MURCIA. Nos encontramos en pleno centro de Murcia en el edifico que hoy conocemos todos como Colegio Mayor Azarbe, el cual no es otro que el Palacio de los Saavedra Fajardo. En la antigua calle denominada Rambla del Cuerno, don Gregorio Saavedra y Fontes construyó un palacete en la segunda mitad del siglo XVII, tras la epidemia de peste de 1648. Caballero de la Orden de Calatrava y muy unido al monarca Felipe IV, le pidió que no dejase a la ciudad de Murcia a la deriva de los hados del destino y le confiriera protección perpetua. Sin hijos, dejó una gran herencia entre la que destaca el propio palacio, cuyo dueño casi un siglo después fue José Joaquín de Saavedra, Regidor perpetuo de Murcia y barón de Albalá. Éste llegó a ser un mecenas de la cultura y las ciencias puesto que en el propio palacio sufragó de su dinero clases gratuitas de dibujo y matemáticas, bajo la condición de que fueran universales para cualquier persona sin importar la escala económica ni social.
Este palacio se encuentra enmarcado en la leyenda desde entonces: el 22 de junio de 1765 la infante María Luisa -duquesa de Toscana-, que iba a tomar barco en Cartagena en dirección Génova, necesitaba hospedarse en Murcia. Entre los preparativos encontramos un documento en el que se recomienda el uso de la casa de los Saavedra para con las tropas; pero la respuesta desde la coordinación real fue muy sorprendente (véase Cristina Torres Suárez, Monteagudo: Revista de literatura española, hispanoamericana y teoría de la literatura, 'La Casa de los Saavedra', Universidad de Murcia, p.124) y de la que damos cuenta a continuación:
"En vista de la carta de VJ. del 27 pasado, debo decir a VJ. que la tropa que se halla en esa Ciudad y la que nuevamente he destinado para el cortejo de la Señora Infanta Archiduquesa, es preciso que se aloje en ella para la puntualidad del servicio que necesita hacer, cuyo gravamen es indispensable que sufra ese Pueblo por el tiempo que sea necesario, pues yo procuraré aliviarlo luego que haya cesado el motivo. Por lo que mira al alojamiento que VJ. me dice haverme destinado en Casa de Don Joseph Saavedra, Barón de Albala, tengo muy justos motivos para no hospedarme en la Casa de este Cavallero, por lo que he de deber a VI. que me lo comute por otra. Dios guarde a VJ. muchos años. Real de Valencia 1.° de Junio de 1765. El Conde de Aranda".
¿Cuáles eran los "muy justos motivos" que llevarían a cambiar la ubicación de las tropas con todo el problema logístico y de seguridad que ello conllevó? Desde un punto de vista histórico no tenemos una respuestas que nos pueda complacer, aunque en alguna ocasión se ha versado la posibilidad de que hubiera discrepancias desde el punto de vista religioso entre el Conde de Aranda, que ese año acababa de ser elegido Gran Maestre de la Masonería Española y que al año siguiente decretara la expulsión de los jesuitas, y la más que consabida religiosidad del Barón de Albala, en lo que desde este punto de vista tendrían un gran desencuentro. Esta hipótesis se cae por sí misma puesto que para que sea decretada esa expulsión de los religiosos aún faltaba más de un año.
Otra hipótesis nos habla de que en ese edifico falleció don Gregorio Saavedra en 1683 y que su espectro vaga por los pasillos, las habitaciones y las dependencias del inmueble desde entonces; no en vano este lugar se ha conocido desde siglo como La Casa del Duende.
Este palacio, que formó parte del patrimonio familiar de los Saavedra durante dos siglos, se caracteriza por su relación con un pasado y presente sobrenatural. Muchos de los residentes hablaban de que por las noches, cuando todo el mundo estaba durmiendo, se escuchaban gritos y sollozos de una mujer, se apreciaban sombras e incluso con el paso del tiempo los vecinos empezaron a escuchar lamentos provenientes de una de las ventanas del edificio.
La tradición habla de que una joven dama, perteneciente al clan familiar noble, se enamoró de un muchacho de la calle, extranjero, con una baja alcurnia social. Él era un pequeño ladronzuelo de guante blanco, un 'zagalico pillo' como se les conocía en la antigua Murcia, que robaba un poco de alimento para poder subsistir. Pero ella, de la que no nos ha llegado su nombre, no pudo resistirse a sus encantos y cayó profundamente enamorada de él. La Familia, al enterarse, le prohibió que lo viese una y otra vez, sin conseguir que se lo pudiera quitar de la cabeza. Fueron muchos los escarceos amorosos de los amantes a lo largo de muchos meses y también fueron muchas las advertencias que esta familia le realizaba a esta joven bajo la pena de un castigo máximo y muy severo, pues le recordaban una y otra vez que cada ocasión por la que se veía con ese extranjero deshonraba a su familia.
Cansados de advertirle decidieron aprisionar al extranjero, con lo que esta mujer ya no podría verlo más. Con lo que no contaban es que esta chica conseguiría sobornar a los carceleros y pasar veladas con su enamorado; los mismos carceleros que delataron esta situación, provocando que sus parientes entrasen en cólera y decidiesen emparedar en las paredes de la torre del palacio a esta joven. Desde entonces, desde mediados del siglo XVII, se escuchan esos lamentos y esos gritos salir desde las paredes del edificio, los cuales, según testimonios de crónicas de la época, clamaban por la liberación de esa voz.
Concretamente los vecinos hablaban de luces, sombras que se veían cruzar de una ventana a otra del edifico, gritos fantasmales y destellos. Algunos testimonios sostenían que esa sombra parecía la de una mujer, mientras que otros hablaban que más bien parecía un duende.
Lo cierto y verdad es que nadie se atrevía a acercarse a este edificio y más concretamente a la torre, donde los gritos se escuchaban con más intensidad. La única persona que se llenó de valentía y se aproximó fue el párroco para realizar una oración -más bien un exorcismo- por las almas en pena o en tránsito que allí se encontraban, promovido por la propia ciudadanía. La leyenda cuenta que en el mismo instante en el que estaba pronunciando la palabra 'amen' las luces de la torre se apagaron y una paloma salió volando desde la ventana de donde decían salir los alaridos. Este acontecimiento fue interpretado por muchos como la liberación del alma de la joven niña. Desde ese momento los gritos y las sombras dejaron de producirse, dejando a los vecinos descansar en paz.
Hace algunos años se realizaron algunas obras para acondicionar el edificio a lo que hoy es una residencia universitaria y llamó poderosamente la atención el hecho de que se descubriera una parte del torreón que hasta entonces la memoria colectiva lo había perdido. Casualmente es la zona donde la leyenda hablaba que la chica fue encerrada, siendo un lugar al que, como se pudo comprobar, se podía acceder a él desde el tejado, por lo que la leyenda cobra aún más fuerza.
* Santi García es responsable de 'Rutas Misteriosas' y autor del libro 'Murcia, Región Sobrenatural'