MURCIA. Le falló la política y cayó desplomado desde las torres más altas, cuando el viento arremolinaba a sus pies los múltiples orgasmos del poder. Y alguien se lo dijo, sí. Nada vale más que un beso o una caricia mientras contemplas el viaje de las nubes. O el candor rosado de las estrellas mientras la brisa de la madrugada juega con las ramas oscuras de los sauces. Eso fue cuando los satélites giraban alrededor de la Tierra siguiendo el rastro espumoso de la Vía Láctea, antes de que Dios decidiera volver a implicarse en los asuntos de los Hombres convertido en hojas de abedul. Marzo depositó su carne en la hierba, y esta sabía a útero, y era cálida y acogedora, y cuando éramos jóvenes nos recostábamos en ella y observábamos la luna al atardecer, blanca en el horizonte.
La muerte fue vertical. Leyó su esquela en el periódico mientras caminaba soñando que inauguraba aeropuertos. Y se desplomó en mitad de la nada. Le falló la política y fue portada en las revistas y periódicos de medio mundo, en Forbes, en The New York Times, en The Guardian, en Il Manifesto, en Time. Intentaron prender fuego a los recuerdos pero el papel no ardía, las palabras que lo habitaban tenían el corazón de diamante y eran frías y distantes como una tormenta de marzo. ¡Aquellos fiscales que clavaban alfileres en el muñeco de trapo!, ¡aquellas serpientes que reptaban en la esponja del muñeco de trapo!, ¡aquellos coriáceos resplandores de la manzana mordida! Y el pecado que saltó de piedra en piedra antes de desaparecer en el vientre de los salmones.
Por aquellos páramos no hay ríos. Las colinas son negras y crece la retama hasta sus cumbres de limón. Debajo, las tortugas moras y algún copo de nieve perdura en sus caparazones. En marzo, cuando el sueño apenas aplaca la sed de poder. Y sobre los pueblos destaca la torre de la iglesia, y los santos se aprietan para poder cruzar la línea que desdibuja la luz. Y arriba crece la retama y el viento lleva su sabor amargo a las primeras olas que golpean el acantilado.
La muerte y su eterno retorno.
La muerte vertical y la plegaria de los herederos. Quítanos la vida pero haz perdurar nuestro poder, el acero que golpea la hojarasca y remueve el sueño de las lombrices en el interior de la tierra, en ese hueco de turba que recubre la raíz del abedul. Quítanos la vida pero que nuestra sangre herede la fértil mirada de las aves oceánicas. Allá estás tú, comiendo pipas de girasol, arrojando la cáscara al mundo para que los infelices puedan hablar de la justicia universal y del buen gobierno. Allá estás, en la tribuna y en la arenga. Y veo tu desplome en la inmediata milésima de segundo, cayendo sobre el granito de vetas rojas, mientras alguien grita desde ninguna parte y el cielo enrojece hacia el crepúsculo.
La muerte vertical.