SILLÓN OREJERO

'Inner City Romance', el primer cómic que retrató un sueño americano sobre supervivencia y no 'lifestyle'

El cómic underground de los 60 estaba marcado por la revolución sexual, la marihuana y todos los elementos de la cultura hippie y la sátira social. Sin embargo, de repente apareció un nombre, Colwell, que dibujaba sobre proxenetas, tráfico de drogas, prostitución, heroína y cárceles. Todo el mundo daba por sentado que era negro, pero no. Se trataba de un insumiso que se había comido dos años de cárcel por la guerra de Vietnam y, en prisión, hizo amigos de los bajos fondos. Se limitó a relatar su vida en un cómic que vendió 50 mil copias.

13/07/2022 - 

VALÈNCIA. La única referencia en España que encuentro de Guy Colwell es el especial Amor de El Víbora. Un número que apareció en 1980. En la introducción, decía: "Al principio no nos gustaba, ahora cada vez nos gusta más". La historieta era totalmente sexual. Era una escena cercana a cualquier relato porno convencional, lo único es que transcurría en los arrabales de la ciudad. Se anunciaba que aparecería más veces en las páginas de la revista, pero parece que no fue así. Ni en esta ni en ninguna otra española.

Sin embargo, Colwell formó parte de la segunda hornada del cómic underground estadounidense, publicó durante los 70 obras de relevancia, algunas de sus viñetas fueron cotizados cuadros y viceversa, y sobre todo hubo algo muy importante en su trabajo: penetró en los bajos fondos. Una cosa era la cultura hippie, la vida en comunas, el sexo y la marihuana, y otra la vida al límite, la delincuencia, traficantes, prostitutas y proxenetas en el contexto de las minorías étnicas estadounidenses. Colwell tiró por este aspecto de la realidad de su época y abrió una nueva veta en la era dorada de la viñeta en su país.

Inner City Romance fue su gran obra. El primer capítulo bien podría haber sido una película indie. Trataba de tres hombres que salen de la cárcel. Un blanco y dos negros. Al blanco le da todo un poco igual, uno de los negros solo piensa en irse inmediatamente de putas y, el tercero, está indignado. Se ha concienciado políticamente y critica que su amigo se vaya de nuevo derechito al delito, al proxenetismo y tráfico de drogas. Él tiene las miras más altas. Planes políticos.

Por mucho que de los 60 se hubiera salido con las ansias de libertad sexual plasmada en los tebeos, esto jugaba en otra liga. Lo mismo ocurría con las drogas. Era habitual que las viñetas se hubieran llenado de canutos enormes, pero esto iba más allá. El personaje blanco se toma un LSD, se acuesta con una prostituta, está insaciable, y le pierden las alucinaciones del ácido. Hasta ahí, lo típico. El personaje que está indignado se encuentra con una prostituta que, parte por parte, se prepara un pico. Le ruega a su cliente que se lo meta, pero él pasa, entonces ella se lleva la jeringa a la ingle y se inyecta el caballo. Un detalle de gran pintor aparecía en esa viñeta. Cuando la mujer estaba más colocada, se le caía la peluca afro encima de la mesa. Ese detallismo impresiona.

El curso de la historia seguía siendo muy cinematográfico. Se alternaban los diálogos del ex presidiario que ahora quiere enrolarse en los Panteras Negras y mantener una militancia activa, enfrentarse definitivamente al sistema. Ese era el zeitgeist. La revolución parecía inminente, inevitable. Estaba a la vuelta de la esquina. Mientras, los otros dos acaban en la misma cama, con sus prostitutas y con la prostituta drogadicta, que se ha metido otro pico más. Las escenas de sexo son de lucimiento, a toda esa visión social, había que añadirle viñetas con un estilo expresionista derivado directamente de la pintura y las bellas artes. Lógicamente, esa era la ocupación anterior de este dibujante: pintor que se creía llamado a triunfar en eso que denominan la alta cultura.

Cuando salió Inner City Romance nadie sabía quién era Colwell, pero todo el mundo pensaba que, lógicamente, tenía que ser negro. El dibujante Richard Edward "Grass" Green, que sí era negro, llegó a perder dinero en una apuesta dando por seguro que Colwell también lo era. Un blanco no podía conocer tanto de la forma de hablar de esos barrios y esa gente y era raro que al mismo tiempo tuviera cultura taleguera. En aquel momento, los blancos generalmente hacían humor y sátira social, ninguno se había metido a hacer realismo en viñetas.

Sin embargo, Colwell sí era blanco. Lo que pasaba es que se había declarado insumiso. Inicialmente, iba a ser simplemente objetor al servicio militar, pero en la guerra de Vietnam le llamaron a filas y devolvió la carta. Su postura fue de "no cooperante" con la guerra. Fue a juicio en San Francisco en 1968 y le condenaron a dos años, de los que cumplió 17 meses en McNeil Island Penitentiary, un centro de mínima seguridad, pero en una isla.

Su prisión no era como las del resto del país, trabajaban en una granja y no tenían vallas, cualquiera que intentase huir a nado moriría a las pocas horas. Eso era llevadero, pero la tensión en el interior era como en el resto de centros penitenciarios. Una vez asesinaron a un recluso que dormía a un metro de él. Todo el mundo estaba separado por bandas, negros con negros, latinos con latinos, y arios con arios. Él confraternizaba con todos, incluso le llamaban "niggers lover", pero tampoco estaba solo. Su banda, que era otra más, era la de los insumisos y desertores. Al principio, se podían contar con una mano. Cuando salió en libertad, ya eran decenas.

Una vez fuera, mantuvo la amistad con otro compañero de la prisión. Era un negro heroinómano que le introdujo en su ambiente, un mundo de prostitutas, traficantes, negocios que pueden resultar mortales, y sobredosis por doquier. Decía que Colwell que él estaba ahí como observador, no como participante, aunque tenía que asistir a los amigos que estaban al borde de la muerte por un pico excesivo o con mercancía de baja calidad.

En ese ambiente aprendió todo sobre la calle. Eso que fascina a las clases medias que nunca se atreverían a poner un pie ahí y, precisamente por ese motivo, están ansiosos por conocer qué pasa. Es una cuestión de naturaleza humana, la curiosidad, y se satisface chuscamente en programas como Ana Rosa o con el meñique levantado en literatura negra o social. En el caso de Colwell había ocurrido algo antes. En la cárcel, un compañero preso recibía el East Village Other donde venían las historietas que Spain Rodríguez dibujaba sobre Trashman, agente de la Sexta Internacional, un superhéroe de izquierda radical.

Colwell formaba parte de esa generación de estadounidenses que había aprendido a leer con tebeos. Descubrir a Spain Rodríguez y al resto de maestros del momento, los Crumb, Shelton y demás, le devolvió la emoción de la niñez por la viñeta, pero siendo adulto. Fue como una epifanía Entendió que el papel que tenía el cómic para difundir un mensaje social era muy poderoso. Ahí decidió dejar de dibujar carteles psicodélicos de moda y pasarse a hacer un cómic. El primer número de Inner City Romance vendió 50.000 copias. El resto es historia. Como lo es que los niños ya no aprenden a leer con tebeos.

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