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DESDE MI ATALAYA / OPINIÓN

La mayoría silenciosa

29/05/2020 - 

Este es un concepto que algunos políticos usan con frecuencia para desdeñar las manifestaciones callejeras, aludiendo que la gran mayoría (silenciosa) no se manifiesta. Hasta ahora, lo habitual era que estas protestas callejeras las liderase la izquierda, pero eso está cambiando, y de ahí que los partidos hegemónicos de esta ideología estén algo confundidos y se hayan apresurado a utilizar esta definición como bálsamo profiláctico ante el crecimiento exponencial que estas están teniendo.

Las protestas están, sin duda, alimentadas por las continuas incongruencias cometidas en el proceso de desescalada, pero también hay un reactivo que lo podríamos achacar a la situación económica que está siendo preocupante, y eso que todavía no se ha manifestado en toda su extensión.

Hay quien se está preguntando si esto es el principio de algo mucho más “sonado”, y no lo digo por lo de las caceroladas (que también), sino porque el clamor en la sociedad es cada vez más fornido y lo que no sabemos es lo que podrá ocurrir cuando los ciudadanos puedan salir libremente a las calles, sin el plus de verse constantemente escoltados y vigilados, y decidan expresar su rabia contenida durante casi tres meses. ¿Se producirá un nuevo movimiento similar al 15 M? Entonces lo aprovechó, y se aprovechó, lo que ahora queda de Podemos, pero ese no va a ser el caso hoy en día, porque estos señores ahora están gobernando y ya son casta; por lo que yo me pregunto ¿quién se va a favorecer del cabreo generalizado de ahora?  Es un caldo de cultivo especialmente apetecible para beneficio del populismo, de cualquier ideología. Miedo me da pensar en algunos de los populismos que ahora pululan por nuestra querida España, y que pudieran ser ellos los beneficiados finalistas de esta jodida post-pandemia.

A fuer de parecer cansino, y aunque algunos me tachen de agorero, actualmente casi nadie duda que lo peor está por venir. En el caso que nos preocupa, y del que el gobierno todavía no se ocupa, existe un problema de fondo distinto del que teníamos cuando apareció la covid-19. En aquél entonces se menospreció el riesgo por desconocimiento y exceso de confianza. Ahora tenemos un gobierno, que más bien parece el camarote de los hermanos Marx, y que es el que tiene que lidiar con una sociedad abocada a padecer un altísimo riesgo de exclusión social, del que no nos escapamos ni dando saltos con pértiga.

La recesión en la que estamos entrando, si bien es muy preocupante por la intensidad que la misma parece va a tener, debería preocuparnos más la forma con la que el gobierno la va a encarar y los cuidados paliativos a los que nos vamos a ver sometidos por mor y gracia de esta nueva pandemia. España está a las puertas de entrar en un estado de emergencia al que solo se le puede hacer frente con un gran acuerdo nacional. Los Sindicatos y las Organizaciones Empresariales nos han dado una lección, bañándose en la cruda realidad que nos inunda, mientras el gobierno y la oposición siguen mirándose el ombligo sin mover ficha y pasándose la pelota. Ya lo he manifestado en otras ocasiones: es momento de acuerdos y de pactos. Y estos no pueden hacerse pivotando sobre los extremos, sino que hay que conseguirlos basándose en la moderación y en conseguir unas mayorías que faciliten la estabilidad.

La prueba de lo que no hay que hacer nos la ha dado El vicepresidente (Iglesias), quien anunció, por su cuenta y riesgo, un impuesto al patrimonio de las grandes fortunas y al día siguiente comenzó una fuga de capitales hacia Luxemburgo. También el ministro de Consumo (Garzón) se lució menospreciando al sector turístico, cuando es la locomotora que nos tiene que ayudar a poner el tren de la economía en velocidad de crucero. O la penúltima torpeza, que nos la sirvió en diferido Bildu, al publicar unilateralmente el vergonzoso acuerdo firmado entre el PSOE y Podemos, acordando derogar la Reforma Laboral.

Justo cuando el mercado de trabajo y la sociedad productiva se estaban poniendo en marcha, tras una durísima travesía del desierto, viene el brujo de La Moncloa (pónganles ustedes el nombre) y pisa el freno en lugar del acelerador. Al parecer se ha hecho realidad una vieja fantasía que aseguraba que todo aquél inquilino que entra en ese edificio, se aísla de la realidad que le rodea y acaba pareciendo un alma en pena buscando un cuerpo donde manifestarse.

Al menos eso es lo que parece estar ocurriendo cuando no se percatan de las largas colas de ciudadanos en las puertas de las organizaciones humanitarias en busca de alimentos. Si pisaran la calle, se enterarían del cabreo tan monumental que existe (y no precisamente los que viven en el barrio de Salamanca). Ni tampoco son unos pijos los que están sufriendo la desgracia de una administración desnortada que no es capaz de pagar los salarios de los ERTE tras más de dos meses de trámites y burocracia.

Insisto, esta situación exige –ahora más que nunca- altura de miras y sentido de Estado. Es algo que los dos grandes partidos mayoritarios que hay en este país tienen la obligación de ofrecer a sus votantes y simpatizantes, que son la inmensa mayoría del pueblo español.

No permitan que esta situación se pudra y, una vez más, la mayoría silenciosa deje de serlo y salga a la calle a demandarles lo que ustedes son incapaces de hacer por sí mismos. Si al final es la ‘calle’ quien consigue hacer su trabajo, entonces ya todo no volverá a ser igual.

Jesús Galindo es técnico en gestión turística

Jesusn.galindo@hotmail.com

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