MURCIA. Entre las leyendas e historias más impactantes que hemos podido documentar a lo largo de la historia y las tradiciones de la Región de Murcia se encuentran las relacionadas con los seres y espíritus que poseen a personas, llevándolas a la abismo de la existencia. Desde el siglo XVI y a lo largo de los siglos XVII y XVIII son muchas las zonas, como el Valle del Guadalentín, el Mar Menor o zonas como Caravaca y Calasparra, donde se encuentran testimonios sobre este asunto.
Personas que se retorcían de dolor en mitad de la calle que no eran conscientes de sus actos y que eran recluidas en cercos y barrios de las ciudades con el fin de tenerlos controlados para que no pudieran hacer daño a los demás, sin importar los que les pasara a ellos mismos. Fueron sometidos a durísimos rituales de exorcismos en donde en muchas ocasiones fallecían totalmente exhaustos.
Un elemento característico y muy llamativo es que este tipo de episodios suceden solamente en épocas de carestía, de crisis de subsistencia, como las que se producían tras algún brote pandémico como la peste bubónica de 1648. Años después, en la década de los 1650 y 1660 aparecen casos como el de la familia Saavedra, en Cehegín, en donde todos sus miembros cayeron endemoniados.
En este sentido hemos de destacar que en estas crisis de subsistencia lo más importante era generar alimento de una manera rápida, siendo ésta el pan; ante la celeridad y motivado por la propia necesidad la recolecta de cereal se realizaba de forma muy rápida, sin llegar a poder separar la moliende buena de la que se encontraba enmohecida, con lo que el pan resultante salía contaminado.
Es por eso motivo por el que había personas cuyos cuerpos reaccionaban con movimiento descontrolados e involuntarios, de la misma manera que les sucedería si estuvieran "…con el demonio dentro…". En otros lugares de España y de Europa este tipo de afectados fueron conocidos como La Epidemia del Baile, siendo documentada en lugares como como Estrasburgo en 1518, en donde una mujer llamada Frau Troffea comenzó a moverse sin parar hasta morir. Crónicas oficiales y documentos como los apuntes de doctores, sermones, crónicas locales y notas del municipio de Estrasburgo hablaban de que a este mujer se le unieron diversas personas que no pararon de "bailar" hasta morir.
Considerada que la causa de la enfermedad era el aumento de temperatura de la sangre –de la misma manera que le sucedería a un poseído– a algunas personas se las llevaba a capillas e iglesias para ser tratadas en lugares sacralizados, muriendo a las pocas horas.