la imagen de aquel, sugiriendo que la muerte de Edwin Arrieta fue un accidente y minimizando la gravedad del posterior descuartizamiento. Se desplegaba un discurso que cuestionaba a la víctima, con insinuaciones sobre su vida amparadas en el eco de los medios. Mientras, la imagen de Daniel, joven atleta, rubio, vestido con bañador, visera y gafas de firma, desfilaba por las pantallas reconstruyendo los hechos y confesando el crimen, que luego negó.

Por otro lado, en la plataforma  YouTube, los abogados de la familia Arrieta, periodistas de investigación, forenses, criminólogos…, presentaban una versión distinta. Basándose en los informes y la petición de la policía tailandesa de pena capital, argumentaban que se trató de un crimen premeditado. En contraste con la imagen mediática de Sancho, se mostraba a los padres de Arrieta, ancianos y humildes, aferrados al retrato de su hijo, pidiendo justicia y  recuperar un trozo de su cuerpo,  para darle sepultura.

"surgen preguntas sobre la existencia del mal"

Estas dos narrativas opuestas reflejaban la complejidad y el impacto mediático del caso, dejando al espectador atrapado entre la búsqueda de la verdad y las estrategias de la defensa y la acusación.

El pasado 28 de agosto, la Corte de Tailandia dictaba Sentencia condenando a Daniel Sancho: a cadena perpetua por los delitos de asesinato premeditado con descuartizamiento, ocultación del cadáver y destrucción del pasaporte del fallecido.

Frente a actos como este, que desafían nuestra comprensión, surgen inevitablemente preguntas sobre la existencia y naturaleza del mal.

Históricamente, el mal ha abarcado desde fuerzas destructivas naturales hasta aquello que, cuando es fruto de la voluntad humana, llamamos maldad "voluntad de actuar en contra de la ley moral" (Kant).

Concepto que ha evolucionado notablemente a lo largo de la historia: desde la ignorancia o ausencia de virtud en la Antigüedad (Aristóteles) hasta el alejamiento del bien en el cristianismo, pasando a considerarse una responsabilidad ética en la modernidad y más recientemente una construcción social, un conflicto psicológico con Freud o una falta de reflexión crítica con Hannah Arendt…

Estos actos de barbarie, centrados en la acción humana que desafían cualquier lógica, podrían tener su origen en la maldad. No podemos negar la existencia de ésta sin negar la bondad, de la misma manera que negar la sombra sería negar la luz o negar la fealdad negar la belleza. Vivimos en un mundo de contrarios, donde el uno se define por la existencia del otro.

Desde la perspectiva de muchos pensadores, la maldad es parte integral de la condición humana. Somos una fórmula compuesta de distintos principios activos, átomos que participan del bien y del mal en diversas proporciones. Cuando predomina la concentración de aquel, surge un Gandhi; cuando prevalece la de éste un Hitler. Y entre estos extremos, nos encontramos todos los demás, con mezclas que contienen elementos de los citados principios en menor o mayor grado.

Rechazar la maldad es una forma de autoprotección, pues reconocerla implica aceptar que todos, en alguna medida, tenemos el potencial de cometer actos terribles. Por ello la sociedad, a menudo, prefiere atribuir estos actos a enfermedades mentales o situaciones excepcionales, justificando e incluso generando compasión como con Norman Bates en Psicosis. Sin embargo, la realidad a veces nos niega esa posibilidad, impidiéndonos tirar del cajón de sastre de la locura.

No solo los noticiarios nos muestran protagonistas de actos repugnantes sin justificación, sino, que la literatura también explora lo abominable alejado de la patología, en personajes como Darth Vader, Sauron, Hannibal Lecter, Maléfica o The Joker

Aquí surgen dos interrogantes:

A) ¿Somos todos capaces de matar? ¿Estamos rodeados de asesinos potenciales? 

En ciertos momentos, cualquiera puede adentrarse en la región más oscura de la mente humana. Nuestra naturaleza no es intrínsecamente pacífica, y la acción de matar, aunque transformada por la evolución, sigue siendo parte de aquella como mecanismo residual de supervivencia. Este impulso puede surgir en un instante, rápido e irrevocable, o extenderse en el tiempo, manifestándose en diversas formas: desde un disparo inmediato hasta un ensañamiento prolongado. Y presenta grados que van de la defensa propia hasta la premeditación. Todo depende de la cantidad de átomos de maldad presentes en nuestra configuración y de las situaciones a las que nos expongamos.

B) ¿Somos todos capaces de descuartizar? ¿Estamos rodeados de descuartizadores potenciales? 

En nuestro sistema, el descuartizamiento se contempla como delito de profanación de cadáver (art. 526 del Código Penal), castigado con penas mínimas a pesar de su atrocidad. Esto se debe a que, aquí, el bien protegido no es la vida, sino el respeto al cuerpo del fallecido, basado en la visión dualista cartesiana, con arreglo a la cual al extinguirse el alma el cuerpo se convierte en un objeto desprovisto de su condición de sujeto.

Más allá de estas consideraciones jurídico-filosóficas, este acto de manipulación post-mortem requiere de una fuerza física y emocional que roza lo inhumano, además de una fría habilidad y una parafernalia mecánica casi imposible de reunir para cualquiera. Es una danza macabra que obliga a quien la ejecuta a transitar por los oscuros rincones del inframundo, una ceremonia que prolonga el terror en el tiempo, haciendo las delicias del maligno. No, no todos somos capaces de descuartizar.

Por fortuna, en el ejército del bien militan muchos más que en el del mal.

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