Escrita por Giovanni
Bonaviri y publicada en una fantástica edición de tapa dura por Siruela con traducción de Francisco
Álvarez, en este caso es la misma vida quien cuenta su historia desde su origen cósmico en un universo en formación. El planteamiento es muy especial, al tiempo que complejo: la vida en su estado más abstracto es como el contorno de la dignidad que dibuja Kirk
Van
Houten en el que es uno de los mejores momentos de Los Simpson, un elemento que solo puede visualizarse en un plano superior de la conciencia. Bonaviri nos revela los primeros pasos de una vida que va probando sus herramientas (acaso creándolas) para arrastrarse sobre un espacio y un tiempo diferentes a las dimensiones estables que hoy percibimos: “Espero que mi historia no suscite risa o lástima, rica como es de acontecimientos que tuvieron inicio cuando yo no era alto ni bajo y el aire aún no se distinguía de la superficie de las aguas. A mi alrededor había vacío y un sueño impreciso, y yo, envuelto como estaba por la velocidad de un movimiento que no podía definir, me preguntaba: «¿Qué es? ¿Qué no es?». Y ese primer intento de dialogar con el mundo fue un punto en aquella noche negrísima. Mientras aguardaba, acurrucado como dentro de una película, extrañas sombras me rodeaban por todos lados, por lo cual nada veía puramente en sí, sino que todas las cosas aparecían mezcladas con vapores, remolinos y oscuras fuerzas. «jOh! ¡Oh!», grité. Se alzó un eco refractante, cual campana súbitamente enloquecida, y yo sentí frío y a continuación calor mientras me movía en espiral dentro de aquella ilimitada materia generativa. «Es inútil gritar», me dije”. Tras esta primera y caótica fase en que el superente protagonista se acostumbra a su realidad, llegamos a una Sicilia mítica que brilla en los albores de una Tierra que ya vibra con diferentes manifestaciones vegetales y animales.
En forma de planta, el (ente) protagonista coquetea con una abeja, para después adoptar la forma de un buitre y elevarse libre de las ataduras de las raíces. Este primer buitre es un ser infantil que disfruta jugando con el dolor, la muerte y la destrucción ajena, es un niño que arrasa hormigas con una lupa en el camino a comprender qué significa la empatía. El contexto va mutando, los seres con los que debe convivir se suceden, y con estos cambios va madurando el buitre filosófico de Bonaviri, que irá buscando respuestas y mensajes más allá, siempre más allá. La novela, elogiada por Italo
Calvino, ha perdurado, tal como este vaticinó, pero de un modo sutil, discreto, acorde a su personalidad. Calvino, por su parte, es autor de Las cosmicómicas, una colección de doce relatos que cabe suponer, sirvieron de inspiración a Bonaviri, sobre todo para la primera parte cósmica del libro, así como para su tono y humor. La divina floresta no es una novela para todos los gustos, es probable que de hecho sea justo lo contrario, sin embargo, su historia es universal y muy oportuna para nuestra época, en la que seguimos preguntándonos qué es la vida adentrándonos en la orilla de unos años inminentes en que con toda probabilidad nos veremos obligados a replantear la definición de lo que está vivo y lo que no, así como de lo que es sentir. Podemos imaginar una experiencia de abrir los ojos a la existencia como la del ente protagonista de La divina floresta pero actualizada al hoy: ¿cómo sería el despertar de una conciencia artificial en un entorno digital? ¿Cómo sería su primera toma de contacto con el turbulento orden binario de las máquinas que la alumbrasen? ¿Cuál sería su primera forma, cuál su isla, qué preguntas se haría (hará), para obtener qué respuestas? Pero hay otro paralelismo mucho más preciso todavía. El ente de Bonaviri y el que vendrá compartirán algo: tendrán
autor.