-Tus personajes sufren, abandono y violencias de todo tipo (sistémica, sexual, psicológica). ¿Se hace duro escribir sobre tanto dolor?
-Sí, me pasa un poco que las escrituras minimalistas o superficiales se me quedan un poco cortas. También cortas de carne. Me parece que el dolor no se puede excluir de la creación y que sin haberlo atravesado uno es un poco como un turista. Creo que se puede escribir sin haber vivido algunas experiencias, pero cuando las has atravesado adquieren otras ramificaciones y otros riesgos. Y creo que además nadie está exento del dolor, lo que pasa que a veces se elige como mantenerlo afuera. Y creo que también es un acto político ponerlo en evidencia.
-En el libro hay imágenes terribles, como las de Fruto seco, que hacen considerar Teoría del tacto como un libro de terror. ¿Lo ves así? ¿Son de algún modo las narrativas del horror un instinto para ti?
-Me da un poco miedo la palabra terror, porque últimamente siento que se ha vaciado bastante de sentido. Como que se comercializó mucho con la palabra. Prefiero por ahí lo perturbado o incluso lo terrible, ¿no? Tal vez modos como de escapar de la palabra cuando se gasta tanto en términos de venta. Pero sí creo que hay algo, volviendo al cuento de Kafka, de padecer la propia escritura. Pero hacer de eso igual un goce. Necesito que estén como esos opuestos. Más bien baudelerianamente. Asumiendo que hay belleza en lo podrido.
-Las transacciones que involucran a seres humanos (o a partes de ellos) como mercancía son recurrentes en este libro. ¿Por qué?
-Las transacciones. Sí, sí, vivimos en una época de transacciones. El verbo monetizar, por ejemplo, me parece espantoso. Mercadear con el cuerpo y con todo lo que esté a mano. Somos sujetos y objetos de consumo. Más bien objetos, a veces inconscientes.
-En las redes se siente como si nos tocásemos demasiado, como si hubiese demasiado contacto. ¿Es la era de un nuevo sentido, la era de un tacto excesivo digital?
-Claro, si ocurre en los dedos es digital. Pero entiendo que te referís a lo inmaterial. De hecho, este libro lo empecé a escribir un poco antes y un poco después de la pandemia, digamos que la pandemia quedó absorbida en el centro del asunto. Y ahí tocar estaba prohibido. El cuerpo del otro como amenaza, uno mismo como un riesgo para los demás. Pero bueno, mi idea era eludir también esa palabra o hacer hincapié en algo que ya se ha convertido en un lugar común. Saltearme como todo lo que se ha comentado y volcarme sencillamente en el asunto más táctil de lo que para mí implica igual la escritura, que también pasa por la mano, porque yo escribo bastante a mano y a veces me grabo los textos que estoy escribiendo o que voy a escribir. Y los hago pasar por la garganta. Y es una manera de hacerlos materia. Hay algo que a mí me interesa mucho que es el cuerpo del lenguaje como primero, como primer asunto. Y cómo funciona ese cuerpo en cada uno de los relatos, no solamente animado por una voz, por un asunto, sino por la palabra misma, por la función golpeadora de la palabra, como el bofetón. Palabras como bofetadas.
-Las migraciones masivas van a ser —y ya son— uno de los grandes fenómenos del futuro inmediato. Pensando de nuevo en las transacciones, y este movimiento, en cierto modo lo es: desde tu experiencia, qué huella, qué impronta, dejan en la personalidad y en la persona?
-La migración pone a prueba tanto a quien migra, como a quien lo recibe, que debe compartir un espacio que consideraba propio. Es un movimiento crítico a dos puntas, donde quien llega es la parte más débil, al que se le exige la adaptación. Si has migrado has padecido humillaciones. Nadie se va si antes no hubo una crisis en su lugar de origen. Al llegar, ocurre lo mismo. El que llega es el bárbaro a quien disciplinar. Hay otras migraciones, las nómadas digitales. Donde el dinero compensa la desterritorialización. Pero nadie está exento del desarraigo. Y esa herida marca. No sólo la escritura. El modo de entender el mundo, el propio cuerpo, tu sistema de creencias, etc. Se amplía y revela el absurdo del mundo. Después de una migración no se vuelve a ser quien se era. Con lo maravilloso y desesperado que eso puede llegar a ser.