Crónicas de una Región Misteriosa | Especial artículo 100

Fantasmas en el Museo Arqueológico de Cartagena: así fue mi primer caso inexplicable

27/10/2024 - 

MURCIA. Este domingo 27 de octubre se cumple una efeméride muy especial. Hace exactamente 100 semanas se publicó por primera vez 'Crónicas de una Región Misteriosa' en Murcia Plaza. Por ese motivo, quien suscribe este artículo estará eternamente agradecido a su equipo directivo por confiar en mí y en la propuesta de acercar, cada domingo, un poquito de nuestra historia y tradiciones.

Para este número especial he creído conveniente traer la historia que me hizo saltar del mundo de la arqueología al mundo del misterio y que hizo que fuera consciente por primera vez de que existe algo que no podemos llegar a comprender ni explicar, pero que desde luego reafirma su existencia con pequeñas pistas, las cuales podremos apreciar si estamos atentos.

La experiencia que voy a compartir contigo me tocó vivirla de lleno a lo largo de mis trabajos en el Museo Arqueológico Municipal de Cartagena, allá por el año 1999. Estamos ante uno de esos casos en los que la arqueología (ciencia misteriosa allá donde las haya) ayuda a resolver un misterio que se generó en las inmediaciones de este centro de investigación y que se propagó por toda la ciudad de Cartagena. Es, sin duda alguna, el caso que me empujó a interesarme por el mundo del misterio de una manera científica y metodológica, intentando dar una explicación plausible a experiencias que, a priori, eran muy complicadas de entender por una sociedad cerrada ante este tipo de historias. Cerrada ante la mayoría de la opinión pública porque en 'petit comité' muchas personas afirmaron experimentar lo que a continuación te contaré.

Comencemos por el principio. Corría el otoño del año 1999 y un servidor se encontraba ayudando en las labores de catalogación de materiales procedentes de las excavaciones arqueológicas del Teatro Romano de Cartagena, los cuales se realizaban por medio de un convenio en los laboratorios del Museo Arqueológico Municipal 'Enrique Escudero de Castro' (recordemos que hasta el año 2007 el Museo Teatro Romano no estaba construido y tampoco sus dependencias para investigación).

Era lunes y nunca se me podrá olvidar pues, dados los hechos que voy a relatar, ese día fue muy importante en el desarrollo de la historia. El día transcurría con total normalidad hasta que, de repente, entró al lugar donde me encontraba con mis compañeros una de las integrantes del equipo de limpieza cuyo nombre he de mantener en el anonimato. Entró corriendo, con la mano en el pecho, asustada y muy agitada, sin apenas mediar palabra. Su cara estaba pálida, con gesto desencajado y ojos hinchados; los útiles de limpieza los había dejados tirados en la exposición y casi se tuerce un tobillo subiendo y bajando las escaleras. Estaba muy alterada y mucho más cuando intentó explicar lo que le había pasado.

Todos intentamos tranquilizarla y que nos contara qué había sucedido, pensando que alguien se había metido con ella o que había tenido algún problema con algún compañero o algo mucho peor. Lo cierto y verdad es que la realidad superó nuestras expectativas y escuchamos lo que nunca hubiéramos imaginado. Nadie se había metido con ella, nadie la había insultado ni agredido, nadie había interactuado con ella, nadie…de este mundo.

Cuando pasaron algunos minutos y pudo tranquilizarse consiguió sacar fuerzas para transmitirnos lo que había visto y "tocado". En un principio comenzó hablándonos de que había visto a alguien en la zona de necrópolis del Museo, hecho del todo improbable pues el museo los lunes se encuentra cerrado y todo el personal que en algún momento pudiera estar en esa zona no se encontraba cerca de la misma. Para quienes no conozcan este museo he de comentar que se encuentra construido sobre una necrópolis de los siglos IV y V dC, de época paleocristiana. Un cementerio en el que antes de la existencia del propio museo los ancianos decían que jugaban entre esas tumbas sin saber por supuesto lo que eran, lo que nos lleva a pensar que era una zona conocida y vista por todos desde mediados del siglo XX.  Proyectado por Pedro Sanmartín Moro en la Barriada de San Antón se encuentra definitivamente en 1967 y se proyecta en 1969, con una cubierta sobre los propios restos de la necrópolis.

En esa zona totalmente inaccesible por el día, fue donde esta chica nos detalló a quien había visto merodeando por las dependencias de la necrópolis. Y si ya estábamos extrañados, cuando nos lo describió nos tuvimos que echar las manos a la cabeza: "He visto a un niño, muy pequeño, muy muy chico, con la cara muy sucia y llena de tierra y con una especie de sábana blanca, o eso quiero recordar porque estaba con poca luz y también estaba sucia (…) Bajé para ayudarlo por si se había perdido y cuando estaba casi a su lado me mira, se da la vuelta, sale corriendo y desaparece por una de las paredes del edificio…".

