MURCIA. Hay lugares especiales grabados a fuego en nuestra memoria afectiva. No son necesariamente los más conocidos, ni los que están incluidos en rutas turísticas convencionales, pero su belleza y la magia que desprenden pueden llegar a conmovernos y sacudir nuestros sentidos haciéndonos disfrutar de intensas experiencias, sensaciones de plenitud cercanas a esa "felicidad atmosférica" narrada por Jorge Guillén en su paso por Murcia. Uno de los privilegiados lugares de nuestra región en los que se puede volver a despertar a nuestros sentidos, abrirlos a la espiritualidad y puede que llevarlos al sobrecogimiento es, sin duda, la Casa de Cristo en Moratalla.
"Existen paraísos en nuestra región donde es posible gozar del cielo en la tierra"
En las estribaciones del Pico de los Frailes, a tan sólo siete kilómetros de Moratalla en dirección al Campo de San Juan se encuentra este paraíso cercano. Las espectaculares vistas de las Sierra del Buitre, del Cerezo y los paisajes infinitos que se contemplan más allá de los perfiles urbanos de Moratalla y Calasparra son uno de sus principales atractivos. No es de extrañar que alrededor de la ermita de Jesucristo Aparecido y de la hospedería y el restaurante, unidos por el claustro de un antiguo convento mercedario, haya una zona de ocio y esparcimiento para visitantes y peregrinos.
Digo peregrinos, porque desde hace, nada menos que cinco siglos, éste ha sido y es lugar de culto y peregrinaciones. Tal y como nos narra el académico e historiador local, Marcial García, autor de Quinientos años de devoción a Jesucristo Aparecido, el 19 de abril de 1493, el vecino Ruy Sánchez vio un "monumento" luminoso, de intenso resplandor, flotando sobre un lentisco, desde el que salió una figura con hábitos talares que le pidió que se construyera una ermita dedicada a Jesucristo.
En las detalladas actas de los visitadores de la Orden de Santiago, se dejó, durante siglos, constancia escrita de los prodigios obrados. Pocos fenómenos de la religiosidad popular española están tan documentados y han mantenido durante tanto tiempo su vigencia. Extraña a quien esto escribe, que este lugar no reciba tantas o más visitas que otros lugares de devoción popular que carecen de referencias históricas documentadas sobre su origen y un seguimiento tan detallado de su evolución en el tiempo.
La mejor prueba de que lo divino y lo humano se entrelazan con naturalidad en este entorno es rememorar los mejores recuerdos monacales a través de la cocina más tradicional. Juani y Laura, responsables de la cocina y la atención al cliente del restaurante "La pastora" ofrecen menús repletos de sabor y autenticidad: un lomo de orza de intensos y sutiles sabores que revelan su compleja y canónica elaboración; carnes de cabrito a la brasa con muchos seguidores entre la clientela; el imprescindible bacalao a la pastora, suculento y tierno en su interior y cubierto de crujiente témpura es una joya gastronómica que justifica, por sí mismo, una visita.
En días de lluvia, no puede faltar un buen plato de suaves y esponjosas migas, acompañadas de boquerones fritos y unos contundentes tropezones, ricos en proteínas. Los hay audaces que se atreven a acompañar las migas con unos huevos fritos espolvoreados con pimentón. Sólo el auxilio de la buena carta de vinos, y de algún licor o aguardiente moratallero puede facilitar al común de los mortales que la digestión no se convierta en una larga e incierta aventura.
Una reconfortante caminata por los alrededores de la Casa de Cristo nos puede ayudar a volver al mundo espiritual. En poco tiempo nos podremos cargar de la energía y el magnetismo del entorno. Bastarán unos minutos de paseo entre los pinos para que nuestros sentidos queden invadidos por la grandiosidad del paisaje, por la paz, el silencio y la belleza del entorno y por los intensos y limpios aromas del monte. Existen pequeños paraísos en nuestra región donde todavía es posible gozar del cielo en la tierra.