artículo publicado por Gianfrancesco D'Andrea

La experiencia murciana y el encuentro con Salzillo: crónica de un periodista italiano

22/04/2024 - 

MURCIA. Hay muchas razones para viajar a Murcia. Giovanna y yo acabamos de regresar de nuestro séptimo viaje a esta extraordinaria ciudad. Siete veces en once años de amistad con la comunidad murciana: la pandemia nos alejó de nuestros seres queridos y, por tanto, en nuestro caso, alejándonos también de Murcia. Probablemente volvamos en mayo y por tanto nos acercaremos a la media de un viaje al año durante los últimos once.

En España hay que visitar Barcelona, Valencia, Madrid o Sevilla. Está claro que estos son los destinos más populares para los italianos, pero no olvidemos pasar también por Murcia, tarde o temprano. Al sureste de España, justo debajo de Alicante.

En Murcia, sobre todo, encontramos amigos, y la palabra amigos cobra, en este caso, verdadero sentido. Pero fue Murcia quien lo hizo: nuestros amigos fueron una feliz consecuencia del viaje. La ciudad hizo de puente entre nosotros. Era la ciudad, sí, la ciudad misma la que quería nuestro viaje.

En la primavera de 2013, mientras estábamos ocupados organizando IlluminaArti (nuestro evento de arte y luz que pone el foco sobre el borgo de Piedimonte Matese, Caserta, Italia), tuvimos una conversación en redes sociales a cuenta de nuestro descubrimiento de unas bellas acuarelas de Santa María Capua Vétere, del artista español Zacarías Cerezo, quien me contestó en un mensaje especificando, efectivamente, que vivía en Murcia. Tras ese breve intercambio de mensajes preguntamos al maestro Cerezo si pintaría algunos rincones de Piedimonte Matese. Nos pidió que le enviáramos algunas fotografías de la ciudad para una primera prueba.

Ocupados con la organización de IlluminaArti no encontramos tiempo para hacer una selección de las fotos que Cerezo nos pedía. Pero, sorpresivamente, a los pocos días nos envió la foto de su primera acuarela, que representa la Piazza Roma, en particular la esquina de la Cassa Armonica. Nos entusiasmó tanto que lo invitamos a exponer sus obras en la segunda edición de IlluminaArti. Cerezo aceptó y en esa hermosa edición hizo su primera exposición con trece acuarelas que representan aspectos urbanos de nuestra ciudad. Fue sólo el comienzo de un largo viaje hecho de arte, cultura, amistad y fuertes vínculos que ahora se han vuelto inquebrantables.

Las acuarelas realizadas en Piedimonte, sin embargo, permitieron comprender el porqué del gran interés que tenía y tiene Zacarías Cerezo por Santa María Capua Vétere, localidad en la que él había estado anteriormente y de la que pintó decenas de acuarelas. Cerezo investiga la historia de Nicolás Salzillo, un escultor que nació en dicha ciudad del sur de Italia en 1672, pero que, en 1699 se trasladó a España, precisamente a Murcia. Aquí perfeccionó sus habilidades como escultor, pero, al mismo tiempo, ofreció a los artistas locales toda la experiencia adquirida en Nápoles. Abrió un taller en el centro de Murcia y de su matrimonio con Isabel Alcaraz, entre otros, nació el gran Francisco.

Seré breve: Francisco Salzillo, hoy en día, es considerado uno de los escultores más representativos del barroco español. Un artista extraordinario, de gran valor, que supo dar un vigoroso impulso a la escultura en madera, y, gracias también a su magistral dominio del color, se le define como "escultor de la pintura o pintor de la escultura", tal como se puede leer en la web del Museo Salzillo.

"La experiencia murciana", como a Giovanna y a mí nos gusta definirla, es apasionante desde todos los puntos de vista: arte, cultura, amistad, paisaje, colores, olores, gastronomía.

En primer lugar, están sin duda Francisco Salzillo y su padre Nicolás. Sus trabajos son sorprendentes y, efectivamente, Francisco logró convertirse en un excelente maestro del color sobre madera. Sus esculturas pueden definirse plenamente como vivas, no sólo por su rigor formal y plasticidad, sino por el alma que las habita.

Francisco Salzillo fue ciertamente un hombre de fe. He desarrollado una fuerte convicción personal sobre esto. Ciertamente el mensaje evangélico encontró plena expresión en sus obras, en los rostros, en los movimientos, en los ojos, en las expresiones, en los expresivos gestuales de las esculturas.

Un artista refinado conocedor del Evangelio, refinado comunicador de la fe y, en particular, refinado frecuentador del misterio de la Resurrección, incluso antes de realizar el plan divino originario: es, en efecto, sobre el tema de la Pasión que Francisco Salzillo escribió, creo, algunas de las páginas más intensas de la narración cristiana confiada al arte. Su genio creativo no habría sido tal si no hubiera ahondado primero en el tema de la Pasión de Jesús. Se convirtió en su portavoz, en testigo directo, como si hubiera tocado con sus propias manos las llagas de Cristo. como si fuera él, personalmente, quien acompañó a Cristo al Gólgota para sostenerlo hasta el final, para aliviar el dolor de su experiencia humana y terrena.