En un primer momento prácticamente no le hicimos caso, aunque sí la intentamos calmar diciéndole que habría sido alguna imaginación,  que se habría sugestionado y que no le diera mayor importancia. Mal hicimos al no hacerle mucho caso…

A las pocas semanas le sucedió exactamente lo mismo a la misma persona, y al cabo de unos meses algunos de los visitantes del museo acogían de buen grado la gran idea de poner actores caracterizados a lo largo de la visita al museo. Como os podéis imaginar, para nada se hizo eso. De lo que los visitantes estaban hablando es de que veían almas que deambulaban por las dependencias de la exposición, pero que para ellos eran personas reales y de carne y hueso. Aunque estábamos muy extrañados, tampoco se le dotó de mayor importancia.

Mis labores terminaron a los pocos días de este hecho y volví a la Universidad de Murcia a continuar con mis estudios e investigaciones. Un año aproximadamente después de todo esto fue cuando en el diario 'El Faro de Cartagena' (rotativa que dejó de funcionar una década después) el propio director del museo apareció en una noticia en el diario haciendo referencia a que en ese museo había fantasmas.

A partir de ese momento los testimonios de personas que decían ver algo parecido a lo que describió nuestra compañera salieron a la luz con una gran profusión. Se podían contar a cientos, aunque muchos no eran nada y se dejaban llevar fácilmente por la sugestión. Pero en otros muchos sí que pudimos rastrear arqueológicamente alguna conexión. Los lugares en donde se tenían estas experiencias estaban en un principio inconexos entre sí: Torrecigea, Calle Ángel, Calle Cuatro Santos, Calle de la Morería Baja, zona de la Plaza de Toros y, por supuesto, el propio Museo Arqueológico. Aunque en un principio nada tienen que ver, sí es cierto que poseen un denominador común que no es otro que el ser enclave de enterramientos, de necrópolis.

A todas luces es muy probable que la mayoría de estos testimonios que hablaban de personas envueltas en una sábana blanca estuvieran en lo cierto y que a finales del siglo XX estas experiencias tuvieron un momento álgido. Nadie interactuó con ninguno de estas apariciones pero siempre describían lo mismo. La única persona que sí llegó a prácticamente tocar a uno de estos seres fue mi querida compañera.  

Como hemos descrito anteriormente, la experiencia de esta persona nos da a entender que ella no era consciente de que estuviera ante una aparición hasta que prácticamente casi la toca, y este hecho, al menos, es muy curioso porque se nos plantea la siguiente cuestión: ¿es posible que se nos puedan presentar con una forma humana tan real? Y si eso es cierto, ¿cuántas de estas experiencias habremos podido experimentar cada uno de nosotros a lo largo de nuestra vida sin llegar a ser conscientes de ellas? Estamos ante una de esas preguntas que se nos escapa y a la que, al menos por el momento, no podemos dar una respuesta convincente.

Continuemos con esta fascinante historia. Desde ese momento en el que numerosas personas atestiguan estas apariciones me pongo a indagar un poco en el contenido de la necrópolis, para intentar buscar una conexión que nos arrojar algo de luz a este misterio. Desde este punto de vista, hallamos varias tumbas infantiles de inhumación de niños, que para esta época de los siglos IV, V y VI dC era muy común el enterramiento en ánforas para advertir que ese lugar hay enterrado un niño.

Así es, encontramos innumerables casos referentes a este hecho, y más concretamente, en el museo arqueológico municipal de Cartagena el tipo anfórico que podemos documentar es del tipo africano, para transporte de salazones y aceite, exactamente igual que aparece en la fotografía:

Todo lo que se pudo documentar casaba como anillo al dedo con la experiencia de mi compañera, sostenida, además, por cientos de testigos en la propia ciudad que decían ver "apariciones" en las calles anteriormente citadas. Es posible que no estuvieran tan "locos" como yo me imaginaba al principio. Desde entonces, llevo buscando la verdad de ese otro mundo en cuyo proceso he podido comprobar varias cosas: estas experiencias las podemos rastrear a lo largo de la historia, la muerte se encuentra intrínsecamente ligada a la vida y desde tiempo remotos ha compartido espacio en la vida cotidiana de las personas (se hablaba de ella)…menos en nuestros tiempos. Y ante todo, conforme más investigas más preguntas te asaltan y más perdido te encuentras.

Independientemente de si crees en estas cosas o no (no es cuestión de tener fe), debes ser consciente de un aspecto interesante: que no veamos algo o que no percibamos algo con nuestros sentidos no significa que no exista. Seguro que en nuestra vida cotidiana vamos a encontrar muchos ejemplos de elementos que nos rodean, de sonidos que están a nuestro alrededor, y que pasan desapercibidos para nosotros.

*Santi García es responsables de 'Rutas Misteriosas' y autor del libro 'Murcia, Región Sobrenatural'

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