CARTAGENA. El filósofo escocés David Hume solía decir que prefería el billar a la metafísica, para alejarnos de la cual nos enseñó que los juicios de hecho, que nos hablan de cómo son las cosas, cuál es la situación o cómo evolucionaría si hiciésemos esto o aquello, están separados de los juicios de valor, que se refieren a cómo nos gustaría que fuesen las cosas, cómo creemos que deberían ser o qué pensamos que debemos hacer. Los realistas sostenemos, con Aristóteles, que, dado cierto asunto, solo hay un juicio de hecho que dé cuenta de él, pero que siempre hay un número muy amplio de juicios de valor que le serían aplicables, pues las distintas personas tendrán diferentes preferencias. Afirmar que el grupo de Vox en Guadalupe ha regalado a unos escolares una bolsa con, entre otras cosas, una bufanda de los colores de la bandera de España y un rosario es un juicio de hecho, correcto además; la afirmación de un dirigente socialista de Guadalupe de que habría sido preferible regalarles "libros, libretas o lápices de colores" es un juicio de valor; la crítica de dicho socialista a Vox por hacer "apología partidista de la patria" es otro juicio de valor, que el Aparecido no comparte, pues se considera un patriota español, pero, en tanto que demócrata, comprende y acepta que a muchos políticos españoles no les gusten los símbolos de su patria, o ni siquiera su patria.
"Lo que hace antidemocrático a un partido no es querer demoler la Constitución, sino violarla para lograrlo: Vox y Podemos caen del lado democrático, no así los separatistas"
Ya se ve que la diferencia entre los juicios de hecho y los de valor es perfectamente aplicable a la vida política. La Constitución española protege abiertamente la diversidad de líneas de actuación, basada en una pluralidad de juicios de valor, cobijando también las opciones que aspiren a modificarla e incluso a destruirla. Cualquiera que analice los programas políticos de Vox, Podemos y los separatistas catalanes se dará cuenta de que son inaplicables sin modificar sustancialmente la Constitución. Sin embargo, todos ellos caben en nuestro sistema con tal de que no pretendan modificarla o liquidarla por vías distintas de las previstas en la propia Constitución. Eso establece una clara diferencia entre Vox, Podemos y los separatistas catalanes.
El primer partido ha declarado explícitamente que solo modificaría la Constitución mediante mecanismos constitucionales; Podemos suele proponer modos inconstitucionales de reformarla, como celebrar un referéndum sobre el dilema entre República y Monarquía o sobre la soberanía única del pueblo español, obviando en ambos casos que para ello serían necesarias las mayorías reforzadas previstas en el texto constitucional, y, sin embargo, no ha realizado ninguna intentona golpista real; en 2017, los separatistas pretendieron alcanzar un objetivo legítimo, la segregación de Cataluña, violando gravemente las leyes vigentes, con lo que automáticamente se salieron del marco democrático.
En resumen, Vox promete atenerse a la Constitución para reformarla, Podemos defiende saltársela, pero no lo intenta, y los separatistas defienden y practican lo de infringirla, obviando repetidamente las sentencias judiciales que pretenden corregir sus infracciones. Lo que hace antidemocrático a un partido no es pretender demoler la Constitución, sino violarla para lograrlo, de modo que Vox y Podemos caen del lado democrático, pero los separatistas parecen decididos a excluirse voluntariamente de dicho marco. Ningún problema, pues, en que el PSOE pacte con Podemos o el PP con Vox, toda vez que lo más deseable sería, en juicio de valor del Aparecido, una gran coalición.
Llamará el Aparecido la falacia de Hume o, más sintéticamente, la falacia H, al intento de hacernos colar un juicio de valor como si fuese un juicio de hecho. Por ejemplo, si alguien negase que España es "la patria común de todos los españoles", como dice la Constitución, cometerá una falacia H, pues lo plantea como si fuese un juicio de hecho, cuando solo expresa su deseo de que España deje de existir como nación. No es nada infrecuente que diversos políticos, de diversos pelajes, se sientan tentados de colarnos falacias H a tutiplén. Es muy corriente oír a los portavoces intentando hacernos creer que no defienden simplemente lo que su partido prefiere, sino que dan una descripción exacta de la realidad, siendo las alternativas de los otros partidos no ya indeseables, sino incorrectas. Un síntoma típico de que algún portavoz está vendiéndonos una falacia H es que califique de antidemocrática cualquier opción contraria a la que defiende. En ese caso, el falaz está sosteniendo, en el fondo, que las opciones contrarias violan la Constitución cuando, en realidad, no es así.
JR Medina Precioso
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