MURCIA. Pocos movimientos políticos ha habido en España más desastrosos y dañinos que el carlismo. El deseo de regreso a un pasado edénico -la nostalgia de la que tanto se habla ahora-, a una España imperial con dios y leyes viejas, ejecutado a través del integrismo católico, es decir, del asesinato y la violencia. Si no recordamos más este episodio con su memoria histórica correspondiente es porque atraviesa demasiados discursos políticos actuales que van en otra dirección y, desgraciadamente para ellos, son herederos o sucesores del carlismo. Delicados equilibrios que conviene no tocar a quienes viven de presentar el pasado desde la ficción y no desde la historia como disciplina deductiva y racional; equilibrios que cuando tuvo que hacerlos Franco uniformó a sus seguidores con la camisa azul y la boina roja, síntesis de las dos mayores psicopatías del país, y fue precursor hollywoodiense a la hora de diseñar criaturas para el género de terror, como Leatherface o Freddy Krueger.
Pese a todo, si procuramos no caer en lo que criticamos e intentar entender los fenómenos sociales en lugar de analizarlos como capítulos de Juego de Tronos, el movimiento carlista del XIX no tuvo nada de excepcional. Muchos campesinos se habían arruinado por la pérdida de las colonias, tenían que soportar impuestos cada vez más elevados y, en esta situación de estrés, la llegada de la práctica capitalista por excelencia, el crédito, les había acabado despojando de las pocas propiedades que tenían. Si empuñaron las armas porque curas fanáticos les metieron en la cabeza que el pasado era bucólico y se podía volver a él fue algo bastante comprensible, porque la indignación, el motor de aquel carlismo sigue carburando incluso hoy.
No sé si el escritor francés George Bernanos se podría identificar como carlista, pero era ferviente monárquico y católico. Militante de Action Française hasta que fue herido varias veces en la Gran Guerra, también coqueteó con posturas antisemitas. Sin embargo, era contradictorio e imprevisible. Rechazó el nacionalismo francés que humillaba a los alemanes tras ganar la guerra, así como, cuando la Guerra Civil española le sorprendió en Palma de Mallorca, tuvo que salir por piernas después de describir como espeluznante la represión y paseos del franquismo, y eso que simpatizaba con la causa y un hijo suyo fue voluntario falangista.
La cuestión es que Bernanos publicó en 1947 La France contre les robots un ensayo que pretendía ser premonitorio y muchas de sus críticas tienen continuidad en la actualidad. El autor se revolvía contra la sociedad tecnológica y mercantil cuyas líneas empezaron a trazarse en la posguerra. Su rechazo estaba envuelto en fanfarria nacionalista, consideraba que Francia era incompatible con la idolatría anglosajona por la tecnología. Entendía también que la dictadura de los números, que bien se podría decir hoy "del algoritmo", era una infección lenta pero mortal de la sociedad, peor aún que la dictadura de la fuerza.
Creía que la sociedad estaba herida de muerte al encontrarse totalmente diseñada para la especulación. Pronosticó que en la humanidad persistiría la desigualdad, pero siendo todos iguales, solo distinguibles por la huella dactilar. Con estas palabras quería denunciar los horrores de los fascismos, pero también la deshumanización de la sociedad tecnológica. Justo después de la Gran Guerra, también se consideró que lo espantoso de aquella contienda era que se había mecanizado al hombre en el combate. Tras el 45, lo que aterró al mundo es que lo mecanizado esta vez fue la aniquilación indiscriminada de seres humanos, ya fuese en cámaras de gas o en explosiones atómicas. La tecnología aterraba. El pasado edénico asomaba, un mundo con sus problemas, pero sin estas amenazas.
Hace dos años, Jean-Marie Straub filmó un corto documental sobre este ensayo. Se trata una obra experimental en la que un hombre, el director de fotografía Christophe Clavert, camina junto a un lago mientras se escuchan fragmentos de Bernanos. La película es reiterativa, se repite tal cual, primero es ante el crepúsculo, luego con otra iluminación. Las palabras escogidas hablan de que el sistema es incapaz de reformarse, la dictadura del dinero llevará a una explosión en la que se destruirá lo más preciado y llevará mucho tiempo reconstruirlo. Era el pánico atómico. Decía demás que, en el sistema actual, lejos de resolver sus contradicciones, estas se presentan como irresolubles y este parece más dispuesto a establecerlas por la fuerza.
Las diferencias entre Estados Unidos, el Reino Unido, Europa y la URSS de los años 40, para el autor son insignificantes. La ideología les separa, pero les une la técnica, denunciaba. "Todo persigue el mismo fin, mantener el sistema, cueste lo que cueste, aunque finja combatirlo". El corto tuvo una presentación bien curiosa, se estrenó en un blog, Kino Slang, de Andy Rector, en una especie de festival provocado por el confinamiento de la pandemia. Cuando el metraje llega al final, Clavert se detiene, junto con la cámara, para expresar que en un exceso de tecnología se pierde la libertad.
Curiosamente, cuando Bernanos murió, recibió en Saint-Severin honores militares de un grupo de veteranos del Ejército Popular de la República Española. No por casualidad, sus posiciones llegaron a tener zonas en común con las de las esferas ácratas o anarquistas. Lo paradójico y, seguramente, por eso Straub ha elegido ahora sus párrafos para filmar sobre ellos, es que nunca la sociedad ha estado más sujeta a los fríos números como ahora, cuando la Inteligencia Artificial puede ser útil para predecir escenarios y tomar medidas políticas, pero también para hacer criba en un proceso de selección de personal. No es de extrañar que el escritor José Jiménez Lozano, que falleció justo cuando se estrenó este corto, en 1977 calificase la obra de Berganos como "un vozarrón que no soportan nuestras sociedades".