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el pasico del aparecido / OPINIÓN

¡Fíate de la naturaleza y no innoves!

13/11/2021 - 

CARTAGENA. Corre el rumor de que nos compete urgentemente salvar el planeta. Quienes eso dicen parecen ignorar que el único agente conocido capaz de destruir nuestro planeta es el Sol, que lo hará indefectiblemente dentro de unos pocos miles de millones de años. Lo notable es que el conjunto de la vida en nuestro planeta se nutre, en última instancia, de la energía y el orden aportados por los rayos solares, de modo que esa doblez solar, que primero nos ha alimentado y luego nos arrasará, nos da una primera pista de con qué tipo de entidades nos la estamos jugando. La única esperanza de nuestra especie de sobrevivir a largo plazo del nefasto final ocasionado por el benefactor Sol es que seamos capaces de colonizar otros sistemas solares, lo cual requerirá, si es factible, de grandes avances científicos y tecnológicos, lo que a su vez solo se dará si el desarrollo económico sigue adelante.

"En vez de salvar la Naturaleza, como predican Greta Thunberg, deberíamos procurar que la Naturaleza NO ACABE CON NOSOTROS"

Si lo lográsemos estaríamos culminando la senda que ya empezó a recorrer el primer primate que adoptó la postura bípeda, dando origen así al género Homo que, como todos los géneros biológicos, es un conjunto de especies que provienen de la evolución de una antecesora común. La postura erecta de aquella primera providencial especie bípeda implume liberó sus manos para manipular todo tipo de objetos y eso condujo a que sus sucesores produjesen rudimentarios instrumentos, e incluso instrumentos, para fabricar otros instrumentos, con los cuales las diversas especies del género Homo, que fueron apareciendo por la selección natural de mutaciones aleatorias adaptativas, fueron modificando cada vez más sus entornos. En paralelo, se intensificó entre los miembros de algunas especies la colaboración social, se desarrollaron los órganos del lenguaje, y aumentó el tamaño y la complejidad del cerebro, lo que fue facilitado por el nuevo complemento alimenticio carnívoro y el dominio del fuego, que posibilitó cocinar los alimentos, facilitando su digestión y depurándolos de posibles microorganismos infecciosos.

Lo notable de ese largo proceso de cambio y diversificación de las especies del género Homo es que la nuestra, la de los sapiens, es la única que ha sobrevivido. En efecto, se han extinguido las varias decenas de otras especies humanas que algún día florecieron en nuestro planeta, con algunas de las cuales, nómadas y promiscuos como somos, nos cruzamos y cuyos genes todavía llevamos. Esa extinción de todo tipo de primates bípedos nos da una segunda pista de la calaña de las entidades con las que estamos bregando: tras el Sol, la Naturaleza.

Una consecuencia colateral es que nos hemos convertido en el sueño de los taxónomos, pues ya no queda ningún animal viviente con el que podamos confundirnos ni cruzarnos fructíferamente. Una especie de manual: al haberse extinguido todos los homínidos parecidos a nosotros, hemos quedado como un islote biológico claramente identificable. Si otras especies humanas recientes, como la de Neandertal o la de Denisova, hubiesen sobrevivido, posiblemente nuestra singularidad sería más borrosa, pero ahora somos únicos e inconfundibles.

¿Y por qué hemos logrado ser la única especie superviviente del género Homo? Según algunos, por chiripa; según el Aparecido porque la citada constelación de características nos ha permitido elaborar una compleja tecnología, base de nuestra adaptación. Otros primates presentaron varias de ellas, pero nunca todas juntas, salvo quizás los neandertales, que se extinguieron sin haber logrado avanzar tecnológicamente lo suficiente para perdurar. De hecho, nuestra propia especie ha atravesado algunos cuellos de botella poblacionales, situaciones en las que también nosotros estuvimos a punto de desaparecer. Si nos libramos, dice el Aparecido, no fue solo por nuestra dotación genética sino por la decisiva ayuda que le prestó nuestra cultura, nuestra tecnología. 

"Todos los animales modifican sus ambientes en alguna medida, pero los sapiens no nos hemos limitado a transformar la Naturaleza"

Es más, nuestra capacidad craneal, y con ello quizás nuestra inteligencia individual, disminuyó hace tres milenios, sospechándose que se debió a que la especialización asociada a la división del trabajo en grandes sociedades dotadas de Estado hizo innecesario que cada individuo fuese capaz de afrontar casi todas sus necesidades por sí mismo, a diferencia de lo que ocurría en las tribus cazadores-recolectores, cuyos miembros necesitaban cada uno más cerebro, pues no se limitaban unos a hacer zapatos, otros a hacer panes y unos terceros, felices ellos, a observar las estrellas y filosofar. De confirmarse, esa explicación probaría la extraordinaria influencia del trabajo en la coevolución entre genes y cultura típica de los sapiens: la inteligencia individual polifacética inicial fue sustituida por la inteligencia colectiva de la aldea o la ciudad propiciada por la división de las tareas. Aunque no hayamos llegado al grado de inflexible especialización de las distintas castas de algunas especies de hormiga, quizás ya no estemos capacitados para dar marcha atrás y no podamos prescindir de la intensa colaboración social ni de nuestra tecnología para perdurar.

Todos los animales modifican sus ambientes en alguna medida (construyen su nicho ecológico), pero los sapiens no nos hemos limitado a transformar la Naturaleza, sino que nos hemos independizado en buena medida de ella gracias a la tecnología, el factor diferencial que nos ha permitido sobrevivir a los continuos retos ambientales frente a las demás especies del género Homo. Conviene recordar que la Naturaleza es una madre fecunda, que genera profusamente nuevas especies, pero también es una madre filicida, que destruye muchas de las especies que genera, labor exterminadora que ha llevado a cabo durante largos eones sin necesidad de que los sapiens la ayudásemos. De hecho, antes de que apareciésemos sobre el planeta había habido varias extinciones masivas completamente naturales y más de nueve de cada diez de las especies que existieron se habían extinguido por completo, así como una decena de los más de cuarenta grandes filos que hubo, de los que sobrevivieron unos treinta, como los cordados, los artrópodos o los equinodermos

Nuestra especie se ha librado por los pelos de esa continua extinción, pero las de los neandertales, los denisovanos, y demás homínidos, pagaron con sus vidas su dependencia de la Naturaleza. Confiar en ella es suicida a largo plazo; solo podemos confiar en nuestra capacidad de colaborar, trabajar e innovar y, los creyentes, en Dios. En vez de ocuparnos de intentar salvar la Naturaleza, como predican los gretenses, fervientes seguidores de Greta Thunberg, deberíamos seguir procurando que la Naturaleza no acabe con nosotros. Aunque su último intento con el coronavirus ha sido baldío gracias, una vez más, a nuestra tecnología, esta vez bajo la forma de vacunas, no dejará de intentarlo, pues es lo que ha venido haciendo en los últimos 3.500 millones de años: generar especies, cambiarlas, diversificarlas y, al alimón, extinguirlas. Vista esa estrategia, gentes de distintas opciones políticas y religiosas deberíamos colaborar para ofrecer una alternativa ecológica antropocéntrica, favorable tanto a nuestro ambiente como a la economía, cuyo principal objetivo sería que sobreviviésemos hasta ser capaces de viajar a las estrellas, para lo cual habría que impulsar la ciencia y la economía. Ahora bien, concretar un rudimento de ese programa ecológico antropocéntrico con vocación astronáutica requiere otro Pasico.

JR Medina Precioso

jrmedinaprecioso@gmail.com

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