El dirigente separatista catalán Puigdemont se siente políticamente insatisfecho. Y no es para menos. La cosa ya empezó mal en el año 2017. El parlamento catalán había aprobado toda una serie de normas abiertamente inconstitucionales que debían facilitar la secesión. Previendo las catastróficas consecuencias de declararla, Puigdemont se disponía a convocar unas elecciones autonómicas para que, según él, los electores decidiesen si querían establecer un Estado catalán independiente de España.
En realidad, los separatistas ya habían realizado un simulacro de referéndum, en el que habían obtenido una clara mayoría. Aunque ninguna nación del mundo reconoció la validez de aquella farsa, la opinión común de los dirigentes separatistas era que valía para declarar la secesión. Aun ennobleciéndola como plebiscitaria, ¿a qué venía, pues, ninguna elección autonómica? Unos expertos piensan que era una prudente forma de retrasar la decisión y otros creen que era una sibilina forma de pasar el problema a algún eventual sucesor. De todos modos, no convocó la elección porque, en aquel trance, Gabriel Rufián, diputado nacional de Izquierda Republicana de Cataluña, proclamó aquello de ¡155 monedas de plata! Se trataba de una ocurrente analogía entre las 30 monedas de plata que le dieron a Judas a cambio de delatar a Jesucristo y el temor a que el Senado español, aplicando el artículo 155 de la Constitución, asumiese las competencias del gobierno regional catalán.
"Al apostar por Illa, el presidente español se comportó más como Sanxe que como Perro"
El asno de Buridán se hizo famoso porque, incapaz de elegir entre dos hatillos de heno situados a la misma distancia, se murió de hambre. Menos sabido es que, mediante esa imagen, se pretendía ridiculizar la teoría del escolástico Jean Buridán de que, dotados de libre albedrío, podríamos adoptar decisiones guiados por la razón. Los que se inventaron lo del asno indeciso (copiando a Aristóteles, que ya había puesto a un imaginario perro en una situación similar) estaban atacando o bien nuestra libertad o bien la eficacia de nuestra razón, un dilema peliagudo. Análogamente, Puigdemont se sintió acosado por dos temores de similar empaque: el de que lo encarcelasen y el de ser tomado por un botifler (Nota del traductor: se entiende por tal cualquier catalán traidor a la causa separatista de Cataluña. Se llamaba así a los que apostaron por Felipe V en la guerra de sucesión a la corona española, que no en la inexistente guerra de secesión catalana. Aviso: confundir la u con la e llevó a muchos a la perdición).
En ese trance, Puigdemont optó por declarar la independencia, para a continuación, tras un lapso que nadie sabe si fue de siete o de ocho segundos, suspenderla. Pretendía, según declaró, negociar con el Gobierno español, a la sazón presidido por el pepero Rajoy, las condiciones de la secesión. Como nadie se lo creía, y él tampoco, antes de que lo tomasen por un ingenuo o por un héroe, tomando las de Villadiego, se largó a Bélgica. Se había cargado de un plumazo el PROÇES (nota del traductor: el PROCESO). Desde entonces vive fuera de España, mientras que Rufián, el valeroso juglar, ha seguido ininterrumpidamente en el Congreso español, donde este año lo han elegido mejor parlamentario del periodo de sesiones. ¿No es para cabrearse?
Para colmo, el Tribunal Supremo ha decidido que no procede aplicar al delito de malversación la amnistía que pactó con el socialista Sánchez a cambio de votar a favor de que presidiese el Gobierno español. Para recolmo, en vez de devolverle el favor y ordenar que lo nombrasen presidente del gobierno catalán, Sánchez se inclinó por el socialista Illa. Si era verdad lo que Stalin decía acerca la gratitud (que era una enfermedad que solo afectaba a los perros), en este caso el presidente español se comportó más como Sanxe que como Perro. Es más, también la Alcaldía de Barcelona la ocupa un socialista, Collboni, y está en trance de pactar el ingreso de algunos concejales de IRC en su Gobierno municipal. En esa situación resulta obvio que cualquier cosa, excepto la amnistía, que Puigdemont consiga sacarle al presidente Sánchez será administrada por socialistas. Y tampoco nadie hace caso a su petición de que se incluya al catalán entre las lenguas oficiales de la Unión Europea.
Consciente de todo eso, ha pedido que el presidente Sánchez presente una moción de confianza en el Congreso. De momento, la Mesa ha retrasado hasta el día siguiente al de los Reyes Magos la decisión de tramitar la petición. Sería el único regalo que un republicano de estirpe, como Puigdemont, aceptaría de Sus Majestades. Ya veremos si sale adelante, pues el presidente Sánchez sabe que tendría que dimitir si la perdiese. En tal caso, habría que anticipar las elecciones nacionales o elegir a otro presidente, dos posibilidades que fastidian a Sánchez. Su baza fuerte es que solo él puede convocar la moción de confianza, de modo que no corre un peligro inminente. Si no la convocase, pondría a Puigdemont en la tesitura de envainársela o pactar con el PP y con Vox una moción de censura.
El problema es que se trata de una iniciativa constructiva, es decir, que implica elegir a otro presidente ipso facto (Nota del traductor: en el mismo acto). Descartando por completo que Puigdemont vaya a apoyar a Feijóo, solo cabría buscar algún candidato neutral (tipo Tamames) que se comprometiese a convocar de inmediato elecciones. De manera que ese el trilema de Puigdemont: seguir marejant la perdiu (nota del traductor: mareando la perdiz), negarle a Sánchez la confianza si la presenta o pactar alguna forma de moción de censura, que no beneficie directamente al PP ni a Vox, si no la presenta. Hasta ahora siempre le ha ganado Sánchez este tipo de pulsos. ¿Y en esta ocasión? Pista: la locuaz separatista Pilar Rahola, que va a estar unos meses en Sudamérica participando en un ambicioso proyecto informativo, ha apostado por dejar las cosas como están. No vaya a ser que, como dice el escudo de la UPCT, le pillen las elecciones metida en "Fechos allend mar". (Nota del traductor: Hazañas más allá de los mares). Y no es plan.