MURCIA. El ser humano es ser humano por su —nuestra— tendencia natural a tratar de encontrar sentido a acertijos. No hay nada que estimule más nuestra imaginación, nada más que ponga nuestro cerebro a rodar, que una pregunta sin respuesta. Estas preguntas, estos misterios, pueden ser de toda índole: desde los más lúdicos a los más trascendentales. Las preguntas de la esfinge o el sentido de la vida. Los autodefinidos. Los problemas matemáticos. La ciencia. Un sudoku. Los hechos extraños sin una respuesta evidente. El desenlace de una historia. Las historias nos encantan, especialmente aquellas que esconden algún secreto. Encontramos conspiraciones en todas partes cuando tenemos muchas preguntas y pocas respuestas, o bien al contrario, cuando la realidad es muy prosaica y carecemos de ambas. Somos adictos a los giros de guion, a las sorpresas, a los cliffhangers que nos dejan en ascuas y con necesidad de saber. En ese sentido, nada como una buena historia negra, sea novela o relato. De ellas se diría que no nos llama tanto la violencia del acto criminal en sí, como las preguntas que plantea. No en vano el Cluedo o La herencia de tía Agata son juegos de mesa infantiles. Algunas de las mejores historias de la literatura universal son narraciones de este tipo, y de entre todas ellas, brillan sobre todo aquellas cuyo enigma no consiste simplemente en encontrar al asesino, sino en dar respuesta a una situación aparentemente imposible, explicar un escenario que escapa incluso a lo que consideramos racional, plausible, y que parece tener más que ver con lo sobrenatural. Un ejemplo, es Los crímenes de la rue Morgue, relato extraordinario del maestro Edgar Allan Poe, cuyo final se empeñan en destripar muchos de los sellos que andan publicándolo (detestamos los spoilers precisamente porque nos subyugan las explicaciones finales en las historias). Otro ejemplo podría ser La investigación, del genio polaco Lem, un misterio que nos pone realmente contra las cuerdas y nos obliga a replanteárnoslo todo, habida cuenta de que quizás no estemos viendo el cuadro entero, sino solo una pequeña sección del mismo. Otro ejemplo lo acaba de publicar Who Editorial, y es una auténtica delicia black. Noir.
En El hombre hueco, de John Dickson Carr (con traducción de Noemí Calabuig y Manuel Navarro), nos enfrentamos a uno de los grandes misterios prototípicos de la novela negra, como es el de la habitación cerrada: un crimen dentro de una sala de la que a priori nadie ha podido escapar. No solo eso: en esta historia, considerada la mejor de su género por la Asociación de Escritores de Misterio de América, hay de todo: personajes siniestros, casi fantasmales, advertencias que parecen profecías, y dos asesinatos incomprensibles, tanto por sus motivaciones como por cómo se han llevado a cabo. Lo cierto es que parece imposible, incluso para las mentes más afiladas, dar con la explicación que se revela en el último capítulo de la novela, titulado con total honestidad El desenlace. Si El hombre hueco no incorporase ese episodio final, el libro sería un fraude en su totalidad. Sería una de esas historias perezosas, que bajo la excusa de querer estimular la imaginación del lector o del espectador, dejan sin terminar una parte esencial del relato, que nos vemos obligados a completar nosotros. Habrá quien diga que no es malo no dar toda la información en una historia de misterio. Bueno, sí, habrá quien lo diga. Por suerte, Dickson Carr hizo las cosas bien allá por el lejano mil novecientos treinta y cinco en que el libro vio la luz, y nos regaló un final asombroso que da gusto leer, uno de esos que hace que sintamos cosquillas por el espinazo y una agradable sensación de bienestar al pasar la última página. Bravo. Pero no solo eso: es que además, El hombre hueco contiene un capítulo metaliterario sobre la novela negra titulado La conferencia sobre la habitación cerrada. Absolutamente magistral. En él, el autor habla, por ejemplo, de las posibles soluciones (ofrece siete tipos diferentes) a un misterio como el que sirve de premisa a esta novela:
“No se trata de un asesinato, sino de una serie de coincidencias que terminan en un accidente que parece un asesinato. En un momento anterior, antes de que la habitación estuviera cerrada, hubo un robo, un ataque o una rotura de muebles que sugieren una lucha que termina en asesinato. Más tarde, la víctima muere o pierde el conocimiento en la habitación cerrada, y se supone que todos estos incidentes han tenido lugar al mismo tiempo. En este caso, la causa de la muerte suele ser un golpe en la cabeza, supuestamente con una porra, pero en realidad con un mueble. Puede ser la esquina de una mesa o el borde afilado de una silla, pero el objeto más popular es un guardafuegos de hierro. El guardafuegos asesino, por cierto, ha estado matando gente de manera que parece un asesinato desde «La aventura del hombre encorvado», de Sherlock Holmes. La solución más satisfactoria de este tipo de trama, que incluye un verdadero asesino, se encuentra en El misterio del cuarto amarillo, de Gastón Leroux, la mejor historia de detectives jamás escrita”. Esta es la primera. Aquí va la séptima: “Se trata de un asesinato que se sustenta en un golpe de efecto exactamente inverso al del número 5. Es decir, se presume que la víctima está muerta mucho antes de que lo esté realmente. Una persona yace dormida (drogada pero ilesa) en una habitación cerrada. Los golpes en la puerta no consiguen despertarla. El asesino, entonces, lleva a cabo su treta: fuerza la puerta, se adelanta a los demás y mata con una puñalada o un corte de garganta, mientras contagia la sugestión en los demás observadores de que han visto algo que en realidad no han visto. El honor de la invención de este dispositivo pertenece a Israel Zangwill y desde entonces se ha utilizado de muchas formas. Se ha llevado a cabo (generalmente por apuñalamiento) en un barco, en una casa en ruinas, en un invernadero, en un ático e incluso al aire libre, en un lugar donde la víctima primero ha tropezado y se ha aturdido antes de que el asesino se incline sobre él”. ¿Se encuentra la explicación del misterio de El hombre hueco en alguna de estas inteligentísimas soluciones? ¿Tienen de hecho solución propia de las razón estos crímenes? ¿Vas a poder aguantar sin querer saber cómo pudo morir el profesor Grimaud, y por qué, ante una extrañísima amenaza a su vida, sintió la necesidad de comprar un cuadro?