En los años 70 hubo manifestaciones en Francia que fueron auténtica guerrilla urbana, sin embargo, según un documental de Paul Moreira en ARTE, la policía está empleando mayor violencia ahora en cualquier tipo de protesta que en aquella época. Con el paso de las décadas los antidisturbios están muy cerca de convertirse en una fuerza prácticamente militar, no solo por sus tácticas, también por su armamento que, usado irresponsablemente, está sembrando las protestas de mutilados
MURCIA. Con motivo de las protestas que se han desencadenado en Francia a raíz de la muerte de un joven a manos de la policía, el canal Arte ha programado inmediatamente el documental En nombre del orden de Paul Moreira que trata de poner en perspectiva la evolución de las intervenciones policiales en protestas ciudadanas.
La aplicación del canal Arte, dicho sea de paso, es gratuita. Sus contenidos periodísticos son realmente interesantes, no están producidos de forma efectista o sensacionalista, las películas son extraordinarias y hay muchos contendidos divulgativos para aprender algo. La verdad es que es una alternativa excelente a las plataformas top estadounidenses, lo único que existe según toda la prensa española en el panorama audiovisual. Aunque solo sea por una temporada, se agradece salir de ese círculo de promoción de más de lo mismo en los periódicos y horas languideciendo ante temporadas sin fin.
En el documental En nombre del orden, dividido en dos partes, el autor reflexiona sobre una serie de hechos. En los años 70, hubo en Francia manifestaciones muy violentas y la policía no iba armada como en la actualidad. ¿Qué ha cambiado? Moreira menciona las protestas de Seattle en 1999, lo que se conoce como "el origen de la revuelta global", por citar un titular de La Marea. Como español, es algo que me resulta bastante ajeno. Con las manifestaciones que hemos visto aquí por las consecuencia del declive industrial o en el País Vasco, la violencia de los antidisturbios y los manifestantes es algo con lo que hemos crecido. Por no mencionar otras que vimos por la tele, como las Jornadas de Protesta Nacional de Chile.
El quid ese día en Estados Unidos fue que la inmensa mayoría de la manifestación era pacífica, en un momento se atascó en un cruce y la policía se empecinó en despejar esa parte de la calle, lo que desembocó en el caos. Momento en el que se lucieron grupos como el Black block, que se jacta de sus actuaciones en este tipo de contextos. Cayeron gases lacrimógenos, balas de goma e incluso tanquetas. La tesis del documental es que en esa fecha se abandonó "la compostura" y desde entonces las cargas han sido inmisericordes.
No obstante, el autor logra entrevistar al que fuera jefe policial en Seattle en ese momento y, curiosamente, está arrepentido. Admite que las actuaciones de sus hombres lo que lograron fue incrementar el nivel de violencia. Todo cambia, por el contrario, cuando se trata de miembros del Gobierno de Francia. Estos apoyan a sus agentes y aseguran que los Chalecos amarillos intentaron que muriera alguno en sus protestas, en las que hubo elementos ultraderechistas siguiendo su agenda.
La cuestión es que, y tiene razón, desde los años 70, progresivamente, los antidisturbios se han ido militarizando. Sus tanquetas polivalentes son una de las muestras, así como su equipo y las armas que usan. Buena parte del documental se centra en la munición de goma y muestra los daños que han causado. Generalmente, los más lamentables son las conocidas pérdidas de globos oculares.
El reportaje también abunda en el deterioro de las fuerzas sindicales. Cuando los sindicatos controlaban las protestas, no se dejaba nada al azar y los provocadores no tenían espacio. Los estragos de la desindustrialización en Europa occidental han debilitado a los sindicatos y ha dejado un legado de protestas descontroladas en las que la ira no está ni canalizada ni organizada. Como paradoja, tanto las autocracias y los países no democráticos tienen unos antidisturbios que emplean las mismas armas y técnicas que los de las democracias. Serían intercambiables.
Otra de las tesis es que, en Francia, las manifestaciones de los 70 eran auténtica guerrilla urbana, por lo que Moreira considera que los miedos actuales se amplifican y exageran. Se ha llegado a un punto, considera, en el que la policía ya actúa por defecto y emplea todos sus arsenales y técnicas paramilitares para contener a los manifestantes, independientemente de la violencia que ejerzan estos.
A la hora de pensar si fue antes del huevo o la gallina, el documental aporta al debate las imágenes de Sarkozy penetrando en los barrios periféricos de vivienda social, Argenteuil concretamente, para "recuperarlos". Sinceramente, aunque recordaba el episodio, nunca había caído en el parecido de este show con el que montó Milosevic en el viaje a Kosovo en 1987 con el que mostró por dónde iba a ir su estrategia política. El líder francés se refirió a los manifestantes procedentes de estos lugares como racaille, escoria. Las protestas se debieron a la muerte de dos jóvenes en actuaciones policiales. Según el autor, se quiso crear un sentimiento de inseguridad y barbarie tras los disturbios para instrumentalizarlos de cara a la reelección.
La segunda parte está centrada sobre todo en las balas de goma. Una munición que debía usarse únicamente en casos extremos, pero que acabó extendiéndose a cualquier tipo de manifestación, aunque fuese de estudiantes de secundaria. El documental prueba con sus imágenes que esta munición se utiliza indiscriminadamente para dispersar multitudes. Por eso, las personas que han sido mutiladas por un disparo muchas veces simplemente estaban ahí, sin cometer ningún tipo de delito.
La conclusión es que la violencia policial sistemática es una excelente herramienta para manipular a la sociedad. Primero, y fundamentalmente, por quienes quieren convertir protestas legítimas en violencia, solo tienen que dejar que la policía acabe desatando el caos por sí sola. Pero también es excelente para las fuerzas políticas que buscan desestabilizar a través de profecías autocumplidas, generando situaciones en las que cabe esperar violencia porque, para ello, la policía ha acabado siendo tan torpe que siempre la garantiza.