MURCIA. Cuando Carlos II de España falleció el 1 de noviembre de 1700 sin descendencia, no fue consciente de que su decisión de testar a favor de Felipe de Anjou iba a desencadenar un conflicto sucesorio de grandes dimensiones en España y en Europa. Murcia tuvo un papel importante para decidir quién se sentaba en el trono de España.
Al llegar Felipe V a Madrid el 18 de febrero de 1701, fue recibido con un enorme entusiasmo popular. Días más tarde el abuelo de Felipe V, Luis XIV, rey de Francia, dictaminó que su nieto mantenía sus derechos sobre la corona de Francia, despertando el mayor temor de la Europa de la época: la unión de España y Francia. Esto provocó que Inglaterra, Austria, Holanda, Dinamarca, Portugal y otros estados de Europa se unieran para proclamar rey al Archiduque Carlos de Austria. Esta coalición le declaró la guerra a España y Francia en 1702.
Aunque Murcia tuvo partidarios austracistas como el marqués de Alcantarilla o el conde de Santa Cruz de los Manueles de Cartagena y numerosos miembros de los concejos de Cartagena y de Murcia, el Reino de Murcia siempre estuvo a favor de Felipe V y fue en gran medida borbónico. Esto ocurría por la ausencia de fueros y cortes propias. Y esta posición de fuerza del bando borbónico se reforzó más cuando Luis Belluga y Moncada, obispo de Cartagena y partidario borbónico, llegó a la ciudad el 8 de mayo de 1705.
Belluga se convirtió en el gran jefe del partido borbónico en la ciudad, por sus facultades de gobierno y la falta de autoridades políticas de su nivel en la ciudad. Francisco Castellví, autor de las Narraciones históricas desde el año 1700 al 1725, contaba del obispo Belluga que "transformó el báculo pastoril por la espada y el oratorio en plaza de armas".
Durante 1706 la guerra tuvo uno de sus focos en el Sureste de España, y a lo largo del verano de ese mismo año, las fuerzas austracistas tomaron Cartagena, Alicante y Orihuela y se acercaban a Murcia a pasos agigantados, esperando a controlar la ciudad. Tras la conquista de Cartagena, dos nobles españoles austracistas, el conde de la Corzana y el marqués de las Minas, pidieron al concejo que se aceptara al pretendido 'Carlos III' como el rey de España. La ciudad se negó en pleno y siguió defendiendo la causa de Felipe de Anjou como Felipe V.
Aunque en verano de 1706, los borbónicos habían recuperado Madrid, la ciudad de Murcia seguía amenazada por las tropas austracistas, más sobre todo después de conocer que tras la conquista de Alicante, la flota anglo-holandesa saqueó la ciudad mostrando su desprecio al catolicismo. Esto provocó que cuando dos emisarios de los austracistas fueron a pedir al obispo Belluga que rindiera la ciudad recibieran una gran negativa y les comunicara que la ciudad lucharía por los derechos de Felipe V.
La batalla era inevitable y las tropas defensoras de la ciudad eran muy inexpertas. Para preparar la invasión, las milicias se apostaron en la Lonja de Santa Catalina; se construyeron trincheras, terraplenes y empalizadas para sustituir las aperturas de las murallas en todo el casco urbano de la ciudad. En la huerta se talaron muchos arboles para evitar que el enemigo se escondiera. Los huertanos mostraban así que iban a luchar por los derechos de Felipe V. El obispo Belluga salió para recoger refuerzos para recoger refuerzos de Andalucía, dejando todo listo para la defensa de la ciudad.
Todo el mundo en Murcia sabía de la importancia de la defensa de la ciudad: si perdían, las tropas del archiduque tendrían bajo su mando casi todo el este de España, y así se iba acercando el día de la batalla: el 4 de septiembre de 1706.
Esa jornada, al amanecer, las tropas anglo-holandesas entraron por Espinardo con un puente portátil de madera para evitar las acequias. Los murcianos se parapetaron tras la Puerta de Castilla y se desplegaron por los actuales barrios de San Basilio y Santa María de Gracia para impedir el paso de las fuerzas invasoras a la ciudad. 400 murcianos se situaron en la casa del caballero de la Orden de Santiago, Baltasar de Fontes. A partir de este momento fue la casa del Huerto de las Bombas.
La clave de esta batalla fue la orden de Belluga de abrir los tablachos de las acequias para inundar la huerta. Esta se convirtió poco tiempo después en un enorme lago que paró a los invasores por desconocer la profundidad de este lago improvisado, los que lo intentaron quedaron atrapados en un enorme barrizal.
Habiéndose quedado atascados en el lodazal e impidiendo los avances de la caballería, los austracistas intentaron usar la artillería a los soldados que se encontraban en la casa del Huerto de las Bombas, que respondiendo a este ataque causaron muchas bajas al enemigo. Entre la trinchera y el terraplén se situaban el brigadier Fernando Arias y Ozores, su teniente Antonio Marzo y el sargento mayor de brigada Juan Antonio de Contreras y Torres, que mandaban a los dos cuerpos de la infantería de Granada, que contaba con 500 hombres y 200 caballos del regimiento irlandés de Gabriel Mahon.
Dos horas de una lucha verdaderamente encarnizada con un fuego continuo. Los borbónicos, con ayuda de los huertanos que disparaban desde sus casas o desde las ramas de los árboles, lograron que el ejército austracista se retirara. La batalla del Huerto de las Bombas terminaba. Más de 400 muertos dejó la batalla, los heridos se trasladaron a Orihuela con 36 carros cargados de soldados.
Esta batalla significó una victoria muy importante para el bando borbónico, cambiando el curso de la guerra peninsular. Las tropas de Felipe V recuperaron Orihuela, Cartagena y Elche durante octubre. En todas estas conquistas participó Luis Belluga, y también participó en la batalla de Almansa, que contribuyó a la conquista del resto de España por Felipe V.
La batalla del huerto de las Bombas también significo el comienzo del Siglo de Oro murciano, debido a que el Reino de Murcia se benefició en muchos aspectos de la gracia de Felipe V. Murcia confirmó sus privilegios, Yecla logró la posibilidad de arrendar tierras reales. El Reino de Murcia tuvo una gran recuperación económica y social durante este siglo, todo ello gracias a haber apoyado la causa borbónica.