Entre mis mejores recuerdos del verano hay varios memes. Vistos en silencio, seguramente sonriendo y descalzo, en la misma soledad que cualquiera se hubiera topado con una metáfora escrita o dibujada hace 150 años, uno de ellos ha vuelto a mí estos días. En él aparecía el típico niño rubio de meme mirando absorto un monitor de PC (esas cajas grises de tubo que acompañaban a los Pentium y 486). En la siguiente diapositiva de la metáfora.jpg, una pregunta me desmontaba: ¿qué vida tenías cuando pasabas horas viendo los salvapantallas de Windows 95?
Me reconozco en ese niño, pero nuestro rol frente a las pantallas ha cambiado y mucho del pasado siglo al presente. Entonces, frente a la Encarta pirata o cualquier videojuego, a deshoras, poseía cierta capacidad de sorpresa. Ahora ya no. Los videojuegos, precisamente, son el hecho cultural más evidente que nos llevó hasta la siguiente pantalla: no es que la comunicación ya no sea lineal (broadcast), sino que mi impaciencia multiplicada por la de miles de millones de personas conectadas, ha convertido a internet en una huida hacia ningún sitio. Un ‘button meme’ donde salir de Matrix es apretar el pause.
El pause es el botón más caro de nuestra vida. ¿Quién teme pensar un rato? Exactamente, nadie, pero la sociedad hiperconectada, el suicido del scroll infinito de contenidos (en redes, plataformas y medios), ha extendido una pandemia previa al coronavirus contra la que la OMS no supo alertar: el fear of missing out (FOMO). Y cuando en mitad de este caos de infoentretenimiento -que nos agrede desde que nos despertamos hasta nuestro último pensamiento a través de la pantalla del móvil- se cruzan hechos tan graves como la denuncia falsa de una agresión homófoba. Es entonces cuando todo lo malo que llevamos salta por los aires.
Los medios se confunden con un sistema de valentía por anonimato, que es desde donde se descompleja el odio en las redes. Desde allí se van descubriendo las caras -a veces con antifaz- para convertir en un hazmerreír a todo el ecosistema de medios tradicionales por la razón de haber trascendido una información surgida de a) Policía Nacional y b) Ministerio del Interior. En un campo de batalla mediático donde un texto con rigor, elaborado y con fuentes, compite tras un muro de pago con el sensacionalismo -por motivos comerciales de retención y venta de publicidad por ídem- de un video en cualquier red social o plataforma, apaguen y vámonos. La comunicación de una denuncia falsa, por motivos comunicativamente sospechosos, y la correa de transmisión de los medios -por precariedad en los recursos-, ha acabado por cuestionar la LGTBifobia en un verano que incluye un asesinato en turba al grito de “maricón” y decenas de agresiones reales, denunciadas.
"Tengo miedo, Elena, de que por haber sido un cafre ahora no podamos frenar esto. Esta semana ha sido de golpe una de mis mayores lecciones de vida. Pasar mucho tiempo en Twitter, etc, me había radicalizado al extremo. Ojalá me hubiera vacunado". La hermana del expiloto y campeón de motociclismo, Jorge Lis, trascendió este mensaje a (todos) los medios después de que éste falleciera por covid-19. Como un botón más en torno a estos hechos, parece un ejemplo de consecuencias, un testimonio del desastre natural de los medios que está servido. ¿Existen responsabilidades? ¿Alguien sería capaz de darle al botón de pause para comprender si existe alguna medida paliativa mientras se sucede el cambio climático que nos desnorta frente a lo relevante a cambio de unas horas de placer culpable por diversión?
Por un lado es interesante imaginar a qué grado de responsabilidad se le hubiera sometido a un medio si, en ese entrecomillado del fallecido Jorge Lis, en vez de Twitter se leyera ABC, Telecinco o El País. Piénselo y respóndase, ¿cuál sería su visión de los hechos? En una sociedad que, muy mayoritariamente, ya no toma perspectiva desde ese producto imperfecto llamado periodismo (muro de pago, scroll infinito, FOMO), ¿qué le exigimos al nuevo ecosistema mediático? A parte de inundarlo de nuestro tiempo y regalarles nuestra porción de ingenio para su beneficio, ¿existen responsabilidades frente al cambio climático de los medios por parte de los nuevos medios?
La información parece estar irremediablemente ligada a la interacción, pero no es así. Un like o compartir ese video es, desde lo ingenuo, el gesto mínimo que alimenta el problema. Sin embargo, frente a este frenesí por pertenecer al relato -de aquella manera- nos queda la posibilidad de desaprender. Volver a empanarnos frente a la pantalla como lo hacíamos frente a un salvapantallas de Windows 95, a veces con algo edificante, a veces con cualquier desmán del sistema comunicativo. Eso sí, sin la necesidad de formar parte de ello e incorporarnos a la cadena de ruido.
Frente al cambio climático de los medios, como quien reduce el consumo de plásticos, carne o agua, la aportación individual a los monstruos no mirar. Cualquier conversación directa, enriquecida por los matices de conocer a alguien verdaderamente, sus contradicciones, la evolución de su pensamiento, nos aporta mucho más que la cobardía de quien vomita desde su condición online. Más pause y menos scroll infinito.