MURCIA. Cuando Gorbachov abrió la mano en la URSS, muchos no atendieron a razones. Su objetivo, si había una grieta, era huir. Este propósito quedó de manifiesto cuando se celebró el referéndum para la continuidad de la Unión Soviética, que en seis repúblicas fue boicoteado. Entre ellas, hubo casos de éxito, como en las bálticas, pero Armenia, Georgia y Moldavia se encontraron con conflictos armados, cada uno de de distinta índole y circunstancias, pero de décadas de duración. En el resto de repúblicas donde se celebró el referéndum y ganó el Sí abrumadoramente, resulta que fue No. Yeltsin, en el poder en Rusia, se asoció con sus homólogos de Ucrania y Bielorrusia en el Tratado de Belavezha y crearon la Comunidad de Estados Independientes, lo que hacía inviable la continuidad de la URSS. Así, Mijaíl Gorbachov tuvo que dimitir y se puso fin a la unión.
Desde Occidente se celebró el suceso, se percibía como el fin de una amenaza, aunque existiera un debate sobre quién amenazaba a quién. La cuestión es que esa percepción, que se tradujo en una tolerancia con la concentración de poder posterior que hizo Yeltsin, caía en un error muy frecuente, que es no ver los hechos por la fanfarria; no ver lo que realmente ocurre porque un símbolo, una bandera a modo de venda en los ojos o cualquier otro apriorismo, te nubla la razón.
En aquel entonces, la URSS, que había sido la ruina y carcelera de media Europa, encarnaba la vía realmente democrática de la mano de Gorbachov. Los nuevos estados independientes que surgieron del golpe de mano de Yeltsin -las bálticas ya lo habían hecho antes- acabaron significando volver al más de lo mismo, fue dar un giro de... 360 grados. Especialmente, en esa Rusia que se independizó de la URSS. Son paradojas de la historia.
Entretanto, el papel de Gorbachov cobra valor en todo aquello. Hay que tener en cuenta que fue un perdedor. No logró sus objetivos. Además, sus convicciones democráticas y pacifistas le llevaron a no usar la violencia o luchar por la autoridad en los momentos cruciales. Cedió pacíficamente el poder y su tendencia fue tan acusada que Yeltsin se lo quitó de encima de un plumazo y él siguió sin revolverse. Eso hace que hoy sea fácil reírse de él. Especialmente, por parte de los que con la caída de la URSS recibieron un golpe emocional a sus sentimientos, aunque algunos tenían 12 años y otros ni habían nacido cuando esto sucedió. En el fondo, por mucho que haya luchado el feminismo, aquí somos todos muy machos e incluso intelectualmente solo respetamos a los que han usado la fuerza o son temidos por ella.
La cuestión de fondo es que los objetivos de Gorbachov eran la democracia y, muy importante, el desarme. Ahora vemos el peligro que tiene la ausencia de ambas, especialmente en lo tocante al arsenal nuclear, que se está mencionando demasiado estos días. Audiovisualmente, la referencias más cercanas en el tiempo que tenemos de acercamientos la figura de Gorbachov son entrevistas como las que le dio a Werner Herzog, convertida en un documental disponible en Filmin, o la de Vitaly Mansky.
Ambos se centraban en la dimensión personal del entrevistado. La verdad es que es conmovedor, un hombre profundamente enamorado de su mujer, Raisa, que la perdió por una leucemia y ya no tiene ganas de vivir. Además, la que iba a ser la gran obra histórica y política de su tiempo, un papel que le había tocado desempeñar a él, fue malogrado por unos arribistas. No actuó contra ellos ni contra Yeltsin. Herzog le pregunta por qué y contesta que no iba con su personalidad.
Lo que sabemos es que Yeltsin, aparte del desastre económico de aplicar las recetas neoliberales como doctrina del shock, encima tuvo que echar mano del FSB para defenderse de lo que pudieran revelar de él los periodistas en el ejercicio de las libertades que creían tener en una democracia. Ese pacto con el diablo dio con varios primeros ministros con pasado en los servicios secretos hasta dar con el elegido, que es el señor que gobierna ahora. Lejos de las doctrinas inequívocamente fascistas que defiende en sus discursos, tuvo un proceder muy pragmático, aplicó la receta que mejor funcionó en el post-comunismo: El partido take-it-all. Una fuerza que controla todos los resortes del estado y es temida, pero transmite estabilidad institucional, es religiosa, socialistoide y nacionalista. Todo a la vez. Un significante vacío, Rusia Unida, y a apuntalar la dictadura. Este modelo es prototípico del post-comunismo. Ahora se le han visto todas las costuras y lo que queda, huele a Corea del Norte.
Ese talante de Gorbachov queda de manifiesto por cómo habla de los que se la jugaron. Hay que tener en cuenta que, en su día, cuando sus colaboradores le sugerían fundar un partido socialdemócrata y disputarle el poder al PCUS, les contestaba que si le soltaba la correa a ese asqueroso perro rabioso se volvería contra él. A Herzog le dice algo parecido, pero de forma siempre exquisita: los políticos que no están dispuestos a trabajar por la cooperación y el desarme, deberían sencillamente dejar la política.
Resulta también muy interesante la entrevista Miklos Nemeth, primer ministro de la Hungría socialista a finales de los ochenta, de este documental. Con sordina, en este país llevaban tiempo preparando su economía para una transición al capitalismo. Sin embargo, cuando conoció a Gorbachov, le sorprendió. Fue el primer hombre que llegaba de Moscú que no hablaba de tejemanejes, sino que estaba realmente interesado en las cuestiones técnicas de la economía y el desarrollo.
Hay una carga ideológica y de dignidad muy importante en la visión que entrega Herzog, aunque luego, artísticamente, muestre cierta tendencia a retratarlo como un hombre solo, anciano y derrotado. Quizá no es tan sutil como para no sentirse obligado a subrayar lo obvio. La clave de todo el documental está en la pregunta sobre si ganaron "los del otro lado" la Guerra Fría, en referencia a Occidente. Ahí Gorbi no puede ser más claro y, desgraciadamente, igual nos toca darle la razón. Contesta: "Todos ganamos". Lo que le faltaba por añadir a Herzog es que, del mismo modo, la derrota de Gorbachov, también lo fue de todos.