MURCIA. En un parque desierto, un hombre contemplaba su historia como reflejada en un espejo roto, que le devolvía fragmentos de una realidad simulada. De figura robusta, recortada contra el amanecer, vestido con polo negro, rostro de facciones severas y cabello suelto sobre la nuca, proyectaba sus ojos azul desvaído hacia un horizonte infinito de angustia. En ellos podía leerse una vida, a la sombra del gigante de la opresión y el autoengaño, presa en una máscara de hierro donde su verdadero yo habitaba a salvo del juicio y la condena sociales.
A lo largo de la historia, quienes se han expresado de manera diversa en identidad sexual y de género han enfrentado discriminación y opresión, revelando una profunda inhumanidad en las estructuras de poder y la sociedad. Desde la antigüedad, la homosexualidad y la transgresión de roles de género se castigaban gravemente. En Grecia y Roma, coexistían en la clandestinidad, en la Edad Media se consideraban herejía castigada con la muerte. Instituciones religiosas y gobiernos perpetuaron esta opresión. La Iglesia Católica condenaba la homosexualidad como pecado grave, justificando persecuciones y castigos atroces, reforzando una cultura de intolerancia y miedo hacia lo diferente.
"La heterosexualidad, la homosexualidad, la bisexualidad y la asexualidad son manifestaciones de nuestra esencia, no patologías"
La sociedad fue implacable. Aquellos que no cumplían con las expectativas sexuales y de género fueron relegados a los márgenes, ridiculizados y limitados, en el mejor de los casos, a figuras cómicas. La cultura esclavista suprimió a los sexualmente distintos, negándoles oportunidades y derechos fundamentales, perpetuando una imagen negativa que impedía su desarrollo colectivo pleno. A pesar de ello, movimientos sociales surgieron para reivindicar los derechos de los marginados, avanzando hacia una comunidad más inclusiva y justa. En este contexto, recientemente se celebró en Madrid la fiesta del "Orgullo Gay". Un medio audiovisual retransmitió el evento, incluyendo consultas de opinión a asistentes y viandantes, respecto de la orientación sexual del mismo género. Las respuestas fueron diversas, pero una en particular destacó por su brutalidad: una madre expresó que preferiría que "su hijo fuera discapacitado antes que homosexual". Este sentir merece una reflexión:
Tanto Orientación Sexual y Realización Personal como Identidad de Género y Derecho al Propio Cuerpo pueden considerarse desde:
El derecho a la identidad sexual, tanto en términos de: a) orientación sexual y b) identidad de género, es una pieza clave para la libre realización de la personalidad y el respeto a la dignidad humana. La Constitución, al garantizar estos derechos, promueve una sociedad respetuosa de la diversidad, en la que cada individuo pueda vivir auténticamente y en equilibrio consigo mismo y con los demás.
Cada sujeto tiene el derecho inalienable de definir y expresar su orientación sexual, reflejo del libre desarrollo de la personalidad, según reza el art. 10 de la Constitución, desarrollado por la Ley 4/2023, de 28 de febrero, para la igualdad real y efectiva de las personas trans y la garantía de los derechos de las personas LGTBI, permitiéndole vivir conforme sus deseos sin discriminación, como pondera el art. 14 de la Norma Magna. La libre elección de pareja en igualdad de derechos es esencial para la realización plena del ser humano.
El derecho a la identidad de género implica que cada persona tiene legitimidad de sentirse y ser reconocida como hombre o mujer, más allá de su configuración biológica al nacer. Este derecho reconoce que la identidad de una persona (no un mono) es un fenómeno complejo que va más allá de una simple formula cromosómica, integrando aspectos físicos, químicos y psicológicos, que para la plena y sana realización, del citado Art. 10, tienen que estar en armonía. La disonancia entre el sexo asignado al nacer y la identidad de género lleva al impedimento de aquella y a un sufrimiento considerable, por lo que es esencial que cada individuo tenga el derecho a la congruencia entre su identidad psicológica y su realidad física.
En este sentido, el derecho a la transexualidad debe ser garantizado como parte del derecho al propio cuerpo y la salud integral. Esto incluye el acceso a procedimientos médicos (hoy posibilitados por la ciencia) y legales, que permitan la adecuación del cuerpo a la identidad de género percibida, sin que ello suponga una violación a la dignidad humana.
El derecho a la identidad sexual trasciende los fundamentos legales y se adentra en la esencia misma de la ética y la moral de lo individual. Aquí es crucial analizar dos aspectos fundamentales: a) nuestra competencia moral para imponer normas a otros y b) la perspectiva religiosa que valora el alma por encima del cuerpo.
a) No tenemos la competencia moral para imponer la realización personal a otros. Aplicar normas sobre la identidad sexual a terceros es arrogancia moral y socava la dignidad, ya que únicamente cada persona puede definir quién es y cómo quiere vivir decidiendo sobre su vida y su cuerpo, libre de coacciones o expectativas externas. Solo hay cuatro leyes universales incuestionables: la fuerza gravitatoria, la electromagnética, la energía nuclear fuerte y la energía nuclear débil. Todo lo demás (credos, profesiones, religiones) son constructos culturales y temporales.
b) Desde un punto de vista religioso, se valora que lo esencial del ser humano reside en el alma, no en la materia física. Muchas tradiciones enseñan que el cuerpo es un vehículo temporal para el alma, y que lo importante está en la dimensión espiritual.
"No debemos tratar con indulgencia a los sexualmente diferentes, simplemente respetar sus derechos"
En esta filosofía, lo que realmente define a una persona es la integridad de su espíritu y los pensamientos y acciones en que éste se manifiesta. Siendo más relevante el desarrollo del alma que las características físicas del cuerpo. Según lo cual, lo trascendental está de cintura para arriba, no de cintura para abajo: en el corazón y el cerebro, en la capacidad de amar, pensar y actuar.
La anatomía misma parece apoyar esta visión: la naturaleza protege con especial cuidado el corazón, enrejándolo en una jaula de huesos, y el cerebro, resguardándolo con el cráneo óseo. Estos órganos, que simbolizan la emoción, el pensamiento y la voluntad reflejan la importancia de lo que somos más allá de nuestra forma física.
Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y eso es de cintura para arriba. De cintura para abajo somos un accidente aleatorio de la materia.
El derecho a la identidad sexual es una manifestación de la autonomía personal y la esencia espiritual del individuo. La humanidad y dignidad residen en la libertad de ser auténticos y vivir una vida plena, más allá de las restricciones de una visión materialista del cuerpo.
Al crear arquetipos opresivos, una sociedad se atrapa a sí misma. La intolerancia daña a todos. Debemos deshacer estos prejuicios y promover el respeto."
La heterosexualidad, la homosexualidad, la bisexualidad y la asexualidad son manifestaciones de nuestra esencia, no patologías. Debemos concentrarnos en lo que sucede en nuestro corazón y cerebro, no en lo que pasa de cintura para abajo, especialmente cuando se trata de la de otros. No debemos tratar con indulgencia a los sexualmente diferentes, ni perdonarles la vida, ni dejarles vivir…, simplemente respetar sus derechos: es jurídico, natural, y moral.