Su sabia "escucha" de las últimas palabras de Jesús, su experiencia estrechamente ligada al sentimiento de temor, lo que Jesús sintió en Getsemaní, hasta la trágica muerte confiado a las palabras «ahora todo está cumplido», fueron sin duda experiencias directas para Francisco Salzillo, que se sumergió de lleno en ese dolor, en ese misterio, en esa experiencia cósmica que combinó el dolor de la Crucifixión con toda la alegría de la Resurrección. Estoy convencido de que Salzillo marcó, para muchos, el inicio de un auténtico camino de fe. Por eso me gusta llamarlo "el quinto evangelista".

Por esta devoción secular hacia el artista, en nuestra visita a Murcia el pasado mes de marzo, quisimos rendir homenaje a su memoria en el 241 aniversario de su muerte, acudiendo al Monasterio de las Capuchinas de Murcia, donde está enterrado el escultor, rezando una oración en la iglesia del Monasterio y donando flores a la madre superiora para que las depositara en su tumba. Sorprende que muchos murcianos desconozcan el lugar donde descansa este genio universal, a pesar de lo que representa para Murcia.

Más allá de Salzillo, mucho más allá, está Murcia, la ciudad que obviamente dedica a su escultor la 'Gran Vía Salzillo', la arteria cosmopolita y moderna.   

Una ciudad romántica pero no melancólica

Murcia es una ciudad joven, frecuentada por estudiantes de sus universidades, incluidos los numerosos extranjeros que vienen por Erasmus. Es una ciudad romántica, pero no melancólica: la elegancia del río Segura refleja las refinadas geometrías de la plaza de Belluga, dominada por el Palacio Episcopal y la monumental Catedral. Las terrazas del centro invitan a hacer una agradable pausa a la sombra de los naranjos pletóricos de azahar. En la plaza de las Flores, cruce de aromas de la ciudad, uno queda magnéticamente fascinado por el contexto a escala humana, con el esplendor de las tiendas y tabernas que llevan a la mesa todos los sabores de la cocina murciana, su esencia ligada a la riqueza del terreno, combinada con el sabor del pescado del cercano Mar Menor. Único, verdaderamente inigualable, porque la cocina se convierte en arte, escultura. Sí, escultura del gusto.

Y hablando del Mar Menor, su visita, a unas decenas de kilómetros de la ciudad no tiene parangón, un improbable "hortus conclusus" aplicado al agua, una gran cuna de agua de mar, una laguna costera bordeada por La Manga, la franja de arena que custodia este pedazo de mar tomado al Mediterráneo.

Hay un caleidoscopio de colores, olores y sabores en Murcia, un destino turístico insólito pero ineludible para todo viajero. Un punto de observación privilegiado porque permite escuchar la lengua cultural aún incontaminada del interior de España, a pesar de estar Murcia a unas decenas de kilómetros de la costa. Se dan en la práctica todos los extremos propios de esta gran nación europea declinados con la dulzura del genoma murciano, desde los ritos de la Semana Santa que, desde el Viernes de Dolores se prolongan hasta el Domingo de Resurrección, con las cofradías de miles de murcianos dispuestas para el desfile procesional.

Y tras el intenso misterio de la Semana Santa llegan las fiestas del Bando de la Huerta, es decir, la celebración del gran mundo rural de la Región de Murcia, la misma que en primavera se colorea con la floración de millones de frutales desde antaño regados gracias a la red de acequias ideada bajo la cultura árabe. El Bando de la Huerta es una suerte de semana de acción de gracias al estilo murciano, donde la grandeza de la Huerta (así, con mayúscula) se celebra con todos sus símbolos, incluidos los elocuentes trajes típicos, con los bordados exquisitos y expresivos, frente a los cuales uno permanece en extasiada contemplación mientras las carrozas desfilan por la Gran Vía Salzillo, entre música y bailes, hasta el rito colectivo de El Entierro de la Sardina, una celebración antropológicamente única, un microcosmos que une tradición y modernidad, subrayando así el camino colectivo de una comunidad que, siendo guardiana de su propia tradición, se abre con serenidad al futuro.

Foto: MARCIAL GUILLÉN (EFE)

Nuestra experiencia murciana está llena de los inestimables contenidos de la amistad creada en la ciudad, y giran todas alrededor del centro de gravedad fraternal del pintor Zacarías Cerezo y Nicol Meseguer, se nutren de un cenáculo permanente, donde el arte es la fuente primordial de toda experiencia, ya sea escritura, pintura, o gusto por la palabra.

La última exposición de Zacarías, inaugurada en Caravaca de la Cruz, fue una de las más luminosas. Una serie de acuarelas en el claustro de la Iglesia de San José de Caravaca, un conjunto monástico ya no habitado por las carmelitas, pero guardián de la impronta de santa Teresa y san Juan de la Cruz: aquí vivimos nuestra más reciente experiencia inmersiva que El Camino del Apóstol nos ha podido transmitir.

Mi sensación tras la visita a Caravaca es que la luz de esta ciudad compensa la fuerza de Cartagena: el alfa y el omega unidos por el sentimiento de júbilo, la alegría de la partida del peregrino se une con el entusiasmo de la llegada, en una condensación de visiones, de sentimientos diferentes, de pasos lentos y torpes, rápidos y decididos, inciertos pero esperanzados, expresión de los perfiles, de las lunas, de las noches, de las auroras.

Pero es preciso salir de la ciudad de Murcia para conocer el paisaje de la Región: Lorca, Cartagena, Caravaca, el Santuario de la Virgen de la Fuensanta, y muchos otros destinos hasta donde llega con fuerza el eco de Salzillo.

"Los caminos aparecen en la puerta de nuestra casa trayendo una invitación para que salgamos". Por eso siempre repito: "la experiencia murciana".

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