Su traición a España y a todos los españoles solo es comparable a la perpetrada por los líderes social-comunistas de las repúblicas bananeras cuyo progresismo ha llevado a sus pueblos a la más abyecta miseria y a un cainita y permanente enfrentamiento.
La separación entre los poderes es la pieza base y fundamental de cualquier estado democrático que se precie y, sin embargo, en algunos gobiernos de la vieja Europa y concretamente en España, esta separación o ha sido siempre débil y de cara a la galería, o de facto, nunca ha existido. Basta recordar que en el año 1985 gobernando Felipe González, con mayoría absoluta, se encontró con que los doce jueces elegidos por los componentes del Poder Judicial no se plegaban al Poder Ejecutivo, por lo que decidió reformar la Ley Orgánica del Poder Judicial, pasando a ser elegidos, desde entonces, por las Cortes Generales. “¡Montesquieu ha muerto!”, gritó entonces,el vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, y desde aquel día ese lapidario grito sigue retumbando en nuestros oídos recordándonos donde debe residir el poder absoluto del Gobierno.
La historia política de nuestro país confirma que en múltiples ocasiones la independencia del Poder Judicial ha dado muchos quebraderos de cabeza al Poder Ejecutivo, especialmente en los gobiernos socialistas. Nuestras hemerotecas son fieles testigos de que en España han sido varios los presidentes socialistas que han vuelto a matar una y otra vez al barón de Montesquieu, de ahí los sucesivos funerales de que ha sido objeto. Dos son los que más se han ensañado con el pueblo llano, guiados por una espuria codicia personal y un ególatra empoderamiento, contribuyendo así a que el grito 'guerrista' se siga oyendo por los pasillos del TSJ y del TC y de la Abogacía General del Estado. Sus nombres: José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Del primero, podría hablar mucho y mal al coincidir con él como presidente del Gobierno de España en la IX Legislatura siendo yo senador autonómico del PP por la Región de Murcia. Durante cuatro largos años fui testigo en primera línea de todos y cada uno de sus nefastos desmanes ideológicos, errores políticos y de sus grandes carencias, tanto políticas como humanas y, sobretodo, de sus grandes mentiras. Para la mayoría de historiadores y políticos de renombre ha sido, por méritos propios, uno de los peores políticos de España desde Fernando VII, pero solo hasta la llegada al poder de Pedro Sánchez: el presidente más aranero, ambicioso, ególatra, absolutista y déspota; es el que más odio ha destilado hacia nuestra querida España, a sus gentes, a sus leyes y a sus creencias religiosas; de ahí su nuevo apodo del 'Rey Sol español'.
Visto lo visto, de este personaje cabe esperar de todo, pero nada bueno excepto para él y, más conociendo cómo logra ascender, ladinamente desde el infierno del “ostracismo socialista” -al que fue arrojado por su propio partido-, a las más altas cotas del mismo: la Secretaría General y la Presidencia del Gobierno. El 1 de junio de 2018, con una oportunista moción de censura apoyada por los comunistas y apuntalada por los separatistas y republicanos catalanes, junto a la traición pergeñada por el PNV y las presiones de ERC y del PDeCAT, alcanza con 180 votos su máxima aspiración: ¡dormir en la Moncloa en calidad de presidente del Gobierno!, aunque para ello tuviera que cambiar el colchón de la cama de matrimonio, por aquello del refrán y para no contagiarse del espíritu constitucional, del talante democrático y de la 'centrista' bonhomía de su predecesor en la presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy
Sánchez ha conseguido en un tiempo récord el mayor logro político obtenido y recordado por ningún otro político desde la sanción de nuestra Carta Magna en 1978: hundir no solo a España, sino también a su propio partido, al PSOE cambiando la S de socialista por la de 'Sanchista', socorrido por una militancia gregaria y obediente y unos barones degradados a simples lacayos mansos y gurruminos. Este nuevo 'Rey Sol, moderno y a la española”, ha superado con creces los desmanes políticos, las tesis araneras y los desvaríos ideológicos zapateríles. Su avidez por el poder no tiene ni conoce límites a la hora de transgredir y violar todos los códigos legales, éticos, morales y políticos con tal de conseguir lo que su ego ambiciona, aún a costa de pactar con el mismo Leviatán y con los partidos independentistas, comunistas, separatistas y republicanos, es decir , con los partidos autodenominados “progresistas” (?), con el común y único fin de destruir “esta España mía, esta España nuestra”, la cantada por Cecilia, la España de todos, la democrática y postconstitucional.
Lo de entonces, la famosa frase de Guerra gritando a los cuatro vientos la muerte de Montesquieu, más que una muerte anunciada fue un golpe bajo a la Democracia y a la autonomía de la Justicia, y que hoy, 35 años después, se ha convertido en un asesinato con premeditación y alevosía de la mano de Pedro Sánchez y, de un gobierno en funciones cuyo desdén por la Democracia y el Estado de Derecho ha pasado ya de ser un esperpento valleinclaniano y alarmante, a rayar en la ilegalidad y en el más obsoleto absolutismo caciquil. Su traición a España y a todos los españoles solo es comparable a la perpetrada por los líderes social-comunistas de las repúblicas bananeras cuyo progresismo ha llevado a sus pueblos a la más abyecta miseria y a un enfrentamiento cainita permanente.
Pedro Manuel Hernández López es licenciado en Medicina y en Periodismo y ex Senador autonómico del PP por Murcia