COMO AYER / OPINIÓN

Historia y antecedentes de la casa roja de la Trapería

28/07/2022 - 

MURCIA. El reciente cierre de Chys, establecimiento emblemático de la Trapería murciana dedicado a galería de arte y tienda de regalos decorativos, deja un nuevo hueco en la historia de la que es en la práctica, aunque no lleve ese nombre, la calle Mayor de la ciudad, como lo dejaron a lo largo del tiempo otros muy reseñables y recordados, como la famosa panadería de Guillén, que expendía las más deliciosas tortas de chicharrones, o la confitería de Ruiz-Funes, con sus pastas de té, su extensa trayectoria y su artístico techo, conservado en la que vino a ocupar su lugar.

Establecimientos a los que cabría añadir, de inmediato, en apresurado paseo memorístico, el Drexco original, Mi Bar, la sombrerería de Carlos Ruiz-Funes y sus célebres tertulias intelectuales, la popular Covachuela, mínimo despacho de librería y prensa y vecino de Chys, y, desde luego, la Alegría de la Huerta, los grandes almacenes murcianos por antonomasia hasta la llegada de los foráneos. Entre otros.

"En aquel solar se alzaba el palacio del marqués de Beniel, cuya fachada fue terminada el día 22 de septiembre del año 1781"

Al edificio en cuyos bajos se alojaba Chys le pasa como a otros de la misma calle: la estrechez hace que falte perspectiva para admirarlos y descubrir la categoría de bastantes de ellos, edificados durante la primera mitad del siglo XX. Es el caso del que nos ocupa, y lo fue, con mayor razón, del que ocupó antes su lugar.

En aquel solar se alzaba el palacio del marqués de Beniel, cuya fachada fue terminada el día 22 de septiembre del año 1781. El marquesado había sido concedido en 1709 al coronel Gil Francisco de Molina y Junterón por el rey Felipe V, en atención a su toma de partido por la causa borbónica y buenos oficios militares en la Guerra de Sucesión, contando con informes de peso por parte del cardenal Belluga.

Al nuevo marquesado debió interesarle mostrar su poderío social y económico en el corazón mismo de la capital, por lo que se procedió al derribo de la antigua casona de sus ascendientes, los Junterón, que habían edificado en el siglo XVI la magnífica capilla de su nombre, que aún admiramos en la Catedral.

El nuevo Palacio contaba con tres plantas, una gran entrada, enriquecida con el escudo nobiliario de la familia, y numerosos balcones a la calle principal de la Murcia eterna, aunque también tenía (y tiene su sucesor) fachadas a la estrecha calle de Montijo (hoy dedicada en ese tramo al pintor Avellaneda), y en la trasera a González Adalid, llamada entonces de Algezares.

Sin embargo, antes de que se cumpliera el centenario del céntrico inmueble, decidió la familia aplicarlo a otros usos, de los que podrían derivarse beneficios en forma de rentas, supuesto que no lo habitaban, y pasó a convertirse en la Fonda de Patrón, que con el tiempo pasaría a ser el prestigioso Hotel Patrón. Es a mediados del XIX cuando se pone en funcionamiento la primera, y a finales cuando empieza a hablarse propiamente del hotel. Un hotel que acogió, hasta su cierre y posterior derribo en los primeros años 30 del siglo pasado, a los más notables visitantes con que contó Murcia en aquellos tiempos.

Relataba Levante Agrario, unos años después de la demolición, que el establecimiento hotelero era el "más acreditado en su clase y el más conocido en España, porque a él acudían los principales viajantes nacionales y extranjeros, como todas las personalidades que llegaban a Murcia con motivos oficiales o de fiestas. La capacidad del Hotel, céntricamente situado, y el mayor esmero en el trato, hacíanle que fuera el preferido por la población flotante de la capital. No olvidemos que, por entonces, Félix Cabezos poseía en la bajada del Puente Viejo, en el inmueble de Zabálburu, el Hotel Universal (luego Reina Victoria), que también tenía su crédito, aunque éste era más débil que el de Patrón".

José Cremades dirigió el establecimiento hasta que se hizo cargo de él Diego Fontes, que al pasar a regir también el Universal creó una especie de monopolio hotelero al contar con los dos mejores negocios dedicados a alojar huéspedes existentes en la ciudad, y no contento con ello fue también en su día empresario de los teatros de Romea y Circo Villar, y también de la plaza de toros. Todo se fue al traste cuando falleció en un trágico accidente en Almoradí, al ser arrollado por el tren, en un paso a nivel, el coche en el que viajaba.

"Joaquín Cerdá Vidal se propuso ocupar toda aquella extensión con un inmueble que no desdijera del desaparecido y que se dedicara a dar hospedaje a los visitantes"

El caso es que El Patrón cayó, con toda su carga de historia, de arte y de recuerdos, dejando en mitad de la Trapería un enorme solar que dio lugar al debate ciudadano. Y así, se escribía en febrero de 1931, cuando la monarquía de Alfonso XIII daba sus últimos coletazos, que la idea que circulaba de no edificar para situar allí una plaza ajardinada resultaba plausible, "pero en una población que se encuentra en tan lastimoso estado de pavimentación, de alcantarillado y, sobre todo, de aguas, como lo está la nuestra desgraciadamente, es un hecho insólito y a todas luces escandaloso el invertir el dinero del pueblo murciano en esa mejora, cuando está pidiendo a gritos su inversión en aquello nombrado de que carece". El presupuesto se estimaba en 150.000 pesetas, y otras tantas para la adquisición del solar, de las no podía disponer el erario público.

Pocos meses después, entró en escena el Banco Español de Crédito (Banesto, fundado en 1902 y absorbido en 2013 por el Banco de Santander), que se hizo con el terreno dispuesto a construir un edificio en el que instalar su sucursal en la ciudad. Pero fue finalmente Joaquín Cerdá Vidal, abogado, propietario de La Alegría de la Huerta, promotor de la edificación de algunos de los más notables edificios de la ciudad, como el citado de los grandes almacenes, el de la Sociedad de Cazadores o el que lleva su apellido, en la plaza de Santo Domingo, presidente de la Cámara de Comercio y del Círculo Mercantil, quien se propuso ocupar toda aquella extensión con un inmueble que no desdijera del desaparecido y que se dedicara, nuevamente, a dar hospedaje a los visitantes.

A diferencia de otros trabajos relevantes encargados por Cerdá, obra del arquitecto José Antonio Rodríguez, fue el autor del proyecto Pedro Muguruza, que trazó también el viejo edificio de Correos, felizmente recuperado en nuestros días. La que llamaron cuando su conclusión Casa Roja, por el color de su fachada, no llegó a usarse como hotel, pues recién acabados los trabajos de construcción llegó la Guerra Civil, y aún sin estrenar ni acondicionar fue incautado por las autoridades republicanas y destinado a Hospital de Sangre, como lo fue también el recién estrenado colegio los los Maristas en el Malecón, para atención de los heridos en el frente de batalla.

Al acabar la contienda, en 1939, experimentó una completa transformación. interior para ajustar su tabiquería a viviendas y oficinas y sus bajos a locales comerciales. Como el de Banesto, que llegó finalmente a ocupar el lugar para el que había soñado su sede, o el de Chys, que acaba de cerrar sus puertas. Del mismo modo que este escribidor cierra sus ayeres hasta el mes de septiembre.

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