MURCIA. Que la identidad física y la digital están hibridadas y solapadas es una realidad cotidiana desde que consultar Instagram, Twitter, Facebook y TikTok es lo primero que se hace en el día. Antes de desayunar. Antes de salir de la cama, incluso. Las abluciones matutinas son comprobar qué reacciones han recibido los trocitos de nuestro yo digital.
Francisco Yus, doctor en lingüística especializado en la aplicación de la pragmática a los discursos de masas y a aspectos de la comunicación, establece una fase de nuestra relación identitaria respecto a internet en la que el individuo, actuando como nodo, es el resultado de “Las consecuencias de la creciente materialización de las interacciones por Internet y de la creciente virtualización de las interacciones en entornos físicos son múltiples y, en cierto modo, contradictorias. Lo más notorio es que ahora existe una clara hibridación de redes físico-virtuales. Nos encontramos en la era de las relaciones difusas, líquidas, múltiples, virtuales y físicas, pero sobre todo híbridas. Nos adentramos en una clara amalgama entre las relaciones exclusivamente físicas, las relaciones que se dan sólo por Internet y las híbridas (estas últimas cada vez más frecuentes). La imagen más fehaciente es la de que el usuario es el único punto estable en esas redes, convirtiéndose en una especie de nodo de interacciones, y sin que exista una solución de discontinuidad entre las relaciones virtuales y las físicas”.
Hace unos meses la editorial Turner publicó Estilo. Estética, vida y consumo, un ensayo del crítico de arte, comisario de exposiciones y editor Peio Aguirre. En él, el autor sostiene que uno de los propósitos de la posmodernidad es el arte de modelarse a uno mismo, arte que tiene su sala de exposiciones en las distintas redes sociales que empleamos.
A las mencionadas Instagram, Twitter, Facebook y TikTok, se les suma YouTube, SnapChat, LinkedIn o Twitch. Y más recientemente, BeReal, una red que se vende como la aplicación que busca la autenticidad. El mostrar el mundo del usuario sin filtros y complementos, desmarcándose así de la realidad tamizada, edulcorada y diseñada de Instagram, aplicación reina en esto de mostrar el yo construído.
A principios de este verano, Instagram agitaba el mercado publicitario, el universo influencer y parte de la economía digital, introduciendo varios cambios en su algoritmo para asemejarse a TikTok, la plataforma en efervescente ascenso donde la generación zeta tiene su habitación.
“Porque seamos sinceros, hay una gran competencia ahora mismo. TikTok es enorme, YouTube es aún más grande y hay montones de apps emergentes también”. El jefe de Instagram, Adam Mosseri, justificaba así que su red social dejara de ser una “app de fotos” para copiar lo que ha supuesto el éxito de TikTok: el contenido en vídeo de corta duración. Con esta fórmula, el usuario, al abrir la app, sería expuesto a este formato en detrimento de las fotos de conocidos, ya que la inteligencia artificial sería la responsable de escoger qué contenidos mostrar según el supuesto interés que pudiera suscitar en el usuario.
La oleada de propuestas de usuarios muy influyentes en la red, que mueven grandes cantidades al publicar fotografías, ha hecho que Instagram reculase. En apariencia, esto puede suponer que Instagram se tenga que contentar con el público millennial, así como Facebook es el hogar (del jubilado) boomer.
BeReal se anuncia como una plataforma “Sin filtros, sin seguidores, sin anuncios, sin tonterías”. Su intención es que el usuario muestre cada día, a la hora que la propia app exige, una foto realizada con la cámara frontal y otra con la trasera, de lo que está sucediendo en ese preciso instante en su vida. Considera que es “Una nueva y única forma de descubrir cómo son en realidad tus amigos en su día a día”. La pervivencia de una red social sin el respaldo económico de la publicidad es dudosa, por lo que o bien muere, o encuentra un sistema de monetización. En tal caso, la aplicación con sede en París podría haber estado almacenando una gran cantidad de data sobre el entorno real y rutinario de los usuarios. Cómo lo puedan usar, o el valor económico de la misma, es un asunto del reservado al mundo del data mining y analysing.
Sea como fuere, Instagram está probando internamente una función llamada IG Candid Challenges, traducida al español como "IG Desafíos Sinceros”, que invita a los usuarios de Instagram "todos los días en un momento diferente" a compartir una foto en sus stories antes de que transcurran dos minutos, como sucede en BeReal.
Análisis del social media aparte, estos cambios y distintas modalidades de redes sociales son interesantes respecto al trabajo de Aguirre porque, como dice el autor, “Merece la pena interrogarse por la hiperestimulación sensorial y cognitiva de las formas culturales del capitalismo; si esta sobreexposición nos despoja de aquel gozo consistente en dosificar los descubrimientos más íntimos o si, por el contrario, nos contentamos con la exhibición impúdica de la privacidad en las redes sociales. Los seres humanos no somos transparentes como cajas de cristal, somos seres translúcidos que emitimos signos ininterrumpidamente. (...) En vez de reforzar la esfera pública, la exposición de la intimidad y el secreto en las redes sociales retorna como un bumerán al dominio reductivo de lo privado y lo no productivo”.
¿Implican los cambios en Instagram una nueva forma de comunicar nuestro yo y por tanto, construir nuestro estilo? ¿La exigencia de ‘ser real’ al ser demandar una narrativa se convierte en una tautología?
En un texto, algo antiguo, Vega Pérez-Chirinos escribía que “La capacidad de sostener diferentes presentaciones personales puede convertirse asimismo en una herramienta de adaptación al entorno social actual, en el que los cambios de la modernidad tardía han desembocado en biografías que no funcionan como una narración lógica orientada a un telos, sino con episodios cambiantes, en el que los asideros institucionales varían contínuamente: ni la familia, ni el lugar, ni el trabajo van a ser puntos de referencia”. A tenor de esto, esa búsqueda de la verdad y autenticidad —de hecho, TikTok destaca por su “frescura” en cuanto los contenidos tienen una menor producción— es imposible, porque comunicarnos es representarnos, y las representaciones son la muestra de una identidad creada respecto a un público objetivo al que queremos pertenecer.
“Si el estilo es básicamente un conjunto de elecciones, ¿qué pasa cuando el algoritmo informático nos libera de la carga de la elección? Detrás de la libertad de elección, detrás de la formación del gusto y del estilo, están los algoritmos, el vector informacional que hoy en día domina el consumo y que funciona a partir de la extracción de excedentes de información de los usuarios para construir modelos predictivos que acto seguido se nos ofrecen”, explica Aguirre, haciéndonos reflexionar sobre cómo el algoritmo publicitario es parte inherente de las plataformas sociales.
“En la modernidad, el deseo aún se dirigía hacia un objeto situado en un afuera (...). Pero en la era neoliberal el sujeto dirige el deseo hacia dentro, hacia su interior. El fin del sujeto es su autoproducción”.